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CAPITULO 12

Si el atractivo de los suburbios desconcertaba a la resuelta urbanita Eve Dallas, el atractivo de las grandes llanuras abiertas de Texas le era tan extraño como un viaje a la luna. Texas tenía ciudades, grandes, extensas, multitudinarias ciudades.

Entonces porque alguien en realidad elegiría vivir en el panqueque de hierba de la pradera donde podías ver por millas, donde estabas rodeada por aquel despligue sin fin de espacio?

Igualmente, había ciudades, por supuesto, con edificios que bloqueaban esa inquietante vista y calles derechas como flechas que se volcaban en autopistas que iban hacia y desde la civilización.

Ella podía ciertamente comprender que las personas condujeran hacia esas ciudades y edificios. Pero nunca comprendería que los empujaba a conducir hacia la nada.

– Que es lo que les atrae de esto? -le preguntó a Roarke cuando bajaron hacia uno de esos caminos. -No hay nada aquí más que hierba y cercas y animales de cuatro patas. Animales de cuatro patas realmente grandes. -agregó cuando pasaron a una manada de caballos con cautelosa sospecha.

– Yippee-ky-yay.

Ella levantó la mirada de sospecha hacia Roarke brevemente. Prefería mantener la vista en los animales. Sólo por las dudas.

– Este tipo está cargado. -ella volvió, un poco más calmada por el ronroneante clack de un helicóptero que zumbaba en el campo cercano. -Tiene un negocio próspero y exitoso en Dallas. Pero eligió vivir aquí. Voluntariamente. Hay algo realmente enfermo en esto.

Con una risa, Roarke le tomó la mano, la que ella mantenía a más de una pulgada de su arma, y se la besó. -Hay toda clase de personas en el mundo.

– Si, y la mayoría de ellas están locas. Jesús, hay vacas! Las vacas no deberían ser tan grandes, no? No es natural.

– Sólo piensa en los bistecs, querida.

– Uh, uh, es espeluznante. Estás seguro de que es el camino correcto? No puede estar bien. No hay nada ahí afuera.

– Puedo apuntar las numerosas casas que pasamos a lo largo de esta ruta?

– Si, pero pienso que las vacas deben vivir en ellas. -Tuvo un pantallazo de actividades bovinas dentro de las casas bajas y largas. Mirando una pantalla, haciendo fiestas de vacas, haciendo el amor como vacas en camas de cuatro postes. Y tembló. -Dios, es espeluznante también. Odio el campo.

Roarke bajó la mirada hacia la pantalla de navegación en el tablero. Vestía jeans y una camiseta, y un par de anteojos para el sol negros y brillantes. Era una vestimenta casual para él, incluso sencilla. Pero se veía como un citadino. Un citadino rico, caviló Eve.

– Vamos a llegar en pocos minutos. -le dijo. -Hay un poco de civilización ahí adelante.

– Donde? -Ella arriesgó a distraer su atención de las vacas, mirando a través del parabrisas y vió el despliegue de una ciudad. Edificios, estaciones de combustibles, tiendas, restaurantes, más casas. Su estómago se aflojó u

– Pero no vamos a entrar ahí. Vamos a girar aquí. -diciendo esto, giró hacia el ancho borde de la calle entrando en una estrecha lateral. Una que, en la opinión de Eve, los enviaba, demasiado cerca para ser cómodo, directo a esos extraños y amplios campos de hierba.

– Esas cercas no se ven muy fuertes.

– Si hay una estampida, vamos a correr más que ellas.

Ella se humedeció los labios, tragó. -Apuesto que crees que es divertido…

Pero se sintió algo aliviada cuando hubo otros vehículos en el camino. Otros automóviles, camiones, largos remolques relucientes y poderosos Jeep descubiertos.

Los edificios empezaron a aparecer. No casas, pensó Eve. Edificios de granja o de rancho. Lo que fuera. Graneros, cobertizos, refugios para animales. Establos, supuso. Graneros o lo que fuera. Silos, y que clase de palabra era esa? Parecía una pintura con toda esa hierba, las cosechas, el ganado de cara aburrida, y los fuertes rojos y blancos de los edificios anexos.

– Que es lo que hace ese tipo? -demandó, inclinándose en el asiento para mirar más allá del perfil de Roarke.

– Parece estar montando un caballo.

– Si, sí, puedo verlo. Pero porque?

– No tengo idea.Tal vez porque le gusta.

– Ves? -para puntuarlo, le golpeó el hombro a Roarke. -Enfermos. La gente está enferma. -Ella lanzó un suspiro de alivio cuando divisó la casa del rancho.

Era enorme, desparramada hacia todos lados. Algunas partes estaban pìntadas en el mismo blanco brillante y otras parecían estar decoradas con piedras adoquinadas reunidas caprichosamente. Había secciones construídas con vidrio, y ella casi tembló ante la idea de permanecer ahí mirando afuera campo más campo. Y sabiendo lo que había en aquellos campos mirándola a ella.

Había pequeñas áreas cercadas, y aunque había caballos en ellas, también había una considerable actividad humana. Eso la alivió, aunque esos humanos estaban todos cubiertos con sombreros de vaquero.

Vió un helipuerto y una cantidad de vehículos, muchos de los cuales ella ni podía empezar a identificar. Asumió que eran usados para algún tipo de trabajo rural.

Pasaron a través de enormes pilares de piedas coronados con caballos alzados de manos.



– Ok, él sabe que estamos llegando, y no está feliz. -empezó ella. -está obligado a ser hostil, defensivo y poco cooperativo. Pero es lo bastante listo para saber que puedo complicarle la vida, escarbar en su pasado, y apretar a la policía local para agregar alguna presión. No va a querer toda esa mierda encubierta en su patio trasero. Viniendo a su pista lo dejamos que se sienta más en control.

– Y cuanto tiempo vas a dejar que se sienta de esa manera?

– Vamos a ver como sale. -Ella salió del automóvil y casi perdió el aliento en el calor.

Un calor de horno, pensó, muy diferente al baño de vapor del verano en New York. Olió el pasto y algo que podía ser estiércol. -Que es ese sonido como un clack? -le preguntó a Roarke.

– No estoy del todo seguro. Pienso que pueden ser pollos.

– Cristo todopoderoso. Pollos. Si me dices que piense en omelletes, voy a tener que golpearte.

– Comprendido. -El recorrió el camino de entrada junto a ella. La conocía bastante bien para estar seguro de que su preocupación en la escena local la ayudaba a mantener fuera de la mente sus miedos y preocupaciones. Ella todavía no había dicho nada sobre ir al mismo Dallas, o si podía o quería hacerlo.

Las puertas tenían un ancho de diez pies y estaban coronadas con los cuernos descoloridos de algún tipo de animal. Roarke reflexionó sobre eso, y el tipo de personalidad que disfrutaba decorando con animales muertos, mientras Eve tocaba la campana.

Momentos después, la imagen del viejo Oeste americano abrió la puerta.

Era curtido como el cuero, alto como una montaña, ancho como un río. Llevaba botas con puntas afiladas como estiletes e incrustadas con mugre. Sus vaqueros eran azul oscuro y parecían lo bastante rígidos para mantenerse parados sin él, mientras su camisa era a cuadros rojos y blancos desteñidos. Su pelo era color plata, peinado hacia atrás desde un rostro duro y rudo, surcado de arrugas, el ceño fruncido.

Cuando habló, su voz traqueteó como grava suelta en un cubo muy profundo. -Usted es la policía de la ciudad.

– Teniente Dallas. -Le mostró la placa. -Este es mi asistente de campo…

– Lo conozco. -El apuntó con un dedo, grueso como un perro de soja, en una mano grande como un jamón, a Roarke. -Roarke. Usted es Roarke, y no es policía.

"-Me halaga. -reconoció Roarke- Sucede que estoy casado con una.

– Si. -el asintió y consideró a Eve. -También la reconozco a usted. Policía de la gran ciudad de New York. -Parecía como si fuera a escupir, pero se contuvo. -Jake T. Parker, y no tengo que hablar con usted. El hecho es que mis abogados me advirtieron con esto.

– Usted no está bajo ninguna obligación legal de hablar conmigo, Sr. Parker. Pero puede ser puesto bajo esa obligación legal, y estoy segura de que sus abogados le advirtieron que eso es posible.

El enganchó sus anchos pulgares en la cintura de sus vaqueros. Su alarmente estómago crujió con el movimiento. -Le costaría un poco de tiempo conseguirlo, no?

– Sí, señor, así es. No puedo imaginarme cuanta gente más puede asesinar Julia

– No tengo nada que ver con ella, desde hace más de doce años. Estoy en paz aquí, y no necesitos que ninguna chica policía de la ciudad venga desde New York y me tire esa mugre en la cara.

– No estoy aquí para tirarle mugre, Sr. Parker. No estoy aquí para juzgarlo. Estoy aquí para aprender cualquier cosa que pueda ayudarme a parar a Julia

– Mierda. Perdone mi francés. -agregó. -Esa chica no es más que un fantasma para mí, y yo soy menos que eso para ella.

Eve sacó fotos de su bolso de campo. -Este es Walter Pettibone. No tenía nada que ver con ella tampoco. Y Henry Mouton. Tenían familias, Sr. Parker. Tenían vidas. Ella destruyó todo eso.

El miraba las fotos, y más allá de ellas. -Nunca deberían haberla dejado salir de prisión.

– No va a conseguir de mí una discusión sobre eso. Yo ayudé a ponerla en una jaula antes. Le estoy pidiendo que me ayude a hacerlo otra vez.

– Yo tenía mi propia vida. Me tomó mucho tiempo dejar eso atrás hasta que pude levantarme en la mañana y verme a mi mismo en el espejo.

El tomó un sombrero Stetson marrón sucio de un estante con perchas junto a la puerta, y se lo puso en la cabeza. Luego salió, cerrando la puerta a su espalda. -No quiero esto en mi casa. Lamento no ser hospitalario, pero no la quiero a ella en mi casa. Hablemos afuera. Quiero darle una mirada a las reservas de todos modos.

Como una concesión contra el blanco resplandor del sol, Eve sacó gafas ahumadas. -Ella se puso en contacto con usted en algún momento?

– No quise escuchar nada de esa chica desde que se fue el día que cumplió dieciocho. El dia que le dijo a su madre lo que había estado haciendo. El día que se rió en mi cara.

– Sabe si ha estado en contacto con su madre?

– No puedo decirle. Perdí el rastro de Kara cuando me dejó. Escuché que había tomado un trabajo fuera del planeta. En un satélite agrícola. Lo más lejos de mí que pudo conseguir.

Eve asintió. Ella conocía la localización de Kara Du