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– ¿No lo habrán comprobado ya los del gabinete?

– ¿Por qué? Ella no murió aquí. Sólo se les pidió que verificasen la hora de partida. -Eve se acercó al monitor, ordenó un replay de la fecha y la hora en cuestión. Vio a Pandora saliendo hecha una furia de la casa y perderse rápidamente de vista-. Las dos y ocho minutos. De acuerdo, veamos qué sacamos de eso. Hora de la muerte, aproximadamente las tres. Ordenador, avanzar hasta las tres cero cero, al triple del tiempo real. -Miró el cronó?metro-. Congelar imagen. Qué hijoputa. Vea eso, Pea?body.

– Lo veo, salta de las cuatro y tres minutos a las cua?tro treinta y cinco. Alguien desconectó la cámara. Tuvo que hacerlo por control remoto. Sabía lo que estaba pa?sando.

– Alguien tenía muchas ganas de entrar, de ir a bus?car algo, de jugársela. Una caja con sustancias ilegales. -Su sonrisa fue tenebrosa-. Tengo un presentimiento en la tripa, Peabody. Vayamos a ver a los del laboratorio.

Capitulo Nueve

– ¿Por qué me buscas las cosquillas, Dallas?

Arrebujado en su bata de laboratorio, el técnico jefe Dickie Berenski analizaba un mechón de vello púbico. Era un hombre muy meticuloso, además de un plomo de cuidado. Pese a ser famoso por su lentitud en los análisis, su promedio de éxitos ante los tribunales le convertía en el elemento más valioso del laboratorio de la policía.

– ¿No ves que estoy aquí encerrado? -Con sus ata?reados dedos de araña ajustó el enfoque de sus microgafas-. Tenemos seis homicidios, diez violaciones, una carretada de sospechosos y muertos desatendidos, y demasiadas cosas en que pensar. No soy un robot, joder.

– Poco te falta -masculló Eve.

No le gustaba el laboratorio, con su atmósfera anti?séptica y sus paredes blancas. Era como un hospital, o peor aún, la sala de Pruebas. Todo policía que empleara la fuerza hasta el punto de provocar una muerte se veía obligado a pasar por Pruebas. Sus experiencias con esa rutina especialmente insidiosa no habían sido nada agra?dables.

– Mira, Dickie, has tenido tiempo de sobra para ana?lizar esa sustancia.

– Tiempo de sobra… -El técnico se apartó de la mesa. Sus ojos, tras las gafas especiales, eran grandes y osados como los de un búho-. Tú y todos los polis de la ciudad os creéis que lo vuestro es prioritario. Como si pudiése?mos dejar todo lo demás. ¿Sabes qué ocurre cuando sube la temperatura, Dallas? Que la gente se pone irasci?ble, eso ocurre. Tú sólo tienes que calmarlos, pero noso?tros, mi equipo y yo, tenemos que examinar cada cabe?llo y cada fibra. Eso lleva tiempo.

Su tono quejumbroso exasperó a Eve.

– Homicidios me está dando la paliza, e Ilegales me atosiga por no sé qué mierda de polvo -añadió él-. Ya tienes el resultado preliminar.

– Necesito el final.

– Bueno, pues no está listo. -Los labios de Dickie es?bozaron un puchero al darse la vuelta y poner en panta?lla la imagen ampliada del pelo-. He de terminar un ADN.

Eve sabía cómo manejarle. No le gustaba hacerlo, pero sabía cómo.

– Tengo dos butacas de tribuna para el partido de los Yankees contra los Red Sox.

Los dedos del técnico volaron sobre los controles.

– ¿De tribuna?

– Frente a la tercera base.

Dickie se quitó las gafas para examinar la habitación. Había otros técnicos trabajando en sus ordenadores.

– A lo mejor té consigo algo. -Impulsó su silla hacia la derecha hasta ponerse ante otro monitor. Conectó el teclado y abrió el archivo manualmente. Tecleó despa?cio, mirando la pantalla-. El problema está ahí, ¿lo ves? Es este elemento.

Para Eve sólo eran colores y símbolos desconocidos, pero gruñó mientras salían los datos. El elemento desco?nocido que ni siquiera la unidad de Roarke había podi?do identificar.

– ¿Es esa cosa roja?

– No, no, eso es una anfetamina corriente. La hay en Zeus, en Buzz, en Smiley. Vaya, se puede conseguir un derivado en cualquier sitio donde pagues al contado. Quiero decir esto. -Señaló con el dedo a un garabato verde.

– Ya, ¿qué es?



– Eso nos preguntamos todos, Dallas. Nunca lo ha?bía visto. El ordenador no puede identificarlo. Yo me huelo que procede de otro planeta.

– Eso sube las apuestas, ¿verdad? Por traer una sus?tancia desconocida de fuera del planeta te pueden caer veinte años en cárcel de máxima seguridad. ¿Se conocen los efectos?

– Estoy trabajando en ello. Parece que tiene algunas de las propiedades de las drogas analgésicas. Se carga los radicales libres. Pero hay ciertos efectos secundarios ne?fastos cuando se mezcla con las otras sustancias encon?tradas en el polvo. Lo tienes casi todo en el informe. In?tensifica el deseo sexual, lo que no es mala cosa, pero a eso siguen violentos cambios de humor. Aumenta la fortaleza física pero propicia la falta de control. Deja el sistema nervioso hecho polvo. Te sientes de puta madre un rato, prácticamente invulnerable, te dan ganas de joder como un conejo, pero no te importa gran cosa si a tu pareja le interesa o no. Cuando llega la bajada, se produ?ce de golpe y rápidamente y la única cosa que te pone a tono es una nueva dosis. Si sigues con eso, subiendo y bajando todo el rato, el sistema nervioso acaba diciendo basta. Y te mueres.

– Básicamente es lo que ya me habías dicho.

– Porque estoy atascado con el elemento X. Es un vegetal, de eso estoy seguro. Similar a una especie de va?leriana que se da en el sudoeste. Los indios utilizaban las hojas para curar. Pero la valeriana no es tóxica y esto sí.

– ¿Es un veneno?

– Tomado solo y en dosis suficiente, lo sería, en efec?to. También lo son muchas hierbas y plantas empleadas en medicina.

– Es una hierba medicinal.

– Yo no he dicho eso. -Dickie hinchó los carrillos-. Seguramente es un híbrido de otro planeta. No puedo decirte más, de momento. Tú y los de Ilegales no vais a conseguir que encuentre la respuesta metiéndome prisas.

– Este caso no es de Ilegales sino mío.

– Díselo a ellos.

– Lo haré. Bueno, Dickie. Ahora necesito el análisis toxicológico de Pandora.

– No lo llevo yo, Dallas. Se lo pasamos a Suzie-Q, y tiene todo el día libre.

– Tú eres el jefe de esto, y yo necesito el informé. -Esperó un segundo-. Con las butacas de tribuna van dos pases para vestuarios…

– Ya. Bien, no estará de más hacer alguna averigua?ción. -Marcó su código y luego el archivo-. Suzie-Q lo guardó, bravo por ella. Jefe Berenski, invalidar seguri?dad en Archivo Pandora, Identificación 563922-H.

PRUEBA DE VOZ VERIFICADA.

– Mostrar lexicología.

PRUEBAS DE TOXICOLOGÍA PENDIENTES. RESULTADOS PRELIMINARES EN PANTALLA.

– Estuvo bebiendo mucho -murmuró Dickie-. Cham?pán francés, del mejor. Seguramente murió feliz. Por lo visto era Dom del 55. Buen trabajo, el de Suzie-Q. Aña?dió unos cuantos polvos de la felicidad. A la difunta le gustaban las fiestas. Diría que es Zeus… No. -Inclinó los hombros hacia adelante, como hacía siempre que estaba intrigado o incómodo-. ¿Qué diablos es esto?

Cuando el ordenador empezaba a detallar los ele?mentos, Dickie cortó de un capirotazo rabioso y empe?zó a examinar el informe manualmente.

– Aquí había alguna mezcla -musitó.

Sus dedos jugaron con los controles como los de un pianista en su primer recital: pausados, cautos, precisos. Dallas vio cómo los símbolos iban formándose, disper?sándose y alineándose otra vez. Y entonces vio también la pauta.

– Es la misma. -Eve miró a la silenciosa Peabody con ojos de acero-. Es la misma sustancia.

– Yo no he dicho eso -interrumpió Dickie-. Cállate y deja que termine de ver el análisis.

– Es la misma -repitió Eve-, con el mismo garaba?to verde del elemento X. Pregunta, Peabody: ¿qué tie?nen en común una top-model y un soplón de segunda clase?

– Los dos están muertos.