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Cuando el último movimiento terminó por segunda vez, con todo el estrépito y los crichos acerca de la Alegría Alegría Alegría, las dos jóvenes ptitsas ya no se hacían las damiselas sofisticadas. Estaban despertando a lo que les ocurría a sus malencas personitas, y decían que querían volver a su casa y algo así como que yo era una bestia salvaje. Parecía como si hubieran intervenido en una gran bitba, lo que en efecto era el caso, y estaban todas lastimadas y enfurruñadas. Bueno, si no querían ir a la escuela, de todos modos tenían que educarse. Y lo habían conseguido. Crichaban y decían ou ou ou mientras se ponían los platis y me hacían punchipunchin con los minúsculos puñitos, y yo estaba todo sucio y nago, y cansado y deshecho en la cama. La joven Sonietta crichaba: -Bestia, animal odioso. Monstruo horrible y repugnante. -Dejé que juntaran sus cosas, y se marcharon diciendo que los militsos debían ocuparse de mí, y otras calas por el estilo. Se fueron escaleras abajo y yo me hundí en el sueño, y la vieja Alegría Alegría Alegría golpeaba y aullaba lejanamente.
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Sin embargo, ocurrió que me desperté tarde (según mi reloj, cerca de las siete y treinta) y tal como se vio después eso no fue muy inteligente. En este mundo perverso todo cuenta. Hay que ponimar que una cosa siempre lleva a otra. Cierto cierto cierto. Mi estéreo ya no cantaba la Alegría ni los Abrazos a Todos Oh Millones, de modo que algún veco había apagado el aparato, y ése tenía que ser pe o eme; a los dos se los slusaba claramente en la sala, y por el clinc clinc de los platos y el slurp slurp de los que pitean té, se notaba que estaban acabando una fatigada cena después de pasarse el día rabotando, pe en la fábrica y eme en el supermercado. Los pobres viejos. Los lamentables starrios. Me puse la bata y me asomé, haciendo el papel de cariñoso hijo único, y diciendo:
– Hola, eh. Estoy mucho mejor después de un día de descanso. Listo para el trabajo de la noche y para ganarme unos billetes. -Porque eso era lo que yo hacía entonces según ellos.- Yum yum, eme, ¿hay algo de eso para mí? -Era una especie de pastel helado, que ella había descongelado para calentarlo luego, y que no parecía muy apetitoso, pero yo tenía que decir lo que dije. Papá me miró con una expresión suspicaz y no muy complacida, pero nada dijo, porque no se atrevía, y mamá me echó una sonrisita descolorida, estilo fruto de mi vientre y único hijo. Fui con paso airoso al cuarto de baño y scorro me di un buen lavado en todo el cuerpo, porque me sentía sucio y pegajoso, y volví a mi madriguera para vestir los platis de la noche. Luego, brillante, peinado, cepillado y suntuoso, me senté frente a mi lontico de pastel. Papapá dijo:
– No quiero curiosear, pero ¿dónde exactamente trabajas por las noches?
– Oh -repliqué, mientras masticaba-, son trabajos casuales, dar una mano aquí y allá, lo que sea. -Le lancé un glaso maligno y sin vueltas, como diciéndole que se ocupara de sus asuntos, que yo me ocuparía de los míos.- Nunca pido dinero, ¿verdad? ¿Ni para ropas ni para diversiones? Entonces, ¿por qué preguntar?
Mi papá estaba conciliador murmurador masticador.
– Lo siento -dijo al fin-. Pero a veces me preocupo. A veces tengo sueños. Puedes reírte si quieres, pero hay mucho de verdad en los sueños. Anoche soñé contigo, y la verdad que no me gustó nada.
– ¿Cómo? -Ahora me interesaba que pe hubiese soñado conmigo. Tenía la impresión de que yo también había soñado, pero no podía recordar bien qué.- ¿Sí? -dije, dejando de masticar mi pastel pegajoso.
– Era muy claro -dijo mi papá-. Te vi tirado en la calle, y los otros muchachos te habían pegado. Eran como los muchachos con quienes andabas antes que te enviaran al último correccional.
– ¿Sí? -Me reí para mis adentros: papapá creyendo que yo me había reformado realmente, o creyendo que creía. Y luego recordé mi propio sueño, el que había tenido esa mañana, Georgie dando órdenes como un general y el viejo Lerdo s-+mecando por ahí, sin dientes y con un látigo. Pero según oí decir los sueños significan lo contrario de lo que parecen.- Nunca te inquietes por tu único hijo y heredero, oh padre mío -dije-. No temas, realmente sabe cuidarse bien.
– Y -dijo mi papá- estabas como impotente en un charco de sangre y no podías contestar los golpes. -Eso era realmente lo contrario de lo que ocurría, de modo que otra vez sonreí discretamente para mis adentros, y luego saqué todo el dengo que tenía en los carmanos , y lo hice sonar sobre el mantel de colores chillones.
– Toma, papá, no es gran cosa -le dije-. Es lo que gané anoche. Pero tal vez les alcance para una piteada de whisky que se pueden tomar los dos por ahí.
– Gracias, hijo -replicó pe-. Pero ahora no salimos mucho. No nos atrevemos, en vista de que las calles están muy peligrosas. Matones jóvenes, y todo eso. De cualquier modo, gracias. Mañana traeré una botella de algo. -Y pe se metió el dengo mal habido en los carmanos del pantalón, mientras ma chistaba los platos en la cocina. Y yo me marché repartiendo sonrisas cariñosas.
Cuando llegué al pie de la escalera me sentí un poco sorprendido. Más todavía. Abrí la boca mostrando verdadero asombro. Habían venido a buscarme. Me esperaban junto a la pared garabateada, como ya expliqué: vecos y chinas desnudos en una actitud severa exhibiendo la naga dignidad del trabajo, frente a las ruedas de la industria, y toda esa basura que les brotaba de las rotas , obra de los málchicos perversos. El Lerdo tenía en la mano una gruesa barra de color, y estaba dibujando slovos sucios muy grandes sobre todo el cuadro, y estallando en las risotadas del viejo Lerdo, bu ju ju, mientras escribía. Pero se volvió cuando Georgie y Pete me saludaron, mostrándome los subos drugos y brillantes, y trompeteó: -Ya está aquí, ya ha venido, hurrah -e hizo una torpe pirueta que quería ser un paso de baile.