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Hizo ademán de agarrarla de los hombros pero dejó caer las manos.

– No puedo tocarte. -Sacudido por la violencia inte?rior que sentía, Roarke retrocedió-. Tengo miedo de ponerte las manos encima. No podría soportar que estar conmigo te recordara lo que él te hizo.

– No. -Abrumada, fue ella quien alargó la mano-. No. Tú eres distinto. Cuando me tocas sólo estamos tú y yo. Pero tengo que solucionar esto.

– ¿Tú sola? -Fueron las palabras más amargas-. ¿Igual que querías enfrentarte sola a tus pesadillas? Yo no puedo volver al pasado y matarlo, Eve. Daría cual?quier cosa por poder hacerlo. Pero no puedo. No dejaré que sufras tú sola. Ninguno de los dos puede tomar esa opción. Siéntate.

– Roarke.

– Por favor, Eve. -Vio que ella no le escucharía si le dominaba la cólera. Tampoco iba a escucharle con bue?nas razones-. ¿Confías en la doctora Mira?

– Sí, bueno yo…

– Como en cualquier otra persona -acabó él-. Con eso basta. -Fue hacia el escritorio.

– ¿Qué vas a hacer?

– Telefonearla.

– Pero si es de noche.

– Ya lo sé. -Conectó el enlace-. Estoy dispuesto a aceptar su consejo.

Ella empezó a protestar pero no encontró cómo. Fa?tigada, dejó caer la cabeza en sus manos.

– Está bien.

Se quedó allí, escuchando apenas la voz de Roarke, las respuestas murmuradas. Cuando hubo terminado de hablar, él le tendió la mano. Ella la miró.

– Ahora viene. ¿Quieres bajar?

– No quiero hacerte daño ni que te enfades.

– Has conseguido ambas cosas, pero eso no es lo que más importa ahora. -Le tomó la mano y la hizo levan?tar-. No te dejaré marchar, Eve. Si no me quisieras o no me necesitaras, lo haría. Pero tú me quieres. Y aunque tengas problemas para aceptarlo, también me necesitas.

No quiero abusar de ti, pensó ella mientras bajaban la escalera.

Mira no tardó mucho. Como era su costumbre, lle?gó puntual y perfectamente arreglada. Saludó a Roarke con serenidad, miró a Eve y se sentó.

– Me gustaría tomar un brandy, si no te importa. Y creo que la teniente debería hacer igual. -Mientras él se ocupaba de las copas, Mira echó un vistazo a la habi?tación-. Qué casa más acogedora. -Sonrió y ladeó la ca?beza-. Vaya, Eve, se ha cambiado el peinado. Le favore?ce muchísimo.

Perplejo, Roarke se detuvo y miró.

– ¿Qué te has hecho en el pelo?

Ella levantó un hombro.

– Oh, nada, bueno, sólo…

– Hombres. -Mira hizo girar el brandy dentro de su copa-. ¿Por qué nos molestamos? Cuando mi marido no nota algún cambio, siempre dice que me adora por lo que soy, no por mi peinado. Yo, por lo general, dejo que se lo crea. En fin. -Se apoyó en el respaldo-. ¿Me lo va a contar?

– Sí. -Eve repitió todo cuanto había dicho a Roarke, pero ahora con la voz del policía: serena, fría y distante.

– Ha sido una noche difícil. -Mira desvió la mirada hacia Roarke-. Para ustedes dos. Tal vez no sea fácil creer que a partir de ahora todo vaya a mejorar. ¿Puede acep?tar que su mente estaba lista para afrontarlo?

– Imagino que sí. Los recuerdos empezaron a fluir más claros después de eso… -Eve cerró los ojos-. Hace unos meses me llamaron por un problema doméstico. Llegué demasiado tarde. El padre iba de Zeus. Había acuchillado a la muchacha antes de mi llegada. Yo acabé con él.

– Sí, lo recuerdo. La niña podría haber sido usted. Pero usted sobrevivió.

– Mi padre no.

– ¿Y qué le hace sentir eso?

– Alegría. E inquietud, sabiendo que puedo engen?drar tanto odio.

– Él le pegó. La violó. Era su padre, y usted debería haberse sentido a salvo con él. ¿Cómo cree que debe?ría enjuiciar todo eso?

– Fue hace muchos años.

– No; fue ayer -le corrigió Mira-. Hace una hora.

– Sí. -Eve miró su brandy y contuvo las lágrimas.





– ¿Estuvo mal defenderse?

– No, defenderse no. Pero yo le maté. Incluso cuan?do ya estaba muerto, seguí matándolo. El odio me cega?ba, la ira era incontrolable. Fui como un animal.

– Él la había tratado como un animal. La convirtió en animal. Sí -dijo al ver que ella se estremecía-, aparte de robarle la niñez y la inocencia, la despojó de su humani?dad. Existen palabras técnicas para designar una perso?nalidad capaz de hacer lo que él hizo, pero en lenguaje llano -añadió con su frialdad habitual- su padre era un monstruo.

Mira vio cómo Eve miraba a Roarke y luego bajaba la vista.

– Le privó de su libertad -continuó-, la marcó, la deshonró. Para él usted no era humana, y si la situación no hubiese cambiado, usted tal vez no habría sido más que un animal si es que sobrevivía. Y pese a todo, des?pués de la huida, usted se abrió camino. ¿Qué es ahora, Eve?

– Un policía.

Mira sonrió. Había esperado justamente esa res?puesta.

– ¿Y qué más?

– Una persona.

– ¿Una persona responsable?

– Claro.

– Capaz de amistad, lealtad, compasión, humor. ¿Amor?

Eve miró otra vez a Roarke.

– Sí, pero…

– ¿Esa niña era capaz?

– No, ella… yo tenía demasiado miedo. De acuerdo, he cambiado. -Eve se apretó la sien, sorprendida y aliviada de que el dolor de cabeza estuviera remitiendo-. Me convertí en algo decente, pero eso no quita que ma?tara. Es preciso que haya una investigación.

Mira arqueó una ceja.

– Nadie le pondrá reparos si el hecho de descubrir la identidad de su padre es importante para usted. ¿Lo es?

– No. Eso me importa un comino. Pero…

– Disculpe. -Mira levantó una mano-. ¿Quiere pro?mover una investigación por la muerte de este hombre a manos de la niña de ocho años que era usted entonces?

– Es el procedimiento habitual -dijo Eve, testaruda-. Y eso exige mi inmediata suspensión hasta que el equipo investigador se dé por satisfecho. También será conve?niente que mis planes personales queden aplazados has?ta que todo se aclare.

Percibiendo la ira de Roarke, Mira le lanzó una mi?rada de advertencia y vio que él lograba dominarse.

– Se aclare, ¿cómo? -preguntó razonablemente-. No pretendo decirle cuál es su trabajo, teniente, pero esta?mos hablando de algo que sucedió hace unos veintidós años.

– Fue ayer. -Eve encontró cierto gusto en devolverle sus palabras a Mira-. Fue hace una hora.

– Emocionalmente sí -concedió Mira impertérrita-. Pero en la práctica, y en términos legales, fue hace más de dos décadas. No habrá cadáver ni pruebas físicas que examinar. Están, eso sí, las fichas donde consta el estado en que la encontraron, los abusos, la malnutrición, el trauma. Lo que hay ahora es su memoria: ¿cree que su historia cambiaría a lo largo de un interrogatorio?

– No, claro que no, pero… Es el procedimiento.

– Es usted una excelente policía -dijo Mira-. Si este asunto cayera sobre su mesa, tal como está, ¿cuál sería su opinión profesional y objetiva? Antes de que me respon?da, sea honesta. No tiene por qué castigarse a sí misma ni a esa niña inocente. ¿Qué haría usted como policía?

– Yo… -Vencida, dejó la copita sobre la mesa y cerró los ojos-. Yo lo cerraría.

– Pues hágalo.

– No depende de mí.

– Será un placer llevar este asunto ante su comandan?te, en privado, exponerle los hechos y mi recomenda?ción personal. Creo que usted ya sabe cuál será su deci?sión. Necesitamos gente como usted para que nos protejan, Eve. Y aquí hay un hombre que necesita que confíe en él.

– Confío en él. -Eve cobró arrestos para mirar a Roarke-. Pero tengo miedo de estar utilizándolo. No impor?ta lo que otras personas piensen del dinero, del poder. No quiero darle el menor motivo para pensar que alguna vez podría abusar de él.

– ¿Acaso él lo piensa?

Eve cerró la mano en torno al diamante que colgaba entre sus pechos.

– Está demasiado enamorado de mí para pensar.

– Vaya, yo diría que eso es estupendo. Y creo que no tardará usted en ver la diferencia entre depender de al?guien a quien ama y explotar sus recursos. -Mira se puso en pie-. Le recomendaría que se tome un sedante y el día libre, pero sé que no hará lo uno ni lo otro.