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– Qué lástima que no lo pensaras antes de encapri?charte de esa mequetrefe. -Los ojos de Pandora eran apenas dos hendiduras-. Creo que podré arreglarlo para almorzar con varios de los paganos a finales de semana. Encanto, tienes un par de días para decidirte. O te libras del juguete nuevo, o pagas las consecuencias. Ya sabes dónde buscarme.
Se marchó con los andares exagerados de una mode?lo y señaló su salida con un portazo.
– Mierda. -Leonardo se hundió en una silla y ocultó la cara entre las manos-. Siempre escoge el momento más oportuno.
– No permitas que te haga eso. Que nos haga eso. -Al borde del llanto, Mavis se acuclilló ante él-. No puedes dejar que dirija tu vida ni que te haga chantaje.
– Inspirada, Mavis se puso en pie de un brinco-. Eso es chantaje, ¿verdad, Dallas? Corre a arrestarla.
Eve terminó de abrocharse la camisa que acababa de ponerse.
– Querida, no puedo arrestarla por decir que no piensa ponerse sus modelos. Puedo encerrarla por agre?sión, pero seguro que saldría casi antes de que yo cerrara la puerta de la celda.
– Pero es un chantaje. Leonardo ha puesto todo cuanto tiene en esa presentación. Lo perderá todo si no se celebra.
– De veras que lo siento. No es un asunto policial ni de seguridad. -Eve se arregló el pelo-. Mira, ella estaba muy cabreada. Y se había metido algo, a juzgar por sus pupilas. Ya se le pasará.
– No. -Leonardo se apoyó en el respaldo-. Querrá hacérmelo pagar, seguro. Habrá usted comprendido que éramos amantes. Las cosas se estaban enfriando. Pando?ra llevaba fuera del planeta unas cuantas semanas, y yo consideré que lo nuestro había terminado. Entonces co?nocí a Mavis. -Su mano buscó la de ella y la apretó-. Ha?blé brevemente con Pandora para decirle que todo había terminado. Al menos lo intenté.
– Ya que Dallas no puede ayudarte, sólo queda una posibilidad. -Mavis estaba temblando-. Tienes que volver con ella. Es la única salida. -Y añadió antes que Leonardo pudiera protestar-: No volveremos a vernos, al menos hasta que haya pasado el show. Puede que entonces poda?mos empezar de nuevo. No puedes permitir que Pandora hable con tus promotores y despotrique de tus diseños.
– ¿Y crees que podría hacer eso?, ¿volver con ella?, ¿tocarla después de esto, después de haberte conocido a ti? -Se puso en pie-. Te quiero, Mavis.
– Oh. -Ella rompió a llorar-. Oh, Leonardo. Ahora no. Te quiero demasiado para ver cómo ella te arruina. Me marcho para salvarte.
Salió precipitadamente, dejándolo con la boca abierta.
– Estoy atrapado. La muy zorra es capaz de dejarme sin nada. Sin la mujer que amo, sin trabajo, sin nada. Se?ría capaz de matarla por meterle miedo a Mavis. -Inspi?ró hondo y se miró las manos-. Un hombre puede de?jarse atraer por la belleza y no ver lo que hay debajo.
– ¿Importa mucho lo que Pandora les diga a esas per?sonas? No habrían invertido su dinero si no creyeran en su trabajo.
– Pandora es una de las top models del planeta. Tiene poder, prestigio, influencias. Unas palabras de ella a la persona adecuada pueden significar el triunfo o el fraca?so para un hombre en mi posición. -Levantó una mano hasta una fantasía de mallas y piedras que pendía a su lado-. Si hace pública su opinión de que mis diseños son inferiores, las ventas previstas se vendrán abajo'. Ella sabe exactamente cómo conseguirlo. Llevo toda la vida trabajando para esta presentación, y Pandora sabe cómo hacerme daño. Además, la cosa no acabará ahí.
Dejó caer la mano y prosiguió:
– Mavis aún no lo comprende. Pandora es capaz de tener ese rayo láser pendiendo sobre mi cuello durante el resto de mi vida profesional, o de la suya. No me li?braré de Pandora, teniente, hasta que ella decida que he?mos terminado.
Cuando Eve llegó a su casa, estaba extenuada. Una se?sión extra de lloros y recriminaciones con Mavis la había dejado sin fuerzas. De momento al menos, su amiga se había calmado con una libra de helados y varias horas de vídeo en el viejo apartamento de Eve.
Deseosa de olvidar las convulsiones emocionales, fue directamente al dormitorio y se tumbó boca abajo en la cama. El gato Galahad saltó a su lado, ronronean?do como un loco. En vista de que unos cuantos empujones de cabeza no dieron resultado, Galahad se puso a dormir. Cuando Roarke la encontró, Eve no había mo?vido ni un párpado.
– ¿Qué? ¿Cómo ha ido el día?
– Odio ir de compras.
– Es que no le has cogido el tranquillo.
– ¿Para qué? -Curiosa, Eve se dio la vuelta y le miró-. A ti sí te gusta comprar cosas.
– Pues claro. -Roarke se estiró a su lado, acariciando al gato cuando éste se le subió al pecho-. Me produce casi tanta satisfacción como poseer cosas. Ser pobre, querida teniente, es un asco.
Ella se quedó pensando. Como había sido pobre una vez y había logrado abrirse camino, no podía estar en desacuerdo.
– En fin, creo que lo peor ya ha pasado.
– Te has dado mucha prisa -dijo él, un tanto preocu?pado-. Ya sabes, Eve, que no tienes por qué escoger nada.
– Creo que Leonardo y yo hemos llegado a un en?tendimiento. -Al mirar el cielo color lejía por la venta?na cenital, frunció el entrecejo-. Mavis está enamorada de él.
– Vaya, vaya. -Entrecerrados los ojos, Roarke siguió acariciando al gato, pensando en hacerle lo mismo a Eve.
– No; hablo en serio. -Soltó un largo suspiro-. El día no ha ido lo que se dice demasiado bien.
Roarke tenía en la cabeza las cifras de tres importan?tes negocios. Desechó la idea y se aproximó a Eve.
– Soy todo oídos.
– Leonardo, un tipo imponente y extrañamente atractivo… bueno, qué sé yo. De auténtica sangre ameri?cana, diría yo. Tiene la estructura ósea y la tez de norte?americano, bíceps como torpedos aeronáuticos y un deje de magnolias en la voz. No se me da bien juzgar, pero cuando se puso a hacer bocetos me pareció un tipo con mucho talento. En fin, yo estaba allí desnuda…
– No me digas -dijo Roarke, y apartando al gato se puso encima de ella.
– Para las medidas. -Compuso un gesto burlón.
– Sigue, sigue.
– Bien. Mavis había ido a buscar el té…
– Qué oportuno.
– Y entonces apareció ella, como quien dice babean?do. Una tía de bandera; casi un metro ochenta, delgada como un rayo láser, casi un metro de pelo rojizo y una cara… bien, usaré las magnolias otra vez. Se puso a gri?tarle, y el gran tipo se acobardó, así que la mujer se lanzó sobre mí. Tuve que neutralizarla.
– Le pegaste.
– Bueno, sí, para evitar que ella me rajase la cara con sus uñas como cuchillos.
– Santo Dios. -La besó, primero una mejilla y luego la otra, después el mentón-. ¿Por qué será que haces sa?lir la bestia que todos llevamos dentro?
– Cosa de la suerte, supongo. Bueno, pues la tal Pan?dora…
– ¿Pandora? -Roarke alzó la cabeza y achicó los ojos-. La modelo.
– Sí, se supone que es el no va más en su profe?sión.
Él se echó a reír, primero con mesura y luego a rien?da suelta hasta que se tumbó de nuevo boca arriba.
– Le diste un guantazo a la preciosa Pandora. ¿No le atizarías en ese culo perfecto que tiene?
– Pues sí. -Eve empezó a comprender, y de pronto sintió una repentina punzada de celos-. La conoces.
– Se podría decir que sí.
– Ya.
Roarke arqueó una ceja, más divertido que pruden?te. Eve se había incorporado y le miraba ceñuda. Por primera vez desde que se conocían, él notó un toque de verde en su mirada.
– Coincidimos un día, una cosa breve. -Se rascó la barbilla-. Lo recuerdo muy vagamente.
– Cabrón.
– Procuraré esforzarme. ¿Estabas diciendo?
– ¿Hay alguna mujer excepcionalmente guapa con la que no te hayas acostado?
– Te haré una lista. Bien, noqueaste a Pandora…
– Sí. -Eve lamentaba haberle dado un puñetazo-. Se puso a gimotear, y entonces entró Mavis y la otra se le echó encima. Empezaron a tirarse de los pelos y a ara?ñarse; mientras, Leonardo se retorcía las manos.