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Pero el viejo Lerdo, apenas slusó el pedazo de canción como un lontico de carne roja arrojado sobre el plato, soltó una de sus vulgaridades, que en este caso fue un trompeteo labial, seguido de un aullido perruno, seguido por un doble silbido con los dos dedos en la boca, y rematado por una risotada de payaso. Sentí que me atacaba la fiebre, como si me ahogara en sangre roja y caliente, slusando y videando la vulgaridad del Lerdo, y dije: -Bastardo. Inmundo bastardo sin modales. -Me incliné para evitar a Georgie, que estaba entre el horrible Lerdo y yo, y scorro descargué un puñetazo en la rota del Lerdo. El Lerdo pareció muy sorprendido, enjugándose el crobo de la guba con la ruca , y observando rotiabierto el crobo rojo, y mirándome.- ¿Por qué hiciste eso? -preguntó, torpe como siempre. No muchos videaron lo que yo había hecho, y a los que videaron no les importaba. El estéreo tocaba de nuevo y ahora se slusaba una repugnante guitarra electrónica. Le contesté:
– Por ser un bastardo que no tiene educación, y ni duco de idea de cómo comportarse en público, oh hermano mío.
El Lerdo me echó una mirada perversa y dijo: -No me gustó que hicieras lo que hiciste. Y ya no soy tu hermano, y no quiero serIo nunca más. -Había extraído del bolsillo un tastuco mocoso y se enjugaba el hilo rojo con aire desconcertado, y lo miraba con el ceño fruncido, como si pensara que la sangre era algo propio de otros vecos, pero no de él. Parecía como si el Lerdo estuviese cantando sangre y pagara así por la vulgaridad que había mostrado antes, cuando la débochca cantaba música. Pero ahora la débochca estaba smecando ja ja ja con unos drugos en el bar, y movía la rota roja y le brillaban los subos ; ni había notado la puerca vulgaridad del Lerdo. En realidad era a mí a quien había molestado el Lerdo. Dije:
– Si no te gusta lo que hice, y no quieres repetirlo, ya sabes lo que te conviene, hermanito. -Y entonces habló Georgie, con una voz áspera y rara.
– Bueno. No empecemos.
– Eso es cosa del Lerdo -dije-. El Lerdo no puede pasarse toda la chisna haciéndose el niñito. -Y miré con dureza a Georgie. El Lerdo habló, y ahora el crobo estaba aflojando:
– ¿Qué derecho natural le hace creer que puede dar órdenes y tolchocarme cuando se le antoja? Yarboclos le digo, y le voy a meter la cadena en los glasos antes que grite ay.
– Cuidado -dije, con la voz más discreta que pude, pues el estéreo estallaba entre las paredes y el techo, y el veco del paraíso, cerca del Lerdo, aullaba de nuevo-: Chisporrotea más cerca, ultóptimo. -Repetí: -Cuida lo que dices, oh Lerdo, si en verdad deseas seguir viviendo.
– Yarboclos -dijo el Lerdo, burlándose-. Yarboclos bolches para ti. No tenías ningún derecho. Te pelearé con la cadena, el nocho o la britba cuando quieras. No me sorprenderás con tolchocos inesperados, y ya verás entonces.
– Con el nocho cuando quieras -le contesté.
– Bueno, vamos, ustedes dos -intervino Pete-. Somos drugos, ¿no es así? No es justo que los drugos se comporten de ese modo. Vean, esos málchicos de lengua larga están smecando a costa nuestra, parece que se burlan. Nada de peleas entre nosotros.
– El Lerdo -dije- tiene que aprender a quedarse en su lugar. ¿Es así?
– Un momento -dijo Georgie-. ¿Qué es esta vesche del lugar? Nunca oí decir que los liudos tienen que aprender cuál es su lugar.
Pete dijo: -A decir verdad, Alex, no debiste darle al viejo Lerdo ese tolchoco sin provocación. Diré eso, y si me hubieras pegado a mí, habrías tenido tu respuesta. Y no digo una palabra más.
Pete hundió la cara en el vaso de leche.
Sentí un rasdrás que me subía todo por dentro, y traté de disimular, hablando con calma: -Tiene que haber un líder. Es necesario que haya disciplina, ¿no es así? -Ninguno scasó una palabra, y ni siquiera asintió. Por dentro más rasdrás , por fuera aparenté más calma.- Hace mucho -dije- que estoy al frente. Todos somos drugos , pero alguien tiene que estar al frente. ¿No es así? ¿No es así? -Todos asintieron, aunque de mala gana. El Lerdo estaba osuchándose el último resto de crobo . Y fue él quien habló:
– De acuerdo, de acuerdo. Tal vez estamos todos un poco cansados. Mejor no hablemos más. -Me sorprendió y un poco me puso puglio slusar al Lerdo, goborando de ese modo, tan sensato. El Lerdo dijo:- Lo mejor es irse a dormir, de modo que andando para casa. ¿De acuerdo? -Me sorprendió mucho. Los otros dos asintieron, diciendo de acuerdo de acuerdo de acuerdo. Yo agregué: