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– Cuando saliste del ZigZag, ¿qué dirección tomaste?
– Acababa de tomar dos triple zombies. Más que an?dar iba a trompicones. No sé hacia adonde. Dallas, no sé cómo se llaman los otros locales donde entré, ni qué más bebí. Todo era muy confuso. Música, gente riendo… al?guien bailando en una mesa.
– ¿Hombre o mujer?
– Un tipo. Muy bien dotado. Llevaba un tatuaje, creo. Quizá era pintado. Seguro que era una serpiente, o un lagarto.
– ¿Qué aspecto tenía el bailarín?
– Jo, Dallas, no miré más arriba de la cintura.
– ¿Hablaste con él?
Mavis se llevó las manos a la cabeza y trató de recordar.
– No lo sé. Estaba realmente mal. Recuerdo que no paré de andar; que fui a casa de Leonardo, pensando que sería la última vez que le vería. No quería estar borracha cuando llegara, así que tomé un Sober Up antes de en?trar. Entonces la encontré a ella, y fue mucho peor que estar ebria.
– ¿Qué fue lo primero que viste al entrar?
– Sangre. Mucha sangre. Cosas rotas por el suelo, más sangre. Tenía miedo de que Leonardo hubiera hecho una tontería y corrí a la zona del taller, y vi a Pandora. -Era un recuerdo que podía evocar con claridad-. La vi. La re?conocí por el pelo, y porque llevaba el mismo conjunto que en la fiesta. Pero su cara… de hecho ni siquiera tenía cara. No pude gritar. Me arrodillé a su lado. No sé qué pensé entonces,, pero sí que tenía que hacer algo. Luego algo me golpeó y cuando desperté te llamé a ti.
– ¿Viste a alguien en la calle mientras entrabas en el edificio?
– No. Era muy tarde.
– Háblame de la cámara de seguridad.
– Estaba rota. Hay gamberros que se dedican a estro?pearlas. No se me ocurrió otra razón.
– ¿Cómo entraste en el apartamento?
– El cerrojo no estaba echado. Simplemente entré.
– ¿Y Pandora estaba muerta cuando tú llegaste? ¿Pe?leaste con ella en el apartamento de Leonardo?
– No. Ya estaba muerta. Dallas…
– ¿ Por qué peleaste con ella las otras veces?
– Ella amenazó con arruinar la carrera de Leonardo. -La cara magullada de Mavis registró emociones diver?sas: miedo, dolor, pena-. Pandora no quería dejarle. Nosotros estábamos enamorados, pero ella no quería soltarlo. Ya viste cómo las gasta, Dallas.
– Leonardo y su carrera son muy importantes para ti.
– Yo le amo -dijo Mavis con voz queda.
– Harías cualquier cosa para protegerle, para evitar que alguien pudiera hacerle daño, personal o profesionalmente.
– Había decidido salir de su vida -declaró Mavis con una dignidad que hizo mella en Eve-. De lo contrario ella le habría hecho daño, y yo no podía dejar que eso sucediera.
– No habría podido hacerle daño, ni a él ni a ti, si hu?biera estado muerta.
– Yo no la maté.
– Fuiste a su casa, discutisteis, ella te pegó y tú te vol?viste. Al salir, te emborrachaste. Conseguiste llegar a casa de Leonardo, la encontraste allí. Quizá discutisteis otra vez, quizá ella te agredió de nuevo. Tú te defendis?te, y la cosa pasó a mayores.
Los grandes ojos cansados de Mavis reflejaron pri?mero perplejidad y luego dolor.
– ¿Por qué dices eso? Sabes que no es verdad.
Inexpresiva, Eve se inclinó hacia adelante:
– Pandora había convertido tu vida en un infierno al amenazar al hombre que amas. Te hizo daño, física?mente. Era más fuerte que tú. Cuando te vio entrar en casa de Leonardo se lanzó sobre ti otra vez. Te tumbó, te diste un golpe en la cabeza. Entonces te entró miedo y agarraste lo que tenías más a mano. Para protegerte. Ella quizá se abalanzó sobre ti y tú le pegaste otra vez. Para protegerte. Entonces perdiste el control y seguiste pegándole y pegándole, hasta ver que estaba muerta.
Mavis sollozó y meneó la cabeza mientras su cuerpo se estremecía.
– No es verdad. Yo no la maté. Ella ya estaba muerta. Por Dios, Dallas, ¿cómo puedes pensar que yo sea capaz de una cosa así?
– Quizá no fuiste tú. -Vamos, presiónala, se ordenó Eve desangrándose por dentro. Presiona más, para que quede constancia-. Quizá fue Leonardo y tú le estás protegiendo. ¿Viste si él perdía el control, Mavis? ¿Aca?so cogió el bastón y la golpeó?
– ¡No, no, no!
– ¿ O quizá llegaste cuando ya la había matado, mien?tras él contemplaba con pánico lo que había hecho? Querías ayudarlo y le dijiste que huyera…
– No. No fue así. -Mavis se levantó de la silla, pálida como la cera, desorbitada la mirada-. Él ni siquiera esta?ba. No vi a nadie en el apartamento. Él no pudo hacerlo. ¿Por qué no escuchas lo que te digo?
– Sí te escucho, Mavis. Siéntate. Vamos, siéntate -re?pitió con más suavidad- Ya casi hemos acabado. ¿Hay alguna cosa que quieras añadir a tu declaración o algún cambio que quieras hacer a su contenido?
– No -murmuró, y se quedó mirando sin expresión más allá de Eve.
– Esto da por terminada la entrevista Uno, Mavis Freestone, archivo Homicidios, Pandora, Dallas, tenien?te Eve. -Anotó la fecha y la hora, desconectó la grabado?ra, respiró hondo-. Lo siento, Mavis, lo siento mucho.
– ¿Cómo has podido? ¿Cómo has sido capaz de de?cirme esas cosas?
– Tengo que decírtelas. Tengo que hacerte esas pre?guntas, y tú has de contestarlas. -Puso una mano firme sobre la de Mavis-. Puede que tenga que hacértelas otra vez, y tú tendrás que contestar de nuevo. Mírame, Mavis. -Esperó a que ella desviase la mirada-. Ignoro lo que los de Identificación van a averiguar, lo que dirán los in?formes del laboratorio. Pero como no tengamos mucha suerte, vas a necesitar un buen abogado.
Mavis palideció.
– ¿Vas a arrestarme?
– No sé si habrá que llegar a eso, pero quiero que es?tés preparada. Ahora vete a casa con Roarke y duerme un poco. Quiero que hagas un esfuerzo por recordar horas, lugares y personas. Si te acuerdas de algo, me lo grabas.
– ¿Y tú qué vas a hacer?
– Mi trabajo. Soy muy buena en eso, Mavis. Recuér?dalo bien, y confía en que yo lo aclare todo.
– ¿Aclararlo todo? -repitió con amargura-. Querrás decir demostrar mi inocencia. ¿No dicen que uno es inocente hasta que se demuestra lo contrario?
– Ésa es una de las grandes mentiras de la vida. -Eve se puso en pie y la condujo hacia el pasillo-. Haré lo que esté en mi mano para cerrar el caso rápidamente. Es lo único que puedo decirte.
– Podrías decir que me crees.
– Eso también te lo digo. -Pero no podía dejar que esa idea interfiriera en su investigación.
Siempre había papeleo. Al cabo de una hora había hecho firmar a Mavis dejándola bajo arresto voluntario en casa de Roarke. Oficialmente, Mavis Freestone constaba como testigo. Extraoficialmente, como Eve sabía, era el primer sospechoso. Con la intención de poner pronto re?medio, entró en su despacho.
– Bueno, ¿qué es eso de que Mavis se ha cargado a una modelo?
– Feeney. -Eve podría haberle besado hasta la última arruga. Estaba sentado a su mesa con su sempiterna bolsa de cacahuetes sobre el regazo y el ceño bien instalado en la frente-. Los rumores corren.
– Ha sido lo primero que he oído al pasar por el res?taurante. Cuando detienen a la amiga de uno de nuestros mejores polis, enseguida se sabe.
– No está detenida. De momento, es testigo de un caso.
– Los media ya se han enterado. Aún no tienen el nombre de Mavis, pero sí la cara de la víctima desparra?mada en la pantalla. Mi mujer me sacó de la ducha para que lo viese. Pandora era todo un personaje.
– Sí, viva o muerta. -Cansada, Eve se apoyó contra la esquina de su mesa-. ¿Quiere un informe detallado de la declaración de Mavis?
– ¿Para qué cree que he venido, si no?
Eve se lo dio escrito en la taquigrafía policial que ambos comprendían y le dejó cejijunto.
– Caramba, Dallas, su amiga lo tiene crudo. Usted misma las vio peleando.
– Sí, en directo y en persona. A saber por qué diablos se le ocurrió enfrentarse otra vez a Pandora… -Se paseó por la habitación-. Eso empeora las cosas. Espero y de?seo que el laboratorio consiga alguna cosa. Pero no pue?do contar con ello. ¿Cómo anda de trabajo, Feeney?