Страница 34 из 35
Don Juan se detuvo y caminó hacia el costado de la casa y se internó entre los matorrales. Cambié de postura para encararlo. Luego volví a sentarme. Ya no quería cantar. Mi energía parecía desgastarse. Todo el cuerpo me dolía; cada músculo estaba tieso y dolorosamente contraído. No sabía qué pensar. No podía decidir si enojarme con don Juan o no. Pensé en saltarle encima, pero de alguna manera supe que él me derribaría de golpe como a un insecto. Tuve verdaderas ganas de llorar. Experimentaba una honda desesperanza; la idea de que don Juan iba a tales extremos por asustarme provocaba en mí una sensación de llanto. Me resultaba imposible hallar un motivo para su tremendo despliegue histriónico; sus movimientos eran tan habilidosos que me confundían. No era como si tratara de moverse como mujer; era como si una mujer tratara de moverse igual que don Juan. Tuve la impresión de que esa mujer intentaba en verdad caminar y moverse con la deliberación de don Juan, pero era demasiado pesada y no tenía la ligereza de don Juan. Quien estuviera frente a mí creaba la impresión de ser una mujer pesada, de menos edad, tratando de imitar los movimientos lentos de un anciano ágil.
Estos pensamientos me arrojaron a un estado de pánico. Un grillo empezó a clamar ruidosamente, muy cerca de mí. Noté la riqueza de su tono; imaginé que tenía voz de barítono. El canto empezó a disolverse. De pronto, todo mi cuerpo se contrajo. Volvía adoptar la forma de lucha y encaré la dirección de donde había venido el canto del grillo.
El sonido me estaba atrapando; había empezado a atraparme antes de que yo me diera cuenta de que solamente era como de grillo. El sonido se acercó de nuevo. Se hizo terriblemente fuerte. Empecé a cantar mis canciones de peyote, más y más alto. De pronto el grillo calló. Inmediatamente- me senté, pero seguí cantando. Un momento después vi la figura de un hombre correr hacia mí, viniendo de la dirección opuesta al llamado del grillo. Palmotee sobre mi muslo y mi pantorrilla y pateé vigorosa, frenéticamente. La figura pasó muy aprisa, casi tocándome. Parecía un perro. Experimenté un miedo tan espantoso que quedé insensible. No recuerdo haber sentido ni pensado nada más.
El rocío de la mañana fue refrescante. Me sentí mejor. El fenómeno, fuera lo que fuese, parecía haberse retirado. Eran las 5:48 a.m. cuando don Juan abrió calladamente la puerta y salió. Estiró los brazos, bostezando, y me miró. Dio dos pasos hacia mí, prolongando su bostezo. Vi sus ojos mirar a través de párpados entornados. Me levanté de un salto; supe entonces que quienquiera, o lo que fuera, que estuviese frente a mí, no era don Juan.
Recogí del suelo una piedra pequeña, con filos agudos. Estaba junto a mi mano derecha. No la miré; únicamente la sostuve apretándola con el pulgar contra los dedos extendidos- Adopté la forma que don Juan me había enseñado. En cuestión de segundos, sentí que me llenaba un extraño vigor. Entonces grité y arrojé la piedra. Me pareció un clamor magnífico. En ese momento, no me importaba vivir ni morir. Sentí que el grito era estremecedor en su potencia. Era penetrante y prolongado, y en verdad dirigió mi puntería. La figura frente a mí osciló y chilló y trastabilló hacia el costado de la casa, para internarse de nuevo en el matorral.
Tardé horas en calmarme. Ya no pude tomar asiento; trotaba de continuo en el mismo sitio. Tenía que respirar por la boca para recibir aire suficiente.
A las 11 a.m. don Juan volvió a salir. Yo iba a dar un salto, pero los movimientos eran suyos. Fue derecho a su sitio y se sentó como solía. Me miró y sonrió. ¡Era don Juan! Fui a él y, en vez de enojarme, besé su mano. Creía realmente que él no había actuado para crear un efecto dramático, sino que alguien lo había suplantado para hacerme daño o matarme.
La conversación se inició con especulaciones sobre la identidad de una persona femenina que supuestamente había tomado mi alma. Luego don Juan me pidió contarle cada detalle de mi experiencia.
Narré toda la secuencia de eventos en una forma muy deliberada. El rió todo el tiempo, como si fuera un chiste. Cuando terminé, dijo:
– Te fue bien. Ganaste la batalla por tu alma. Pero el asunto es más serio de lo que yo creía. Anoche tu vida no valía ni un carajo. Tu buena suerte fue que sabías lo suficiente y te defendiste. De no haber tenido un poco de preparación, ahorita estarías muerto, porque lo que te visitó anoche traía ganas de acabar contigo.
– ¿Cómo es posible, don Juan, que alguien tomara la forma de usted?
– Muy sencillo. Lo que te visitó anoche es una diablera y tiene un buen ayudante del otro lado. Pero no fue muy buena para tomar mi apariencia, y tú diste con el truco.
– ¿Un ayudante del otro lado es lo mismo que un aliado?
– No, un ayudante es la ayuda de un diablero. Un ayudante es un espíritu que vive del otro lado del mundo y ayuda al diablero a causar enfermedad y dolor. Lo ayuda a matar.
– ¿Puede un diablero tener también un aliado, don Juan?
– Por supuesto, si son los diableros los que tienen aliados, pero antes de que un diablero pueda domar a un aliado, el diablero acostumbra tener un ayudante que lo auxilie en sus tareas.
– ¿Y la mujer que tomó su forma, don Juan? ¿Tiene sólo ayudante y no aliado?
– No sé si tenga aliado o no. A algunas personas no les gusta el poder de un aliado y prefieren un ayudante. Domar un aliado es trabajo duro. Sale más fácil conseguir un ayudante del otro lado.
– ¿Piensa usted que yo podría conseguir un ayudante?
– Para saberlo, tienes que aprender mucho más. Estamos otra vez al principio, casi como el primer día que viniste a pedirme hablar de Mescalito, y yo no podía porque no me habrías entendido ni una palabra. Ese otro lado es el mundo de los diableros. Creo que lo mejor será decirte lo que yo creo y siento, como lo hizo mi benefactor. El era diablero y guerrero; su vida se inclinaba hacia la fuerza y la violencia del mundo. Pero yo no soy ninguna de las dos cosas. Esa. es mi naturaleza. Tú has visto mi mundo desde el principio. En cuanto a enseñarte el camino de mi benefactor, nada más puedo dejarte en la puerta, y tú tendrás que decidir solo; tendrás que aprenderlo por tu propia cuenta. Debo reconocer ahora que cometí un error contigo. Habría sido mucho mejor, ahora lo veo, empezar como yo mismo empecé. Así es más fácil darse cuenta de cuán sencilla y a la vez cuán profunda es la diferencia. Un diablero es un diablero y un guerrero es un guerrero. O se puede ser las dos cosas. Hay bastante gente que es las dos cosas. Pero un hombre que sólo recorre los caminos de la vida lo es todo. Hoy no soy ni guerrero ni diablero. Para mí ya no hay nada de eso. Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo. Y esos recorro mirando, mirando, sin aliento,
Hizo una pausa. Su rostro reflejaba un estado de ánimo peculiar; parecía inusitadamente serio. Yo no sabía qué preguntar ni qué decir.
Don Juan prosiguió:
– La cosa que hay que aprender es cómo llegar a la raja entre los mundos y cómo entrar en el otro mundo. Hay una raja entre los dos mundos, el mundo de los diableros y el mundo de los hombres vivos. Hay un lugar donde los dos mundos se montan el uno sobre el otro. La raja está allí. Se abre y se cierra como una puerta con el viento. Para llegar allí, un hombre debe ejercer su voluntad. Debe, diría yo, desarrollar un deseo indomable, una dedicación total. Pero debe hacerlo sin ayuda de ningún poder ni de ningún hombre. El hombre sólo debe reflexionar y desear hasta el momento en que su cuerpo esté listo para emprender el viaje. Ese momento se anuncia con un temblor prolongado de los miembros y vómitos violentos. Por lo general, el hombre no puede dormir ni comer, y se va gastando.
Cuando las convulsiones ya no cesan, el hombre está listo para partir, y la raja entre los mundos aparece enfrente de sus ojos como una puerta monumental: una rendija que sube y baja. Cuando se abre, el hombre tiene que-colarse por ella. Del otro lado de esa frontera es difícil distinguir. Hace viento, como polvareda. El viento se arremolina. El hombre debe entonces caminar en cualquier dirección. El viaje será corto o largo, según su fuerza de voluntad. Un hombre de voluntad fuerte hace viajes cortos. Un hombre débil, indeciso, viaja largo y con dificultades. Después de este viaje, el hombre llega a una especie de meseta. Se pueden distinguir con claridad algunos de sus rasgos. Es un plano encima de la tierra. Se le reconoce por el viento, que allí sopla todavía más fuerte: golpea, ruge por todo el derredor. En la parte más alta de esa meseta está la entrada al otro mundo. Y hay una especie de piel que separa los dos mundos; los muertos la atraviesan sin ruido, pero nosotros tenemos que romperla con un grito. El viento reúne fuerza, el mismo viento indómito que sopla en la meseta. Cuando el viento ha juntado fuerza suficiente, el hombre tiene que gritar y el viento lo empuja al otro lado. Aquí también su voluntad debe ser inflexible, para poder combatir al viento. Todo lo que necesita es un empujón suave, y no que el viento lo mande al fin del otro mundo. Una vez que está del otro lado, tiene que vagar por allí. Su buena suerte sería encontrar un ayudante cerca, no muy lejos de la entrada. El hombre tiene que pedirle ayuda. En sus propias palabras, tiene que pedir al ayudante que lo instruya y lo haga diablero. Cuando el ayudante acepta, mata al hombre allí mismo, y mientras está muerto le enseña. Cuando hagas el viaje, a lo mejor encuentras a un gran diablero en el ayudante que te mate y te enseñe; eso depende de tu suerte. Pero las más de las veces uno encuentra brujos de mala muerte sin gran cosa que enseñar. Pero ni tú ni ellos tienen el poder de negarse. El mejor de los casos es hallar un ayudante macho para no caer en manos de una diablera que lo haga a uno sufrir en forma increíble. Las mujeres siempre son así. Pero eso depende de la pura suerte, a no ser que el benefactor de uno sea también un gran diablero, caso en el cual tendrá muchos ayudantes en el otro mundo y puede mandarlo a uno a ver a un ayudante en particular. Mi benefactor era uno de esos hombres.
"Me guió al encuentro de su espíritu ayudante. Después de que regreses, ya no serás el mismo. Estás comprometido a volver y a ver seguido a tu ayudante. Y estás comprometido a alejarte más y más de la entrada, hasta que por fin un día irás demasiado lejos y no podrás regresar. A veces un diablero pesca un alma y la empuja por la entrada y la deja a la custodia de su ayudante mientras él le roba a la persona toda su voluntad. En otros casos, el tuyo por ejemplo, el alma pertenece a una persona de voluntad fuerte, y el diablero sólo puede guardarla en su morral, porque es demasiado difícil llevársela al otro lado. En tales casos, como en el tuyo, una batalla puede resolver el problema: una batalla en que el diablero se juega el todo por el todo. Esta vez perdió el combate y tuvo que soltar tu alma. De haber ganado, se la llevaba a su ayudante para que se quede con ella."
– Pero ¿cómo le gané?
– No te moviste de tu sitio. Si te hubieras apartado un centímetro, te habría hecho polvo. La diablera escogió el momento en que yo no estaba como la mejor hora para atacar, y lo hizo bien. Falló porque no contaba con tu propia naturaleza, que es violenta, y también porque no te saliste del sitio en el que eres invencible.
– ¿Cómo me habría matado de haberme movido?