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– Conspiración. He conseguido que esperen un poco. Sabía que querrías verla antes de…

Antes de que la detuvieran. Antes de que la historia saliera a la luz y los medios de comunicación se cebaran en ella.

Su frase sin terminar quedó colgada del aire, entre ellos. El corazón de Glory se detuvo, y después empezó a latir de nuevo a toda velocidad.

– ¿Cuánto tiempo hace que lo sabías? ¿Cuánto tiempo has pasado siguiéndola?

Apenas podía pronunciar las palabras. Le sonaban demasiado raras.

Cinco días.

– Cinco.., días.

Contó hacia atrás, pensando en las veces que había visto a su madre. Se dio cuenta de lo que significaba el silencio de Santos.

Se apartó de él, sintiendo una cólera tan intensa que apenas podía respirar.

– Te enteraste de esto hace cinco días, pero no me dijiste nada. Durante cinco días estuviste sospechando y…

– Y hasta hoy no tenía nada más que sospechas. ¿Qué habría podido decirte?

– Podrías haberme dicho la verdad. Somos amantes. Dormimos juntos. Pero me has ocultado esto -sacudió la cabeza, destrozada-. No viste nada de malo en eso, ¿verdad?

– No. Sin tener pruebas, ¿qué podría haberte dicho? ¿Que creía que tu madre había preparado la trampa que me tendieron? ¿Que tenía algo que ver con un delincuente habitual? ¡Por favor, Glory! Es tu madre.

– Exactamente -se apartó el pelo de la cara con una mano temblorosa-. Es mi madre. Deberías haberme dicho la verdad. Deberías haberme dicho lo que ocurría. Me merecía eso, por lo menos.

– Si te lo hubiera dicho habría puesto en peligro la investigación.

– Ya veo -cerró los puños, furiosa-. Tenías miedo de que pusiera a mi madre sobre aviso y se escabullera. Tenias miedo de que encontrara la forma de detenerte. De que advirtiera a tu capitán lo que estabas haciendo.

Santos no dijo nada durante un momento. Después dejó escapar la respiración, frustrado.

– Sabía que no me creerías. Quería ser capaz de demostrarte que era cierto. ¿Qué tiene eso de malo?

Glory se dio cuenta de que Santos no la amaba. Nunca la amaría. La traición que había cometido en el pasado seguía pesando sobre él. No confiaba en ella. Nunca podría confiar.

Caminó hacia la mesa. Sacó el bolso del último cajón y se volvió de nuevo hacia él.

– ¿Cuánto tiempo me queda?

– No mucho -miró de nuevo el reloj-. Veinte minutos, como mucho.

Glory asintió, muy tranquila, aunque por dentro estaba destrozada.

– Será mejor que me vaya.

– Voy contigo.

Glory entrecerró los ojos.

– Nada de eso. Voy sola.

– Se lo he prometido a Jackson.

– ¿Aún te da miedo de que la ayude a escapar?

En el tenso silencio que siguió, Glory salió del despacho. Una vez en la puerta, se detuvo y se volvió hacia Santos.

– No dejas de acusarme de no creer en ti -le dijo-. De no haber creído nunca en ti. Pero creí en ti lo suficiente para amarte. No una vez, sino dos. Eres tú el que da importancia a nuestras diferencias. Tú fuiste el que juzgó, el que decidió que yo estaba demasiado mimada para amarte de verdad. Tú fuiste el que decidió que no me merecías. Tengo la impresión de que tú fuiste siempre el que no creía que esto pudiera funcionar. Porque no confiabas en mí. Pero en este momento no tengo tiempo de pensar en ello -respiró profundamente y lo miró a los ojos, retándolo a llevarle la contraria-. Voy a ver a mi madre. Y voy sola.

Santos no le llevó la contraria porque no se sentía con fuerzas. Seguía amándola, a pesar de que ella había sido la primera en traicionarlo, a pesar de que si no podía confiar en ella era porque le había demostrado, una y otra vez, que estaba dispuesta a anteponer la familia a la lógica.

Capítulo 67

Glory condujo como loca, cegada por las lágrimas, con la cabeza llena de las cosas que había dicho Santos sobre su madre, sobre sus retorcidas pasiones, su relación con Chop Robichaux y su intento de tenderle una trampa.

Se dijo que debía haber una explicación. Esperaba con todas sus fuerzas que la hubiera. Quería que su madre la abrazara y le dijera que no era cierto. Que le prometiera que no era cierto.

Pero sabía que sus ruegos no se verían cumplidos.

Algún milagro le permitió llegar a casa de su madre sin incidentes. Salió apresuradamente del coche y corrió por el camino. En cuanto llegó a la puerta se puso a llamar fuertemente. Abrió la señora Hilcrest, que se alarmó considerablemente al verla en aquel estado.

– ¿Qué pasa, señorita Glory?

– ¿Dónde está mi madre? -dijo, a punto de atropellarla al entrar en la casa-. Tengo que verla.

– En su habitación, descansando. Ha pedido que no la moleste nadie.

Glory corrió hacia las escaleras.

– Unas personas van a venir a buscarla. Distráelas todo lo que puedas.

– ¿Cómo dice? -la siguió al pie de la escalera, confundida-. ¿Quién va a venir a buscar a su madre? No la entiendo.

Glory se detuvo para mirarla.

– Hágame caso, por favor.

Subió a toda prisa los escalones restantes y se detuvo frente a la puerta de su madre. Estuvo a punto de llamar para esperar a que le cediera el paso, pero al final pudo más la impaciencia. Abrió e irrumpió en el dormitorio.

Su madre estaba dormida. Se incorporó de un salto al oír el ruido y la miró confundida.

– ¿Glory Alexandra? -dijo parpadeando y llevándose una mano a la garganta-. ¿Qué haces aquí?

– Tengo que hablar contigo.

Se acercó a la cama. Temblaba tanto que temía no poder llegar. Al final consiguió sentarse en el borde.



Las lágrimas le impedían hablar. Hizo un esfuerzo para tragárselas. No tenía mucho tiempo. Tenía que hablar con su madre. Tenía que oír la verdad, fuera la que fuera.

– Van a venir a buscarte. Tenemos que hablar. Tengo que saber…

– ¿Que van a venir a buscarme? -interrumpió Hope, apartándose el pelo de los ojos-. ¿Quién? ¿Qué quieres decir?

– Santos y… otros -la miró a los ojos-. Tienen una orden de detención.

– ¿Una orden de detención? ¿Para quién?

– Para ti, mamá. Dicen que…

– ¿Para mí? -se echó hacia atrás, horrorizada-. ¿Por qué? No puedo imaginar cómo…

– Dicen que estabas involucrada con lo que hizo Chop Robichaux, que fuiste tú la que planeó la trampa que le tendieron a Santos.

Su madre no lo negó; emitió un sonido de indignación o incredulidad y se quedó mirándola fijamente a los ojos, atemorizada.

Se dio cuenta de que era culpable de todo lo que Santos había dicho. Era verdad.

Las lágrimas afloraron a sus ojos y empezaron a caerle por las mejillas. Se las retiró con impaciencia.

– Lo saben todo, mamá. Se han enterado de lo de Santos, y de tu relación con Chop Robichaux. Saben que… saben qué era lo que te suministraba -alzó la voz-. ¿Es eso cierto, madre? ¿Hacías esas cosas? ¿También cuando papá estaba vivo? No puedo soportar pensar en eso.

– ¡No! -gritó su madre, con un sonido desesperado que salía del centro de su alma-. ¡No!

Glory tomó las manos de su madre. Estaban frías y húmedas como las de un cadáver.

– Tienen pruebas. Fechas y fotografías. Todo un expediente sobre ti -le frotó las manos, intentando calentarlas-. Dime que no es verdad y te creeré. Dime cómo han conseguido esas fotografías y…

Hope apartó las manos de las de su hija y salió de la cama de un salto. Corrió a la puerta del dormitorio y la cerró con pestillo.

– ¡Madre?

Hope se volvió, jadeando nerviosa.

– La oscuridad ha llegado. Tenemos que intentar escondernos. Tenemos que hacer planes.

El corazón de Glory empezó a latir a toda velocidad. Se esforzó por mantener la calma.

– Estás muy nerviosa -dijo con la voz más tranquila que consiguió poner-. Vamos a calmarnos, y juntas encontraremos una solución a este problema. Te prometo que…

– ¡No! Es demasiado tarde. Ya viene hacia aquí. El mal ha llegado.

Glory sujetó fuertemente las manos de su madre.

– ¿De qué hablas, mamá? Tendrás que contármelo para que pueda ayudarte.

– Sí -asintió-. Tengo que contártelo. Ahora debo decirlo -la miró a los ojos con una expresión que la dejó sin aliento-. La oscuridad, la bestia. Viene a por nosotras.

Se apartó de Glory y empezó a recorrer la habitación. Su camisón de seda largo se le enredaba en los tobillos.

– Intenté protegerte -le dijo-. Siempre lo intenté, sin rendirme nunca. Pero lo sabía. La vi en ti, y era muy fuerte.

Glory se humedeció los labios.

– ¿Qué es lo que viste?

– La bestia.

Dio un paso atrás. Las palabras de su madre la habían herido como una puñalada. Recordó su niñez, las ocasiones en que se había despertado para ver a su madre mirándola como si fuera el diablo en persona. Gimió débilmente. Lo único que deseaba era que su madre la quisiera.

Pero cuando Hope la miraba veía un monstruo.

– Es la maldición -continuó Hope-. La herencia de mal de Pierron. Se transmite de madre a hija. Todas la tenemos. Somos pecadoras, sucumbimos. Me resistí tanto como pude -se llevó las manos a la cara-, pero era demasiado fuerte.

Glory tragó saliva, pensando en lo que le había dicho Santos sobre las aficiones de su madre.

– ¿Así que sucumbiste?

– Sí -la miró con la cara llena de lágrimas-. Deseaba algo mejor para ti. Me propuse sacarte a la bestia. Me prometí que no caerías en esta sucesión de pecado. ¿Es que no intenté limpiarte?

Glory recordó la biblioteca, y al pequeño Da

Hope se aferró a sus muñecas.

– Aún tienes tiempo. ¿Lo entiendes?

Negó con la cabeza, mirando a su madre horrorizada. Estaba loca. Completamente loca.

– Necesitas ayuda, mamá. Podemos conseguir que te ayuden.

– No hay ayuda. No puede haberla.

Corrió a las puertas de la terraza y las abrió. Se apoyó en la barandilla, en equilibrio, respirando profundamente.

– ¡Mamá! -la sujetó por detrás, rodeándola con los brazos-. Te puedes caer. Apártate de ahí.

Su madre se debatió. Cayeron contra la barandilla, y la madera crujió. Asustada, Glory la apartó. Perdió el equilibro y se golpeó el hombro con el marco de la puerta. Hope se recuperó.

Se apartó de Glory y volvió a la barandilla.

– Espera en tu interior. Quiere alimentarse de tu alma inmortal. Intenté libertarte. Intenté borrar de tu carne la necesidad de pecado.

– Santos nos ayudará. Si se lo pido, nos ayudará.