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Giordino fue el primero en salir, envuelta la cabeza en el torbellino de burbujas de su regulador de la respiración. Alargó los brazos hacia adentro, clavó los pies en la arena, se apercibió para resistir el dolor del pecho que estaba seguro de que sentiría, y dio un fuerte tirón. Con Pitt y Gu

Dentro de la maltrecha cabina de mandos, Jessie luchaba por adaptar sus oídos a la presión del agua. La sangre zumbaba en su cabeza y sentía en ella un fuerte dolor que borraba la impresión de la caída. Se tapó la nariz y resopló furiosamente. Al quinto intento, se destaparon al fin sus oídos, y el alivio que sintió fue tan maravilloso que las lágrimas acudieron a sus ojos. Apretó los dientes sobre la boquilla y se llenó de aire los pulmones. Qué delicioso sería despertarse en su propia cama, pensó. Algo tocó su mano. Era otra mano, firme y de piel curtida. Levantó la mirada y vio los ojos de Pitt mirándola fijamente a través del cristal de la máscara; parecían fruncidos en una sonrisa. Él le indicó con la cabeza que le siguiese.

La condujo afuera, en el vasto y líquido vacío. Ella miró hacia arriba, observando las burbujas sibilantes que ascendían en remolinos hacia la agitada superficie. A pesar de la turbulencia de ésta, había en el fondo una visibilidad de casi sesenta metros y podía ver claramente y en toda su longitud el armazón de la aeronave yaciendo a poca distancia de la cabina de mandos. Gu

Pitt le hizo ademán de que esperase junto a los depósitos de aire y el extraño paquete. Observó la brújula que llevaba en la muñeca izquierda y se alejó nadando en aquella bruma azul. Jessie se tambaleó, ingrávida, sintiendo en la cabeza una ligera impresión de narcosis por nitrógeno. La invadió una abrumadora sensación de soledad, pero se desvaneció rápidamente al ver a Pitt que volvía. Éste le hizo señal de que le siguiese y, después, se volvió y empezó a nadar despacio. Pataleando para vencer la resistencia del agua, Jessie no tardó en alcanzarle.

El fondo de arena blanca del mar fue sustituido por bancos de coral habitados por una gran variedad de peces de extrañas formas. Sus brillantes colores naturales eran amortiguados hasta convertirse en un gris suave, por la absorción de las partículas de agua que filtraban el rojo, el naranja y el amarillo, dejando pasar únicamente el verde y el azul. Nadaron agitando las aletas y manteniéndose a sólo una braza por encima de la fantástica y exóticamente moldeada jungla submarina, observados con curiosidad por un tropel de pequeños angelotes, orbes y peces trompeta. La divertida escena recordó a Pitt los niños que observaban los grandes globos en forma de personajes de historietas que desfilan por Broadway el Día de Acción de Gracias.

De pronto, Jessie clavó los dedos en la pierna de Pitt y señaló hacia arriba. Allí, nadando perezosamente, a sólo veinte pies de distancia, había una bandada de barracudas. Debía haber dos centenares de ellas y ninguna medía menos de un metro de largo. Se volvieron al unísono y empezaron a dar vueltas alrededor de los submarinistas con muestras de curiosidad en sus redondos ojos. Después decidieron por lo visto que no valía la pena perder el tiempo, por Pitt y Jessie, por lo que se alejaron en un abrir y cerrar de ojos y se perdieron de vista.

Cuando Pitt se volvió, vio cómo aparecía Rudi Gu

El significado estaba claro. Gu

Habían nadado casi cien metros cuando Gu

Como un castillo encantado surgiendo entre la niebla de un pantano de Yorkshire, la forma fantástica del Cyclops se manifestó en la acuática penumbra, nefasta y siniestra, como si una fuerza indescriptible alentase en sus entrañas.

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Pitt había visto muchos barcos naufragados y había sido el primero en inspeccionar el Titanic, pero al contemplar ahora el perdido y legendario buque fantasma, le asaltó un temor casi supersticioso. El hecho de que fuera la tumba de más de trescientos hombres aumentaba su maligna aureola.

El barco hundido yacía sobre el costado de babor con una inclinación de unos veinticinco grados, con la proa apuntando hacia el norte. No tenía el aspecto de algo destinado a descansar en el fondo del mar, y la madre naturaleza había tendido sobre el intruso de acero un velo de sedimentos y organismos marinos.

El casco y la superestructura estaban cubiertos de toda clase de productos del mar: esponjas, lapas, anémonas floridas, plumosos helechos marinos y largas algas que oscilaban graciosamente con la corriente como brazos de bailarinas. Salvo por la deformada proa y tres grúas desprendidas, el barco estaba sorprendentemente intacto.





Encontraron a Giordino muy atareado raspando las adherencias de un pequeño sector debajo de la barandilla de popa. Se volvió cuando ellos se acercaron y les mostró el fruto de su trabajo. Había dejado al descubierto las letras en relieve del nombre Cyclops.

Pitt miró la esfera naranja de su reloj sumergible Doxa. Le parecía una eternidad el tiempo transcurrido desde que el dirigible había caído, pero sólo habían pasado nueve minutos desde el momento en que habían salido nadando de la cabina de mandos. Era imperativo que conservasen el aire. Todavía tenían que registrar el barco y reservar las botellas de recambio para la descompresión. El margen de seguridad sería peligrosamente estrecho.

Comprobó el indicador de aire de Jessie y la miró a los ojos. Parecían claros y brillantes. Ella respiraba lenta y rítmicamente. Levantó el dedo pulgar y le hizo un guiño de coquetería. Por lo visto había olvidado de momento el peligro de muerte que habían corrido en el Prosperteer.

Pitt respondió a su guiño. Ahora la está gozando, pensó.

Empleando señales con las manos para comunicarse, se desplegaron los cuatro en línea encima de la popa y empezaron a recorrer el barco. Las puertas de la camareta alta de popa se habían podrido y el suelo de teca estaba fuertemente carcomido. Todas las superficies llanas estaban revestidas de sedimentos que daban la impresión de una mortaja polvorienta.

El asta de la bandera estaba desnuda; la enseña de los Estados Unidos se había desintegrado hacía tiempo. Los dos cañones de popa apuntaban hacia atrás, mudos y abandonados. Las chimeneas gemelas se alzaban como centinelas sobre los restos de ventiladores, norays y barandillas, y todavía pendían enroscados cables de las grúas. Como en un barrio de chabolas, cada pieza arruinada ofrecía refugio a los erizos de mar, cangrejos y otras criaturas marinas.

Pitt sabía, por haber estudiado un diagrama del interior del Cyclops, que buscar en la sección de popa era una pérdida de tiempo. Las chimeneas se alzaban sobre la sala de máquinas y las dependencias de la tripulación. Si tenían que encontrar la estatua de La Dorada, lo más probable era que estuviese en el compartimiento de carga mixta, debajo del puente y del castillo de proa. Hizo ademán a los otros para que siguiesen en aquella dirección.

Nadaron despacio y prudentemente a lo largo de la pasarela que se extendía sobre las escotillas del carbón, rodeando los grandes cubos de carga y pasando por debajo de las herrumbrosas grúas que parecían alargarse desesperadamente en busca de los rayos refractados por la superficie. Era evidente que el Cyclops había sufrido una muerte rápida y violenta. Los restos de las barcas salvavidas estaban fijados en sus pescantes y la superestructura parecía haber sido aplastada por un puño monstruoso.

El extraño puente rectangular tomó lentamente forma en la penumbra verdeazul. Los dos pilares de sustentación del lado de estribor se habían doblado pero la inclinación del casco a babor había compensado el ángulo. En contraste con el resto del barco, el puente permanecía en un plano perfectamente horizontal.

La oscuridad al otro lado de la puerta de la caseta del timón parecía ominosa. Pitt encendió su linterna y penetró lentamente en el interior, teniendo cuidado de no levantar el limo del suelo con sus aletas. Una luz muy débil se filtraba a través de los sucios ojos de buey del mamparo anterior. Limpió de lodo el cristal que cubría el reloj del barco. Las deslustradas saetas se habían inmovilizado en las 12,21. También examinó el gran pedestal donde se hallaba la brújula. El interior era todavía impermeable y la aguja flotaba libre en queroseno, apuntando fielmente al norte magnético. Pitt observó que el barco estaba orientado a 340 grados. En el lado opuesto al de la brújula, cubiertos por una colonia de esponjas que adquirieron un vivo color rojo bajo la luz de la linterna de Pitt, había dos objetos parecidos a postes que se elevaban del suelo y se abrían en abanico en la cima. Pitt, curioso, limpió el de babor y apareció una superficie de cristal a través de la cual pudo difícilmente leer las palabras a toda velocidad, MEDIANA, LENTA, MUY LENTA, STOP y PAREN MÁQUINAS. Era el telégrafo del puente con la sala de máquinas. Advirtió que la saeta metálica apuntaba a toda velocidad. Limpió el cristal del telégrafo de estribor. La aguja señalaba paren máquinas.

Jessie estaba a unos tres metros detrás de Pitt cuando soltó un grito confuso que hizo que a él se le erizasen los cabellos de la nuca. Giró en redondo, pensando que tal vez se la llevaba un tiburón, pero ella estaba señalando frenéticamente un par de cosas que sobresalían del limo.

Dos cráneos humanos, cubiertos de lodo hasta las fosas nasales, miraban a través de las cuencas vacías. Dieron a Pitt la deconcertante impresión de que le estaban observando. Los huesos de otro tripulante estaban apoyados en la base del timón, con un brazo esquelético introducido todavía entre los radios de la rueda. Pitt se preguntó si alguno de aquellos lastimosos restos podían ser los del capitán Worley.

No había nada más que ver, por lo que Pitt condujo a Jessie fuera de la caseta del timón y por una escalera hacia los camarotes de los tripulantes y los pasajeros. Casi al mismo tiempo, Gu