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Ésta pareció azorarse por la repentina atención del Padre, e intentó desembarazarse torpemente del bollo y la coca-cola. Justin iba a ofrecerse a encargarse de ambas cosas, pero ella se volvió y tiró el suculento bollo a una papelera. Justin se preguntó si los demás habrían oído su suspiro de desilusión, pero todos parecían hipnotizados por el encanto del Padre. Justin se apartó; no quería arriesgarse a que los trillizos Schwarzenegger le dieran un empujón.
Se sentó en un banco. Todo el mundo estaba mirando al Padre. Hasta Brandon y las rubias. Pero Brandon parecían un poco mosqueado. Justin se preguntó si le jorobaba que el Padre le robara la atención de las chicas.
El Padre tomó a Gi
Gi
Joder, pensó Justin. Tal vez fuera cierto que leía el pensamiento.
Capítulo 1 1
Gi
– Ten cuidado, no los rompas -susurró, pero sólo consiguió que él se aturullara aún más.
Brandon tenía la nuca húmeda. Gi
El fuerte resplandor de los focos del monumento no llegaba hasta aquella zona boscosa, justo por encima y por detrás de la pared de granito. Si prestaba atención, podía oír la cascada de más abajo. Pero prefirió concentrarse en los jadeos de Brandon. Este había conseguido por fin superar el obstáculo de los botones y se disponía a desabrocharle el sujetador. De pronto, agarró el botón del sujetador y se lo subió por encima de los pechos con un gesto rápido y brusco. Gi
– Tranquilo, Brandon -le susurró al oído-. Vamos a disfrutarlo.
Pero era ya demasiado tarde. Él ni siquiera había acabado de penetrarla cuando se corrió. En cuestión de segundos, se desplomó como un fardo sobre ella y siguió jadeando mientras intentaba recobrar el aliento. Sus jadeos ahogaron el suspiro de exasperación de Gi
– ¿Ya está? -preguntó con fastidio.
Ya no le importaba si les oía alguien, aunque su voz no podía competir con el ruido de la cascada, el parloteo del reverendo y el barullo de los aplausos.
– Serás patoso -le mostró el desaguisado-. ¿Y ahora qué hago?
– Y yo qué sé. ¿Qué hacen las putas como tú?
Ella lo miró estupefacta. Tenía que aferrarse a su ira, porque, si no, empezaría a asustarse.
– Eres un cabronazo, ¿lo sabías?
A aquel juego podían jugar dos, sólo que, esta vez, Brandon no contestó con palabras, sino con un puñetazo que se incrustó en su boca. Gi
– Déjame en paz o te juro que me pondré a gritar.
Él se echó a reír; levantó la cara hacia las estrellas y se rió aún más alto, como si quisiera demostrarle que nadie los oía. Y tenía razón. Sus risotadas parecían un simple armónico de los cánticos que llegaban desde abajo.
Brandon recogió el bolso de Gi
– No olvides abrocharte la blusa antes de bajar -le dijo.
Su voz sonaba de pronto educada y tranquila, casi solemne, pero tan indiferente que Gi
Agarró su bolso y se apartó un poco más, apoyándose contra un árbol como si buscara cobijo. Sin decir palabra, Brandon dio media vuelta y se fue por el mismo camino que habían seguido para subir.
Allá abajo, una voz de mujer sustituyó a la del reverendo, pero Gi
Gi
Algo se removió entre los matorrales, tras ella. ¿Había cambiado de idea Brandon? Tal vez volvía para disculparse. Entonces se dio cuenta de que Brandon había tomado el camino en dirección contraria. Se giró bruscamente, se levantó tambaleándose y escudriñó las sombras.
Algo se movía. Algo entre las sombras. ¡Mierda! Era sólo una rama.
Tenía que salir de allí. Se estaba poniendo histérica. Se inclinó para recoger el bolso. Algo restalló delante de ella. Un cordel brillante le enlazó la cabeza y le ciñó el cuello antes de que lograra asirlo.
Intentó gritar, pero sólo le salió un gemido estrangulado. Boqueó, intentando tomar aire. Echó mano del cordel, y luego de las manos que lo sujetaban. Clavó las uñas en la piel, desgarró su propia carne. No lograba respirar. No podía impedirlo. No podía impedir que el cordel la apretara cada vez más. Se sintió caer de rodillas. Vio destellos de luz tras los párpados. No había aire. No podía respirar. Movió frenéticamente los pies, pero resbaló. Su cuello soportaba todo el peso de su cuerpo, que pendía de un solo cordel.
No podía recobrar el equilibrio. No veía. No podía respirar. Las rodillas no le respondían. Sus brazos se agitaban. Sus dedos se hundían cada vez más en su propia piel, pero de nada servía. Cuando cayó la oscuridad, sintió alivio.