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Sólo más tarde, cuando intentaba dormir, me di cuenta de que quizás le hubiese negado a Osano el trabajo para castigarle por acostarse con Janelle.

A la mañana siguiente, recibí una llamada de Eddie Lancer. Me dijo que había tenido una entrevista con su agente y que, según éste, los estudios TriCultura y Jeff Wagon le ofrecían cincuenta mil dólares más por seguir en la película, y me preguntó qué pensaba yo.

Le dije a Eddie que por mí no había problema, hiciese lo que hiciese, pero que yo no iba a volver. Intentó convencerme.

– Les diré que no vuelvo a menos que te acepten a ti y que te paguen veinticinco mil dólares -dijo Eddie Lancer-. Estoy seguro de que lo aceptarán.

Pensé de nuevo en ayudar a Osano y de nuevo sencillamente no me sentí capaz de hacerlo. Eddie seguía:

– Mi agente me dijo que si no aceptaba seguir en la película, los estudios contratarían a más escritores e intentarían luego incluirlos en el reparto. Ahora bien, si no nos incluyen a nosotros, perdemos nuestro contrato del sindicato de escritores y el porcentaje de la televisión cuando la película se venda a la televisión. Además, los dos tenemos porcentajes netos que probablemente no nos paguen nunca. Y existe la posibilidad de que la película resulte un gran éxito, y entonces nos tiraremos de los pelos. Puede ser mucha pasta, Merlyn, pero no aceptaré si tú crees que debemos mantenernos unidos e intentar salvar nuestro guión.

– Me importa un carajo el porcentaje -dije yo-, o que me incluyan o no en el reparto, siempre que la historia salga, pero, ¿qué clase de guión es ése? Una basura, no es ya mi libro. De todos modos, acepta. A mí me da igual. Te lo digo en serio.

– Estoy de acuerdo -dijo Eddie-. Y, si continúo, intentaré defender tu parte todo lo mejor que pueda. Te llamaré cuando vaya a Nueva York para cenar una noche juntos.

– Estupendo -dije yo-. Que tengas suerte con Jeff Wagon.

– Sí -dijo Eddie-. La necesitaré.

Pasé el resto del día llevándome todas mis cosas de mi oficina de los estudios TriCultura y haciendo algunas compras. No quería volver en el mismo avión que Osano y Charlie Brown. Pensé en llamar a Janelle, pero al final no lo hice.

Un mes más tarde, Jeff Wagon me llamó a Nueva York. Me dijo que Simon Bellford creía que Frank Richetti debía figurar como autor del guión con Lancer y conmigo.

– ¿Aún sigue Eddie Lancer en la película? -le pregunté.

– Sí -dijo Jeff Wagon.

– De acuerdo -dije-. Buena suerte.

– Gracias -dijo Wagon-. Te tendremos informado de lo que pase. Nos veremos todos en la cena de los premios de la Academia.

Y colgó.

Me eché a reír. Estaban convirtiendo la película en basura y Wagon tenía la osadía de hablar de los premios de la Academia. Aquella beldad de Oregon debía haberle sorbido el seso del todo. Tuve la sensación de que Eddie Lancer me traicionaba siguiendo en la película. Era cierto lo que Wagon había dicho una vez. Eddie Lancer era un guionista nato, pero era también un novelista nato y yo sabía que nunca volvería a escribir una novela.

Otra cosa curiosa era que, aunque yo me había peleado con todo el mundo y el guión era cada vez peor y yo había intentado largarme, aún me sentía ofendido. Y supongo que, además, en el fondo de mi pensamiento, aún tenía la esperanza de que, si volvía a California a trabajar en el guión, podría ver a Janelle. Llevábamos meses sin vernos y sin hablar. La última vez que la había llamado sólo para decirle hola y para charlar un rato, ella me dijo al final:

– Me alegro de que hayas llamado -y esperó una respuesta.

Hice una pausa, y luego dije:

– Yo también.





Entonces, ella se echó a reír y se puso a remedarme:

– Yo también, yo también -dijo. Luego añadió-: En fin, qué más da -se echó a reír alegremente, y luego dijo-: Llámame cuando vuelvas.

– Lo haré -dije yo.

Pero sabía que no iba a hacerlo.

Un mes después de haberme llamado Wagon, lo hizo Eddie Lancer. Estaba furioso.

– Merlyn -dijo-, están cambiando el guión para excluirte. Ese Frank Richetti está redactando de nuevo los diálogos, aunque se limita a parafrasear tus palabras. Están cambiando el argumento sólo lo suficiente para que parezca distinto del tuyo y les he oído hablar, a Wagon, a Bellford y a Richetti, de que te van a retirar del reparto y a quitarte el porcentaje. Esos cabrones no me hacen ni caso.

– No te preocupes -le dije-. Yo escribí la novela, escribí el guión original, lo mandé al sindicato de escritores, y no hay manera de que puedan eliminarme del todo. Eso salva mi porcentaje.

– No sé -dijo Eddie Lancer-. Yo sólo te aviso de lo que van a hacer. Espero que sepas protegerte.

– Gracias -le dije-. ¿Cómo te va a ti? ¿Cómo te va con la película?

– Ese cabrón de Frank Richetti -dijo él- es un analfabeto de mierda, y no sé quién es peor, si Wagon o Bellford. Esto puede convertirse en una de las peores películas de todos los tiempos. El pobre Malomar debe estar dando saltos en su tumba.

– Sí, pobre Malomar -dije yo-. Siempre me hablaba de lo estupendo que era Hollywood, de que allí la gente era muy sincera, que eran todos grandes artistas. Ojalá viese esto.

– Sí -dijo Eddie Lancer-. Oye, la próxima vez que vengas a California, llámame y cenaremos juntos.

– No creo que vuelva a California -dije-. Si tú vienes a Nueva York, llámame.

– De acuerdo, lo haré -dijo Lancer.

Un año después se estrenó la película. Se me incluyó como autor del libro, pero no como coautor del guión. Adjudicaron el guión a Eddie Lancer y a Simon Bellford. Pedí el arbitraje del sindicato de escritores pero perdí. Richetti y Bellford habían hecho un buen trabajo cambiando el guión, con lo que yo perdía mi porcentaje. Pero daba igual. La película fue un desastre y lo peor del asunto fue que Doran Rudd me contó que entre la gente de cine se achacaba a la novela el fracaso de la película. Yo no era ya un producto vendible en Hollywood, y eso fue lo único que me alegró de todo el asunto.

Una de las críticas más feroces de la película fue la de Clara Ford. Se la cargó del principio al fin. Incluso la actuación de Kellino. Al parecer, Kellino no había hecho demasiado bien su trabajo con Clara Ford. Pero Houlinan me lanzó una última andanada. Consiguió colocar en una de las agencias un artículo cuyo titular era: LA NOVELA DE MERLYN FRACASA COMO PELÍCULA. Cuando lo leí, no pude hacer más que mover la cabeza admirado.

49

Poco después de que se estrenara la película fui al Carnegie Hall, a la Conferencia de Liberación Nacional de las Mujeres, con Osano y Charlie Brown. Se anunciaba a Osano como el único orador masculino.

Habíamos cenado antes todos en Pearl's, donde Charlie Brown asombró a los camareros comiéndose un pato a la pequinesa, cangrejos rellenos con carne de cerdo, ostras en salsa de judías negras, un pez inmenso y luego rebañó lo que Osano y yo habíamos dejado en nuestras fuentes sin que se le corriera siquiera el carmín.

Cuando salimos del taxi frente al Carnegie Hall, intenté convencer a Osano de que fuera delante y me dejase seguirle con Charlie Brown del brazo, para que las mujeres pensasen que ella iba conmigo. Parecía demasiado la típica puta, por lo que podría enfurecer a las izquierdistas de la convención. Pero Osano, como siempre, se mantuvo en sus trece. Quería que todas supieran que Charlie Brown era su mujer. Así que cuando bajamos por el pasillo hacia el estrado, caminé tras ellos. Mientras lo hacía, fui estudiando a las mujeres que había en el local. Lo único que me parecía extraño era el que fuesen todas mujeres y comprendí que muchas veces en el ejército, en el orfanato, en partidos de béisbol, yo estaba acostumbrado a ver sólo o principalmente hombres. Que fuesen todas mujeres era un choque, como si me viese de pronto en un país extraño.