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Justin se detuvo de pronto, estupefacto. La zona de obras había sido despejada: no había ya maderos apilados, ni cajones, ni sierras. Hasta el viejo tractor John Deere había desaparecido. Se acercó para echar un vistazo. ¿Cómo coño se habían librado de todo aquello? ¿Cómo habían podido mover tantas cosas en tan poco tiempo?

Entonces vio un destello de luz detrás del vertedero. Dos hombres estaban cavando un hoyo mientras otro sostenía una linterna. Se apoyó contra un viejo cobertizo entre cuyas sombras podía esconderse. Los vio sacar del agujero cuatro cajas fuertes. Hicieron falta los tres para acarrear una de las cajas hasta el otro lado de la esquina. Con paso lento y cuidadoso, la transportaron camino abajo, donde el autobús estaba aparcado.

Mientras miraba, a Justin se le ocurrió una idea. No se estaban tomando todas aquellas molestias para la concentración. No podía creer que hubiera tardado tanto en darse cuenta. Estaban haciendo todo aquello porque no pensaban volver.

Capítulo 65

El móvil de Maggie empezó a sonar cuando volvía de Richmond.

– ¿Diga?

– O'Dell -dijo Racine con tantas prisas que Maggie se puso aún más nerviosa de lo que estaba-, ¿dónde coño te has metido?

– Estoy en la I-95, de vuelta al Distrito.

– Vamos a reunimos todos en Quantico.

– Está bien. Dentro de diez minutos estoy allí.

– Bien -Racine parecía aliviada-. No has llamado a Ganza.

– ¡Mierda! Se me ha olvidado. ¿Está ahí?

– Sí, anda por aquí, en alguna parte, pero no sé dónde.

Maggie oía los ruidos de fondo. Sabía que Racine estaba caminando de un lado a otro. Un hábito nervioso que Maggie reconocía enseguida.

– ¿Qué pasa, Racine? ¿Ocurre algo? ¿Has conseguido la orden de arresto?

– La verdad es que ahora son múltiples órdenes de arresto, gracias a Ganza. Había un antiguo expediente policial que Tully estaba revisando. Uno que encontraste tú sobre una estudiante de periodismo a la que violó Everett… O, mejor dicho, a la que presuntamente violó.

– Eso fue hace más de veinte años. Los cargos han prescrito.

– Sí, bueno, pero en el condado de Rappaha

– No puedo creer que esté perdiendo el tiempo con ese viejo caso. No podemos atrapar a Everett por eso, aunque Ganza crea haber encontrado algo. Los cargos han prescrito, el caso está cerrado. Además, la legislación sobre delitos de violación…

– La muestra era antigua -la interrumpió Racine, y prosiguió como si no la hubiera oído-. Estaba algo deteriorada, así que Ganza dice que no pudo establecer una correspondencia exacta. Pero se parecen mucho.

– ¿De qué estás hablando?

– De la muestra que Ganza consiguió de ese viejo caso. Y de la de Everett. El ADN se corresponde con el de la piel encontrada bajo las uñas de Gi

Maggie aminoró la velocidad y se fue apartando hacia el arcén de la carretera interestatal. Tras ella se oyó un estruendo de cláxones hasta que por fin logró detenerse sin estorbar. No podía creerlo. No podía ser Everett. ¿O sí?

– Espera un momento, ¿qué hay de lo de la banda?

– Todo empieza a encajar, O'Dell. Puede que sea una especie de rito iniciático. Quién sabe cómo funciona. Pero esto explica también por qué el semen que encontramos en el cadáver de Gi



– No me lo creo -dijo Maggie, y, en vez de alivio, sintió una nueva tirantez. ¿Por qué no la aliviaba saber que Everett y su banda estaban tras los asesinatos? ¿Qué era lo que seguía inquietándola? ¿Por qué le parecía todo tan fácil? Se imaginaba a Everett orquestando todo aquello, pero por alguna razón no lo veía manchándose las manos, ni poniéndose al alcance de los arañazos de Gi

– Cu

– Estoy llegando a la salida 148.

– Bien. Un equipo de rescate de rehenes se dirige al complejo de Everett con unos cuantos agentes. La policía del condado de Rappaha

– ¡Dios mío! ¿Ya han salido hacia el complejo? -exclamó Maggie, dándole rienda suelta a su miedo-. Racine, mi madre forma parte de la organización de Everett -dijo, a pesar de que de pronto un nudo le obstruía la garganta-. Puede que esté allí.

Capítulo 66

Quantico, Virginia

Parado junto a la mesa, Tully revisaba un cúmulo de fotografías, documentos, informes policiales e imágenes impresas por ordenador. La camiseta y los pantalones de chándal de Garrison empezaban a oler. ¿Por qué coño los había dejado Racine allí? Tiró la ropa junto al extraño aparato plegable colocado en un rincón de la mesa.

– ¿Dónde está todo el mundo? -O'Dell entró apresuradamente en la sala de reuniones. Iba jadeante, con el pelo revuelto, la cara sofocada y la trenca del FBI colgada del hombro.

Tully miró su reloj.

– Ganza ha ido a cenar. Racine está por ahí, en alguna parte. Y Cu

– ¿Qué hay de la unidad de rescate de rehenes? ¿Han entrado ya en el complejo?

– No lo sé.

Maggie se acercó a la ventana y se quedó mirando la oscuridad como si esperara ver a la unidad de rescate desde allí.

– Tendrán cuidado -dijo, y Maggie miró hacia atrás-. ¿Por qué no dijiste antes que tu madre formaba parte de la iglesia de Everett?

Maggie se apartó de la ventana y se quedó parada al otro lado de la mesa, frente a él.

– Supongo que ni yo misma quería creerlo. Y luego pensé que podría hacerla entrar en razón. Ya sabes, ponerla sobre aviso. Qué estupidez, ¿no?

– No, nada de eso. A todos nos gusta creer que podemos influir sobre nuestros seres queridos. Como si nos pareciera natural que acepten nuestros consejos y sugerencias. A veces creo que lo único natural que hay en las familias es que da la casualidad de que sus miembros comparten el mismo ADN.

Maggie logró esbozar una tenue sonrisa, y a Tully le alegró poder ayudarla. Pero un instante después se dio cuenta de que no le bastaba con su ayuda cuando ella preguntó:

– ¿Está Gwen por aquí?

Naturalmente, Maggie estaba deseando hablar con su amiga.

– No, creo que Cu

Fingía que no le importaba, pero se preguntaba con cierta sorpresa si Gwen se habría quedado trabajando hasta tarde o si estaría en su acogedora casa, preparándose una cena de gourmet. Quizás espaguetis. Sonrió para sus adentros, y al momento se percató de ello y miró a Maggie para ver si lo había notado, pero ella estaba mirando el revoltijo de la mesa. Se había librado. Además, Gwen quería que olvidaran lo ocurrido. Y seguramente era lo mejor. Sabía que ella tenía razón.

Se puso a hojear uno de los muchos documentos dispersos sobre la mesa, a pesar de que esa noche no daba pie con bola. Seguramente debía irse a casa. Aunque detuvieran a Everett y a aquel tal Brandon, esa noche no podría hacer nada más. Pero no quería irse. Emma estaba en Cleveland, con su madre, y sin ella la casa estaba vacía y silenciosa. Seguramente sólo conseguiría ponerse a pensar en lo de Boston. Y eso no estaba bien. Se suponía que debía olvidarlo.