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Ella cogió un vaso y apuró su brillante contenido.

– Ya tiene dos sospechosos, Dallas. ¿No hablaba us?ted de codicia?

– ¿Lo hablaron entre los tres? ¿Usted, Justin y Redford? Usted y Justin se largaron y acordaron una coarta?da. Redford no. Él quizá no es tan listo. Quizá se suponía que usted iba a respaldarle, pero no lo hizo.

Entonces la lleva a casa dé Leonardo. Ustedes están es?perando. ¿Se desmandaron las cosas? ¿Cuál de ustedes cogió el bastón?

– Esto es ridículo. Justin y yo fuimos a casa de él. El sistema de seguridad puede verificarlo. Si quiere acusar?me de algo, traiga una orden. Y ahora, déjeme en paz.

– ¿Fueron usted y Justin lo bastante listos como para no mantener contacto desde la pelea? Yo no creo que él tenga tanto autodominio con usted. De hecho, me juego algo. Mañana tendremos los registros de transmisión.

– ¿Y qué si me llamó? ¿Y qué? -Jerry corrió hacia la puerta mientras Eve empezaba a salir-. Eso no prueba nada. Usted no tiene nada.

– Sí, otro cadáver. -Hizo una pausa y miró hacia atrás-. Supongo que ninguno de ustedes dos tendrá una coartada para el otro en este caso, ¿me equivoco?

– Zorra. -Encendida, Jerry lanzó el vaso, dando a uno de los ayudantes en el hombro-. No puede culpar?me de nada. No puede probar nada.

Mientras el ruido y la confusión crecían en la parte de atrás del escenario, Mavis cerró los ojos.

– Oh, Dallas, ¿cómo has podido? Leonardo la nece?sita para otros diez pases.

– Jerry hará su trabajo. Le gustan demasiado los fo?cos para no hacerlo. Voy a buscar a Roarke.

– Está ahí enfrente -dijo Mavis mientras Leonardo corría a calmar a su estrella-. No salgas con esa pinta. Ponte este vestido. Ya lo han pasado. Sin los adornos y los pañuelos, nadie lo reconocerá.

– Si sólo voy a…

– Por favor. Significará mucho para él si sales con uno de sus diseños, Dallas. La línea es sencilla. Te busca?ré unos zapatos que te vayan bien.

Quince minutos después, con su ropa metida en una bolsa, Eve divisó a Roarke en la primera fila. Aplaudía ade?cuadamente mientras un terceto de modelos pechugonas se meneaba ostensiblemente en sus monos transparentes.

– Fantástico. Es lo que nos gusta ver llevar a las mu?jeres cuando pasean por la Quinta Avenida.

Roarke levantó un hombro.

– En realidad muchos diseños son atractivos. Y a mí no me importaría verte como esa de la derecha.

– Ni lo sueñes. -Eve cruzó las piernas y el vuelo del raso negro susurró en respuesta-. ¿Cuánto rato hemos de quedarnos?

– Hasta que termine. ¿Cuándo te has comprado esto? -Pasó un dedo por las estrechas correas que le ceñían los bíceps.

– Mavis me ha obligado a ponérmelo. Es de Leonar?do, pero sin adornos.

– Quédatelo. Te sienta bien.

Ella se limitó a gruñir algo. Prefería de largo sus té?janos.

– Oh, ahí viene la diva.

Jerry salió contoneándose, y la pasarela era una ex?plosión de color a cada paso de sus zapatos de cristal. Eve prestó poca atención a la falda ondulante y el corpi?ño transparente que estaban provocando un furor gene?ral de aprobación. Observaba única y exclusivamente la cara de Jerry, mientras los críticos de moda hablaban a sus grabadoras y docenas de compradores hacían frené?ticos pedidos con sus enlaces portátiles.

A Jerry se la veía serena mientras apartaba docenas de jóvenes musculosos postrados delante de ella. Vendió el conjunto entre elegantes giros y una buena coreogra?fía que la hizo subir ágilmente a una pirámide de duros cuerpos varoniles.

La multitud aplaudió. Jerry hizo una pose y miró a Eve con gélidos ojos azules.

– Uff -murmuró Roarke-. Eso ha sido un directo. ¿Hay algo que yo deba saber?

– Que le gustaría arañarme la cara -dijo mansamente Eve-. Mi misión ha sido un éxito. -Satisfecha, se prepa?ró para disfrutar el resto del desfile.

– ¿Has visto, Dallas? ¿Lo has visto? -Tras una rápida pi?rueta, Mavis la abrazó-. Al final se han levantado todos. Incluso Hugo.



– ¿Quién diablos es Hugo?

– El hombre más importante de este negocio. Fue uno de los primeros patrocinadores del show, pero eso en vida de Pandora. Si Hugo se hubiera retirado… Bue?no, pero no lo hizo, gracias a que estaba Jerry. Leonardo ha triunfado. Ahora podrá pagar sus deudas. No paran de llegar pedidos. Pronto tendrá su propio showroom, y dentro de unos meses, habrá diseños Leonardo por to?das partes.

– Qué gran noticia.

– Todo ha salido bien. -Mavis se arregló la cara en el espejo del salón de señoras-. He de buscarme otro trabajo, para poder vestir sus diseños en exclusiva. Las cosas vol?verán a ser como tenían que ser. ¿Verdad que sí, Dallas?

– Eso parece. Mavis, ¿fue Leonardo el que acudió a Jerry, o al revés?

– ¿Para el show? En principio fue Leonardo. Pando?ra se lo sugirió.

Un momento, pensó Eve, ¿cómo he pasado esto por alto?

– ¿Pandora quiso que le pidiera a Jerry que actuase en el show?

– Así era ella. -Obedeciendo a un impulso, Mavis sacó un tubo y se quitó la pintura de labios. Estudió su boca desnuda un momento y luego escogió un Berry Crush-. Pandora sabía que Jerry no iba a querer ser la segunda, pese a que se hablaba muy bien de los diseños. Así que por su parte fue como darle un codazo. Ella po?día decir que sí, y ser la segundona, o decir que no y perder la oportunidad de estar en uno de los desfiles más apasionantes de la temporada.

– Y dijo que no.

– Simuló que tenía compromisos previos. Salvó las apariencias. Pero en cuanto Pandora quedó fuera de jue?go, llamó a Leonardo y se ofreció para cubrir la vacante.

– ¿Cuánto sacará?

– ¿Del show? Un millón, más o menos, pero eso no es nada. La cabeza de cartel puede escoger sus modelos con mucho descuento. Y aparte está la cláusula referente a los media.

– ¿Que es…?

– Verás, las grandes modelos salen en los canales de moda, los programas de entrevistas y todo eso. Y enci?ma cobran por cada aparición en público. Un montón de pasta durante los próximos seis meses, con opción a renovar contrato. De este show Jerry podría obtener cinco o seis millones, diseños aparte.

– Quién lo pillara. Jerry saca más de seis millones por la muerte de Pandora.

– Podría mirarse así. Tampoco es que antes estuviera dolida, Dallas.

– Quizá no. Pero seguro que ahora no le duele en ab?soluto. ¿Hará alguna aparición en la fiesta del show?

– Seguro que sí. Ella y Leonardo son las estrellas. Será mejor que nos demos prisa si queremos pillar algún canapé. Estos críticos son como hienas. Ni siquiera de?jan los huesos.

– Tú que llevas tiempo con Jerry y los demás… -em?pezó Eve mientras regresaban al salón-. ¿Alguien con?sume?

– Por Dios, Dallas. -Incómoda, Mavis se encogió de hombros-. No soy un soplón.

– Mavis, ven. -Eve la llevó a un rincón lleno de helechos en maceta-. A mí no me vengas con eso. ¿Alguien consume o no?

– Pues claro. Sobre todo cápsulas y mucho Zero Appetite. El trabajo es duro, Dallas, y no todas las modelos de segunda fila pueden pagar un esculpido. Hay algunas ilegales, pero casi todo se compra sin receta.

– ¿Y Jerry?

– Le va el rollo de la salud. Esa cosa que bebe. Fuma un poco de hierba, pero es una mezcla para calmar los nervios. Nunca la he visto consumir nada dudoso. Pero…

– ¿Pero?

– Verás, es muy celosa de sus cosas, sabes. Hace un par de días una de las chicas no se sentía bien. La resa?ca, supongo. Probó un poco de ese zumo azul de Jerry, y ésta se puso corno una fiera. Quería que la despi?dieran.

– Interesante. A saber qué habrá en ese líquido.

– Un extracto vegetal, supongo. Jerry asegura que es para su metabolismo. Hizo un poco de propaganda di?ciendo que iba a invertir en ello.

– Necesito una muestra. No tengo suficiente para pedir una orden de confiscación. -Hizo una pausa para pensar y sonrió-. Pero creo que sé cómo solucionarlo. Vamos a la fiesta.