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Alzó los ojos.

– Ah, hola, Kinsey. Ya estás aquí. -Se levantó para descorrer el pestillo del cancel y lo sujetó para que yo entrara-. Pasa, pasa. ¿Te apetece un café? He hecho unas crépes, estarán en un minuto.

Entré en la casa, no del todo convencida y casi esperando que Lila Sams se me echara encima en plan tarántula.

– No quisiera interrumpir nada -dije-. ¿Está Lila?

– No, no. Tenía cosas que hacer, aunque dijo que volvería a eso de las seis. Voy a invitarla a cenar. He reservado mesa en el Crystal Palace.

– Guau, qué impresionante -dije.

Apartó una silla para que me sentara y me sirvió un curé mientras me entretenía mirando en derredor. Lila, según parece, había metido sus elegantes manos en la casa. Las cortinas eran nuevas, de algodón verde aguacate y con un estampado en que había de todo: saleros, fruta y cucharones de madera unidos y atados con lachos verdes. Los salvamanteles y las servilletas hacían juego, y los complementos eran de un tono calabaza que pegaba bien. En el mostrador vi un salvamanteles metálico, muy nuevo, con un lema doméstico burilado con muchas florituras. Me pareció que decía "Dios Bendiga Estos Bizcochos", pero imagino que no era verdad.

– Ha arreglado usted la casa -dije.

Miró en derredor con la cara radiante.

– ¿Te gusta? Ha sido idea de Lila. Esa m u' mi vida.

– ¿De veras? Pues qué bien -dije.

– Hace que me sienta… no sé, creo que vivo es la palabra exacta. Con ganas de empezar otra vez.

Me pregunté si se habría olvidado ya de la acusación que Lila había lanzado sobre mí a propósito del alquiler. Se puso en pie, abrió el horno e inspeccionó las crépes, que al parecer aún no estaban listas. Volvió a meterlas y cerró el horno, aunque sin despojarse de la manopla de color calabaza que se había puesto en la derecha un guante de boxeo.

Me removí con había encaramado.

– Creo que usted y yo tendríamos que hablar, después de lo que dijo Lila acerca del alquiler.

– Bah, no te preocupes -dijo-. No fue más que un acceso de mal humor.

– Pero Henry, no quiero que piense que me estoy aprovechando. ¿No cree que deberíamos arreglarlo de una vez por todas?

– Paparruchas. Yo no creo que te estés aprovechando.

– Pero ella sí.

– No, no, de ningún modo. Entendiste mal.

– ¿Qué entendí mal? -dije sin dar crédito a lo que oía.

– Mira, fue culpa mía y lamento no haberlo aclarado entonces. Lila pierde los estribos con facilidad y se da cuenta. Estoy convencido de que tiene ganas de disculparse. Después de aquella escena tuvimos una larga conversación al respecto y me consta que se sintió culpable. No fue nada personal.

Lo que ocurre es que es un poco quisquillosa, pero por lo demás, la mujer más amable del mundo. Cuando la conozcas mejor, te darás cuenta de que es una persona maravillosa.

– Eso espero -dije-. Estaba preocupada porque tuvo una agarrada con Rosie y luego va y la toma conmigo No sabía bien qué pasaba.

Se echó a reír.

– Vamos, yo no me lo tomaría muy en serio. Ya sabes cómo es Rosie. Se mete con todo el mundo. Lila es buena persona. Tiene un corazón de oro y es tan leal como un perrito faldero.

– Está bien, pero no me gustaría que acabara usted tocando fondo -dije. Era una de esas expresiones que en realidad no significan nada, pero me pareció muy oportuna.

– No te preocupes -dijo con dulzura-. Son muchos los años que tengo ya y aún no he tocado fondo.





Volvió a comprobar el estado de las crépes, las sacó del horno y puso la plancha sobre el salvamanteles metálico para que se enfriase. Giró para mirarme.

– No he podido comentártelo hasta ahora. Pero Lila y yo vamos a dedicarnos a los negocios inmobiliarios.

– No me diga.

– Por eso salió a relucir el tema del alquiler. El alquiler refleja el valor general de una propiedad y eso es lo que le preocupaba a ella. Me dijo que no quería entrometerse en nuestras relaciones; es muy práctica cuando se trata de negocios, pero no quiere dar la impresión de que se mete donde no la llaman.

– ¿Y a qué clase de negocios inmobiliarios van a dedicarse?

– Bueno, ella tiene ciertas propiedades que servirán de aval, y con lo que obtengamos por esta casa tendremos para pagar la entrada de los inmuebles que queramos.

– ¿Aquí, en Santa Teresa?

– Preferiría no decirlo, Lila me hizo jurar que guardaría el secreto. Aún no está decidido, por supuesto, pero cuando hayamos cerrado el trato te lo diré. Probablemente lo solucionaremos en un par de días. Tuve que jurar que no diría ni palabra.

– No lo entiendo -dije-. ¿Va usted a vender la casa?

– Pues yo ni siquiera me atrevo a entender los detalles -dijo-. Me resultan demasiado complicados.

– No sabía que Lila se dedicara a la propiedad inmobiliaria.

– Hace años que está metida en ello. Se casó con un importante especulador de Nuevo México que, al morir, le legó una fortuna. Ella dice que se dedica a las inversiones inmobiliarias casi como un pasatiempo.

– ¿Y es de Nuevo México? Creo que alguien me dijo que era de Idaho.

– Bueno, ha vivido en todas partes. En el fondo es una bohemia. Y quiere que yo también lo sea, y me tiene medio convencido. Partir hacia el crepúsculo y esas cosas. Un buen coche y un mapa de los Estados Unidos. Ir adonde nos lleven las carreteras. Gracias a ella he rejuvenecido veinte años.

Tuve ganas de hacerle preguntas más concretas, pero en aquel momento oí el "yuu-juuu" de Lila junto al cancel y apareció su cara, coronada de ricitos coquetones. Al verme se llevó la mano a la mejilla y se transformó en la viva imagen de la timidez.

– Ah, Kinsey. Creo que sé por qué estás aquí -dijo. Entró en la cocina y se detuvo un instante con las manos unidas entre sí como si estuviera a punto de caer de rodillas para rezar-.

Pero no debes decir ni una sola palabra hasta que yo acabe -añadió. Se volvió a Henry-. Supongo, Henry, que ya le habrás dicho cuánto lamento, haberme comportado como lo hice -dijo con una vocecita muy particular.

Henry le pasó el brazo por los hombros y la apretó contra sí.

– Ya se lo he explicado y creo que lo comprende -dijo-. No quiero que te preocupes más por eso.

– Pero es que estoy preocupada, pocholito, y no me sentiré bien hasta que me excuse personalmente.

– ¿Pocholito?

Se acercó al taburete en que estaba yo sentada, me cogió la mano derecha y me la apretó.

– Lo siento. Lamento mucho lo que te dije y te pido perdón. -Hablaba con voz tan compungida que "Pocholito" estuvo a punto de desmayarse de la emoción. Lila me miraba a los ojos con fijeza mientras me clavaba un par de anillos en los dedos. Por lo visto les había dado la vuelta para que las gemas estuvieran en la palma y surtieran el máximo efecto al estrechar el apretón.

– Tranquila, no se preocupe -dije-. No le dé más vueltas. Yo ya lo he olvidado.

Y para demostrarle que era generosa, me levanté y le pasé el brazo por los hombros, tal como Henry había hecho. La estreché contra mí del mismo modo, le pisé la punta del pie derecho y me eché hacia delante. Lila se dobló un poco hacia atrás, pero mantuvo el pie firme para que no pudiera despegárseme. Nuestras miradas se cruzaron durante un segundo. Me dedicó una sonrisa de amor y me soltó la mano. Reduje la fuerza del pisotón, pero no sin que antes le apareciesen dos manchas rojas en los pómulos, como a las cacatúas.

"Pocholito" pareció complacido con la reconciliación y yo también. Murmuré una disculpa y me fui minutos más tarde. Lila ya no me miraba y advertí que había tomado asiento para quitarse el zapato.