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– Estoy vivo -respondió Jack-. Ya no soy un abogado para ricos en Patton, Shaw y no me casaré con Je

– ¿Tiene alguna noticia de Kate? -preguntó Seth mientras miraba las venas azules de las piernas.

– Está en Atlanta -Jack acabó la cerveza-. Al menos estaba allí la última vez que escribió.

– ¿Se quedará allí?

– No está muy segura. -Jack se encogió de hombros-. La carta no lo decía muy claro. Luther le dejó la casa en herencia.

– Me sorprendería si la acepta. Comprada con dinero ilícito.

– El padre de Luther se la dejó, comprada y pagada con buen dinero. Luther conocía a su hija. Pienso que le quería dejar alguna cosa. Un hogar no está nada mal.

– ¿Sí? Un hogar necesita dos personas, si quiere mi opinión. Y después, pañales sucios y biberones para estar completo. Jack, ustedes estaban hechos el uno para el otro. Se lo juro.

– No estoy muy seguro de que eso tenga importancia, Seth. -Se secó los brazos-. Ha pasado por muchos sufrimientos. Quizá demasiados. Yo estoy vinculado a toda esa historia. No puedo culparla por querer apartarse de todo. Hacer borrón y cuenta nueva.

– Usted no era el problema, Jack. Por lo que vi era todo lo demás. Jack miró a un helicóptero que atravesaba el cielo.

– Estoy un poco cansado de ser siempre el que da el primer paso, Seth. ¿Sabe lo que quiero decir?

– Lo adivino. -Frank miró su reloj.

– ¿Tiene que ir a alguna parte? -le preguntó Jack al ver el movimiento.

– Sólo pensaba en que necesitamos algo más fuerte que la cerveza. Conozco un lugar muy bonito cerca de Dulles. Costillares largos como mi brazo, mazorcas asadas de medio kilo y tequila hasta que sale el sol. Y algunas camareras de muy buen ver si quiere probar suerte, aunque yo como un hombre casado me limitaré a observar desde una distancia respetuosa cómo hace el tonto. Cogeremos un taxi para ir a casa porque los dos estaremos borrachos y tendrá que dormir en mi casa. ¿Qué me dice?

– ¿Me firmará un vale? -replicó Jack, con una sonrisa-. Suena tentador.

– ¿Está seguro?

– Lo estoy. Gracias, Seth.

– Pues ya lo tiene. -Frank se levantó, desenrolló las perneras de los pantalones y fue a buscar los zapatos y los calcetines.

– ¿Qué le parece venir a mi casa el sábado? Haremos una barbacoa, hamburguesas, patatas fritas y perritos calientes. También tengo entradas para el Camden Yard.

– Hecho.

Frank acabó de atarse los cordones y se dirigió hacia la puerta. Antes de salir se volvió para mirar a su amigo.

– Eh, Jack, no piense demasiado, ¿vale? Algunas veces no es saludable.

– Gracias por la cerveza -respondió Jack levantando la lata.

Se marchó el detective y Jack se tendió en el suelo de cemento. Contempló el cielo que parecía tener más estrellas que números. Algunas veces se despertaba de un sueño muy profundo, y se daba cuenta de que había estado soñando las cosas más extrañas. Pero lo que había soñado le había ocurrido en realidad. No era muy agradable. Sólo aumentaba la confusión que, a su edad, esperaba haber eliminado de su vida.

Un vuelo de una hora y media hacia el sur era, sin duda, el mejor remedio a sus males. Kate Whitney podía o no regresar. Sólo tenía claro que no iría tras ella. Esta vez sería responsabilidad de Kate volver a formar parte de su vida. Y no era por resentimiento que Jack lo consideraba necesario. Kate tenía que tomar una decisión. Sobre su vida y cómo quería vivirla. El trauma emocional que había experimentado con su padre había sido superado por la culpa y la pena que soportó con su muerte. La mujer tenía que pensar en muchas cosas.

Y Kate había dejado bien claro que quería hacerlo sola. Llevaba razón.

Se quitó la camiseta, se zambulló en la piscina y nadó tres largos a ritmo rápido. Sus brazadas cortaron el agua con fuerza y cuando acabó de nadar, se sentó otra vez en el borde. Cogió la toalla y se la puso sobre los hombros. El aire de la noche era fresco y cada gota de agua era como un cubito contra la piel. Miró una vez más el cielo. Ni un mural a la vista. Pero tampoco estaba Kate.

Pensaba en volver al apartamento para dormir un rato cuando volvió a oír el chirrido de la puerta. Frank que se había olvidado algo. Echó una ojeada. Por unos segundos se quedó inmóvil. Permaneció sentado con la toalla sobre los hombros con miedo de hacer ningún ruido. Lo que sucedía quizá no era real. Otro sueño que se esfumaría con el alba. Por fin, se levantó lentamente y caminó hacia la puerta.

En la calle, Seth Frank permaneció junto a su coche durante unos momentos para admirar la belleza de la noche; olió el aire que recordaba más a una primavera lluviosa que a un verano húmedo. No sería demasiado tarde cuando llegara a casa. Quizá la señora Frank querría ir al Dairy Queen del barrio. Los dos solos. Le habían recomendado mucho los cucuruchos bañados en caramelo. Sería magnífico para acabar el día. Subió al coche.

Como padre de tres, Seth Frank sabía lo hermoso que era vivir. Como detective de homicidios había aprendido que un bien preciado como la vida podía ser destrozado con la mayor brutalidad. Miró por un instante hacia la azotea del edificio y sonrió mientras arrancaba. Pero eso era lo mejor de estar vivo. Hoy quizá las cosas no iban bien. Pero mañana habría la posibilidad de arreglarlas.