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Cuando Joh

– No me habías dicho que tu familia conocía a Joh

– ¿Quieres que te lo presente? -preguntó Michael.

– Ahora no -respondió Kay-. Durante tres años estuve enamorada de él. Cuando venía a Nueva York a cantar en el Capitol, no me perdía ninguna de las galas. ¡Era maravilloso!

– Lo veremos más tarde -dijo Michael.

Cuando Joh

– No me digas que una estrella del cine como Joh

– Es el ahijado de mi padre. De no ser por él, tal vez no hubiese alcanzado la fama.

Kay Adams empezaba a interesarse.

– Debe de ser una historia apasionante -observó.

Michael hizo un gesto negativo con la cabeza.

– Lo es, sí, pero no puedo contártela.

– Vamos ¿es que no confías en mí? -insistió Kay.

Michael le contó la historia llanamente, sin darle importancia alguna. Se la relató sin adornos y se limitó a explicarle que ocho años atrás su padre había sido un hombre más impetuoso y que, dado que el asunto concernía a su ahijado, el Don lo había considerado un asunto personal.

Michael narró la historia en pocos minutos. Ocho años atrás, Joh

Don Corleone se encargó personalmente de las negociaciones. Ofreció a Les Halley veinte mil dólares para que anulara el contrato que Joh





Al día siguiente, Don Corleone fue a ver de nuevo a Les Halley, esta vez con sus dos mejores amigos: Genco Abbandando, su _consigliere_, y Luca Brasi. Sin ningún otro testigo, Don Corleone persuadió al director de orquesta de la conveniencia de firmar un documento por el que renunciaba a todos sus derechos en relación con Joh

El resto era historia. Joh

– ¿Seguro que no estás celoso de tu padre? -dijo Kay, meditativamente-. Por lo que me has contado de él, siempre ha ayudado a los demás. Debe de ser un hombre de muy buen corazón -sonrió astutamente y añadió-: Aunque sus métodos no parecen ser muy ortodoxos.

– Supongo que eso es lo que parece -suspiró Michael-, pero deja que te lo explique de otro modo. Habrás oído hablar de que los exploradores del Ártico esconden cajas de víveres a lo largo de la ruta hacia el Polo Norte. ¿Sabes por qué lo hacen? Para tener comida en el caso de que la necesiten. Pues bien, mi padre hace lo mismo con los favores. Llegará un día en que todos y cada uno de los que han recibido su ayuda tendrán que hacer algo por él. ¡Y pobres de ellos si no lo hacen!

Anochecía casi cuando hizo su aparición el pastel de bodas. Realizado por Nazorine, estaba bellamente decorado con bolitas de crema, tan deliciosas que la novia no pudo resistir la tentación de comérselas todas, antes de partir con su rubio marido para la luna de miel. El Don se despidió cortésmente de sus invitados, fijándose, mientras lo hacía, en que el sedán negro de los hombres del FBI había desaparecido ya.

Por fin, el único coche visible en la zona de aparcamiento era el largo Cadillac negro con Freddie en el asiento del conductor. El Don se acomodó en la parte delantera, moviéndose con insospechada agilidad, teniendo en cuenta su edad y corpulencia. So

– ¿Tu amiga va a regresar sola a la ciudad? -dijo Don Corleone, dirigiéndose a su hijo Michael.

– Tom dijo que se ocuparía de ella -replicó Michael.

Don Corleone no pudo reprimir un gesto de satisfacción ante la eficiencia de Hagen.

Dado que el racionamiento de la gasolina estaba todavía en vigor, no encontraron mucho tráfico en su camino hacia Manhattan. Durante el trayecto, Don Corleone preguntó al menor de sus hijos qué tal iban sus estudios. Michael dijo que bien. Luego, So

– Joh

– Tom se marcha para allá esta noche -respondió el Don, lacónico-. No va a necesitar ayuda alguna. El asunto es muy sencillo.

– Joh

– ¿Por qué dudas de mí? -preguntó el Don a Joh

– Padrino -se disculpó Joh

– Escucha bien: el papel será tuyo -se limitó a responder el Don en tono amistoso. Volviéndose a Michael, añadió, haciendo un guiño de complicidad-: No vamos a decepcionar a mi ahijado ¿verdad, Michael?