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Feeney desvió la mirada hacia la parte de atrás del edificio. Había un par de ventanas, cristales mugrientos y rejas gruesas. Escrutó el patio de cemento donde esta?ban acuclillados: un reciclador -roto-, un surtido de ba?sura, cacharros, metal oxidado.
– Qué panorama -comentó-. ¿Lo etiquetamos ya?
– He tomado huellas. Un agente las está verificando. El arma ya está en su bolsa. Tubo de hierro, escondido debajo del reciclador. -Eve estudió el cadáver-. El asesino no dejó arma en el caso de Boomer ni en el de Hetta. Es obvio por qué la dejó en casa de Leonardo. Está ju?gando con nosotros, Feeney, la deja donde hasta un sapo ciego podría encontrarla. ¿Usted qué opina del muerto? -Metió un dedo bajo un tirante ancho, color fucsia.
Feeney gruñó. El cadáver iba vestido a la última moda: pantalón corto por la rodilla a franjas arco iris, camiseta con estampado lunar, zapatillas caras con ador?aos de cuentas.
– Tenía dinero para gastar en ropa de mal gusto. -Feeney volvió a mirar al edificio-. Si vivía aquí, es que no in?vertía en inmobiliarias.
– Un camello -decidió Eve-. De mediano nivel. Vi?vía aquí porque aquí tenía el negocio. -Se limpió las manos de sangre en los téjanos mientras se acercaba un agente.
– Las huellas encajan, teniente. La víctima consta como Lamont Ro, alias Cucaracha. Tiene un largo his?torial, sobre todo en Ilegales. Posesión, fabricación, y un par de atracos.
– ¿Le controlaba alguien? ¿Era soplón?
– Ese dato no sale.
Eve miró a Feeney, quien aceptó la petición de silen?cio con un gruñido. Tendría que averiguarlo él.
– Muy bien. Vamos a embarcarlo. Quiero un infor?me toxicológico. Que entren los del gabinete.
Repasó una vez más la escena del crimen y sus ojos se posaron en Roarke.
– Necesito que me lleve, Feeney.
– De acuerdo.
– Será sólo un minuto. -Fue hacia la barricada-. Creía que ibas a la oficina -le dijo a Roarke.
– Y así es. ¿Has terminado aquí?
– Todavía no. Feeney puede llevarme.
– Estás buscando al mismo asesino, ¿verdad?
Eve iba a decirle que eso era cosa de la policía, pero luego se encogió de hombros. Los media hincarían el diente a la noticia en cuestión de una hora.
– En vista de cómo le han destrozado la cara, creo que es lo más probable. He de…
Los gritos le hicieron volverse. Largos alaridos que podrían haber agujereado un panel de acero. Vio a la mujer, corpulenta, desnuda a excepción de unas bragas rojas, saliendo del edificio. Se lanzó sobre dos policías de uniforme que estaban tomando café, los derribó como si fueran bolos de madera y corrió hacia los restos de Cucaracha.
– Vaya, cojonudo -rezongó Eve, corriendo para in?terceptarla.
A menos de un metro del cadáver, arremetió contra la mujer y la tumbó haciéndole un placaje que acabó con las dos cayendo dolorosamente al piso de cemento.
– ¡Ése es mi hombre! -La mujer agitó los brazos como un pez de noventa kilos, sacudiendo a Eve con sus manos regordetas-. Es mi hombre, poli de mierda.
En interés del orden, de la custodia de la escena del crimen y del instinto de conservación, Eve descargó su puño contra la papada de la mujer.
– ¡Teniente! ¿Se encuentra bien, teniente? -Los agentes uniformados se aprestaron a levantar a Eve. La mujer estaba sin sentido-. Nos ha pillado despreveni?dos. Lo sentimos mucho…
– ¿Que lo sienten? -Eve se desembarazó de ellos y los miró con ceño-. Pero ¿cómo se puede ser tan gilipollas, por el amor de Dios? Un par de segundos más y esa tía habría contaminado la escena. La próxima vez que les encarguen algo más importante que un atasco de tráfico, sáquense la mano de la polla. Bueno, a ver si son capaces de llamar a un médico y que echen un vistazo a esa loca. Luego le buscan algo de ropa y se la llevan a comisaría. ¿Cree que podrán?
No se molestó en esperar respuesta. Echó a andar renqueando con los téjanos rotos y su sangre mezclada con la del muerto. Sus ojos echaban chispas todavía cuando encontraron los de Roarke.
– ¿De qué diablos te estás riendo?
– Siempre es un placer verte trabajar, teniente. -De pronto, le cogió la cara entre las manos y plantó su boca sobre la de ella con un beso que la hizo trastabillar-. Ya ves, no me contengo -le dijo al ver que ella bizqueaba-. Que el médico te eche un vistazo a ti también.
Habían transcurrido varias horas desde el incidente cuando Eve recibió aviso de ir al despacho de Whitney. Flanqueada por Peabody, tomó el paseo aéreo.
– Lo siento, Dallas. Debí haberle cortado el paso.
– Por Dios, Peabody, déjelo ya. Usted estaba en otra parte del edificio cuando ella echó a correr.
– Debí comprender que algún inquilino se lo expli?caría.
– Sí, a todos nos hace falta engrasar el cerebro. Mire, en resumidas cuentas, esa mujer no me hizo más que un par de abolladuras. ¿Sabe algo de Casto?
– Aún está tanteando.
– ¿A usted también?
Peabody notó una crispación en la boca.
– Anoche estuvimos juntos. Pensábamos ir sólo a ce?nar, pero una cosa llevó a la otra. Le juro que no dormía así desde que era una cría. No sabía que el sexo fuese tan buen tranquilizante.
– Yo podía habérselo dicho.
– En fin, Casto recibió una llamada justo después de que me avisaran a mí. Yo creo que como él sabrá quién es la víctima, quizá pueda ayudarnos.
Eve gruñó. No hubieron de esperar en la oficina ex?terior del comandante, sino que las hicieron pasar ense?guida. Whitney les señaló las sillas.
– Teniente, supongo que su informe sobre este últi?mo homicidio está en camino, pero prefiero que me haga un resumen oral.
– Sí, señor. -Eve empezó dando las señas y descrip?ción de la escena del crimen, el nombre y la descripción de la víctima, y detalles sobre el arma encontrada, las he?ridas y la hora de la muerte fijada por el forense-. Las pesquisas de Peabody no han dado" fruto, pero haremos una segunda ronda puerta por puerta. La mujer que vi?vía con la víctima pudo ayudarnos un poco.
Whitney levantó las cejas. Eve todavía llevaba la ca?misa manchada y los téjanos rotos.
– Me han dicho que tuvo usted algún problema.
– Nada importante. -Eve se había dado por satisfecha con la zurra verbal. No había ninguna necesidad de ampliar el castigo a reprimendas oficiales-. La mujer trabajaba de acompañante, pero no tenía créditos para renovar la licencia. Además, es adicta. Tras presionar un poco en ese sentido, pudimos hacer que nos contara algo sobre los movimientos de la víctima la noche anterior. Según su declaración, estuvieron juntos en el aparta?mento hasta más o menos las doce. Habían tomado vino y un poco de Exótica. Él dijo que se marchaba porque tenía que cerrar un negocio. Ella se tomó un Download, y se quedó frita. Como el forense fija la hora de la muer?te sobre las dos de la madrugada, la cosa encaja. Las pruebas indican que la víctima murió donde fue encon?trada a primera hora de la mañana. Y también que fue asesinada por la misma persona que mató a Moppett, Boomer y Pandora.
Tomó aire y prosiguió en tono oficial:
– El primer investigador podrá verificar los movi?mientos de la señorita Freestone en el momento de pro?ducirse ese asesinato.
Whitney calló un momento, pero no dejó de mirar a Eve.
– Aquí nadie cree que Mavis Freestone esté en modo alguno relacionada con este asesinato, y tampoco la ofi?cina del fiscal. Tengo aquí el análisis preliminar de la doctora Mira sobre las pruebas de la señorita Freestone.
– ¿Pruebas? -Olvidada la formalidad, Eve se puso en pie de un brinco-, ¿Qué quiere decir con pruebas? Eso no era hasta el lunes.
– Cambiaron el día, teniente -dijo tranquilamen?te Whitney-. Las pruebas concluyeron a las trece en punto.
– ¿Por qué no se me informó? -el estómago protesta?ba ante los recuerdos desagradables de su propia expe?riencia en Pruebas-. Yo debería haber estado presente.