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– No se metía con nadie -dijo mi pe-, y la policía le dijo que no se quedara allí. Estaba en una esquina, hijo, esperando a una chica. Y le dijeron que se moviera, y él dijo que tenía derecho a estar allí, y entonces se le fueron encima y lo golpearon mucho.

– Terrible -dije-. De veras terrible. ¿y dónde está ahora el pobre chico?

– Ouuuuu -sollozó mi ma-. Volvió a su caaaaasa. -Sí -dijo papá-. Volvió a su pueblo para curarse.

Aquí tuvieron que darle el empleo a otro.

– Así que ahora -dije- ustedes quieren que yo vuelva a casa, y que todo quede como antes.

– Sí, hijo -contestó mi papapa-. Por favor, hijo. -Lo pensaré -dije-. Lo pensaré con mucho cuidado.

– Ouuuuu -seguía mi ma.

– Oh, basta -dije-, o te daré algo apropiado para chillar y crichar. Un buen puntapié en los subos, eso es lo que necesitas. -Y cuando se lo dije, hermanos míos, me sentí de veras un malenco mejor, como si el crobo rojo rojo y nuevo me estuviese subiendo y bajando por todo el ploto. Realmente, tenía que pensarlo. Era como si para sentirme mejor tuviese que sentirme peor.

– No le hables así a tu madre, hijo -dijo mi papapa-. Después de todo, ella te trajo al mundo.

– Sí -contesté-, y qué grasño mundo vonoso. -Cerré fuerte los glasos, como si me dolieran, y dije:- Ahora váyanse. Pensaré en eso de volver. Pero las cosas tendrán que ser muy distintas.

– Sí, hijo -contestó mi pe-. Lo que tú digas.

– Tendrán que entender de una vez -continué- quién es el amo.

– Ouuuuu -seguía mi ma.

– Muy bien, hijo -dijo mi papapa-. Las cosas se harán como tú digas. Pero ahora cúrate.

Cuando se marcharon me quedé tendido y pensé un poco en diferentes vesches, como diferentes visiones que me pasaban por la golová, y cuando volvió la ptitsa enfermera y me arregló las sábanas de la cama, le dije:

– ¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí?

– Cerca de una semana -dijo ella.

– ¿Y qué me hicieron?

– Bueno -explicó ella-, tenía muchas fracturas y golpes, conmoción grave, y había perdido mucha sangre. Tuvieron que arreglarle todo eso, ¿no es así?



– Pero -dije- ¿me hicieron algo en la golová? Quiero decir, ¿estuvieron toqueteándome adentro en el cerebro?

– Lo que hayan hecho -dijo la ptitsa- es para bien suyo.

Pero un par de días después vinieron dos vecos doctores, jovencitos y con sonrisas muy sladquinas , y traían un libro de imágenes. Uno de ellos dijo: -Queremos que mire estas cosas y nos cuente lo que piensa. ¿De acuerdo?

– ¿Qué pasa, druguitos? -pregunté-. ¿Qué nueva idea besuña se traen ahora? -Los dos se miraron con una sonrisa avergonzada y se sentaron a cada lado de la cama y abrieron el libro. En la primera página se videaba la fotografía de un nido con huevos.

– ¿Qué le parece? -preguntó uno de los vecos doctores.

– Un nido de pájaros -contesté-, lleno de huevos. Muy muy lindos.

– ¿Y qué le gustaría hacer con esos huevos? -preguntó el otro.

– Oh -dije-, romperlos. Juntarlos todos y tirarlos contra una pared o una piedra, y videar cómo se rompen realmente joroschó.

– Bien, bien -dijeron los dos, y volvieron la página. Era como el retrato de una de esas aves grandes y bolches llamadas pavos reales, con todas las plumas desplegadas, mostrando vanidosa todos los colorines-. ¿Sí? -dijo uno de estos vecos.

– Me gustaría -dije- arrancarle todas las plumas de la cola y slusar cómo cricha desesperado. Por ser tan vanidoso.

– Bien -dijeron los dos- bien bien bien. -Y siguieron volviendo las páginas. Eran como imágenes de débochcas de veras joroschó, y contesté que me gustaría aplicarles el viejo unodós unodós con mucha ultraviolencia. Había otras imágenes de chelovecos a quien les daban con la bota justo en el litso y el crobo rojo rojo por todas partes, y dije que me gustaría estar también en eso. Y había una imagen del viejo nago que era drugo del chaplino de la prisión, y se lo veía cargando la cruz y subiendo la colina, y yo expliqué que me gustaría manejar el viejo martillo y los clavos. Muy bien. Pregunté:

– ¿Qué significa todo esto?

– Hipnopedia profunda -o algún otro slovo por el estilo, dijo uno de los dos vecos-. Parece que está curado.

– ¿Curado? -pregunté-. ¿Atado así a esta cama y dicen que estoy curado? Bésenme los scharros, es lo que yo digo.

– Paciencia -aclaró el otro-. Ya no le falta tanto. Así que tuve paciencia y, oh hermanos míos, mejoré mucho, masticando huevos y lonticos de tostada y piteando tazones bolches de chai con leche, hasta que un día me dijeron que vendría a verme una visita muy muy muy especial.

– ¿Quién? -pregunté mientras me arreglaban la cama y me peinaban la lujosa gloria, pues ya me habían quitado la venda de la golová y el pelo había vuelto a crecer.

– Ya verá, ya verá -contestaron. Y por cierto que vi. A las dos y media de la tarde estaban allí todos los fotógrafos y los hombres de las gasettas con libretas y lápices y toda esa cala. La verdad, hermanos, casi tocaron trompetas y una fanfarria bolche por este veco grande e importante que venía a videar a Vuestro Humilde Narrador. Y claro que vino, y por supuesto no era otro que el ministro del Interior o el Inferior, vestido a la última moda y con la golosa ja ja ja muy de clase alta. Las cámaras hicieron flash flash cuando extendió la ruca para estrechar la mía. Le dije: