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– Lo haría por la cantidad de dinero adecuada. Lo conozco bien. Haría cualquier cosa por dinero.
– Pero ¿cuánto podría tener que pagar por hacer algo así? No me parece que le haya salido muy rentable. ¿Qué piensas tú? ¿Adónde nos lleva esto?
– Necesitamos pruebas, algo que demuestre la relación que hay entre ellos. Tenemos que averiguar qué había en ese sobre.
Liz se quedó mirándolos y escuchando. Tenía la impresión de que sobraba, como una niña a la que no hubieran invitado a jugar. Ya no formaba parte del equipo. Ya no la necesitaban ni contaban con ella.
Se esforzó por no llorar. Se aclaró la garganta y se puso en pie.
– Bueno, os dejo que habléis. Sólo quería…
Dejó de hablar, haciendo un esfuerzo para no ponerse en ridículo echándose a llorar.
Santos también se levantó.
– No sé cómo darte las gracias, Liz. No sé qué habría hecho si…
– Olvídalo -se volvió a pasar las manos por la falda-. De verdad.
– No quiero olvidarlo. Estoy en deuda contigo. No sabes el favor que me has hecho.
Liz se cruzó de brazos y negó con la cabeza.
– No, Santos. No te he hecho ningún favor. No lo he hecho porque te haya perdonado. No lo hecho porque te ame -se aclaró la garganta-. Lo he hecho porque era mi deber. Porque eres un buen policía, y porque no podría haber vivido conmigo misma si te lo hubiera ocultado.
Santos tomó su mano y la apretó con cariño.
– Sean cuales sean tus motivos, muchas gracias. Acabas de salvarme la vida.
Capítulo 63
– Bueno, señor Michaels -dijo Glory, cerrando la puerta de su despacho y dirigiéndose a los sofás-. ¿Qué opina?
El hombre sonrió, caminó hasta un sofá y tomó asiento.
– Tutéeme, por favor.
Glory se sentó delante de él.
– Sólo si tú haces lo mismo.
– De acuerdo -volvió a sonreír-. Es una propiedad preciosa. La tienes muy bien cuidada.
– Gracias -se puso las manos en el regazo-. Me encanta el Saint Charles. Ha pertenecido a mi familia durante mucho tiempo. De hecho, para mí es como un pariente.
Dudó, incómoda por lo que estaba haciendo. En parte tenía la impresión de que el mero hecho de hablar con un inversor como Jonathan Michaels constituía una traición hacia su padre, pero por otro lado sabía que los tiempos cambiaban, y que el Saint Charles y ella tenían que adaptarse a los cambios.
– Estoy segura -continuó, mirándolo de nuevo- que eso es una tontería para un hombre de negocios pragmático como tú.
– Desde luego que no -se apoyó las manos en las rodillas y se inclinó hacia ella-. Cuando mi agente se puso en contacto contigo no pensé que tuviéramos ninguna posibilidad. A fin de cuentas, ya lo habíamos intentado antes. ¿Cómo es que ahora te interesa vender?
– No me interesa vender -corrigió rápidamente-. Pero, como le he explicado a tu empleado, estoy considerando la posibilidad de aceptar un socio.
El hombre inclinó la cabeza con una sonrisa.
– Perdona. No he elegido el término más adecuado. Dijiste que tu participación sería del veinte por ciento, ¿no?
– Exactamente. Eso no es negociable. También me interesa bastante vuestro servicio de gestión. Tenéis muy buena reputación, aunque estoy segura de que ya lo sabes.
El hombre sonrió, indicando que así era.
– Puedo preguntarte por qué has decidido tener un socio en este momento?
– Por motivos ajenos a mi voluntad, el hotel es mucho menos rentable que antes.
– La situación.
– Sí, ése es el motivo principal. Otro motivo es la proliferación de hoteles nuevos en la ciudad -respiró profundamente-. Si no puedo conseguir que suba el número de huéspedes acabaré por ser incapaz de mantener el hotel.
– Podrías bajar el precio de las habitaciones.
– Ya lo he hecho. Lo he bajado mucho a lo largo de los años. Pero sigue sin venir mucha gente. Lo primero que se va a resentir es el servicio que ofrecemos, y no quiero que eso ocurra.
– Lo entiendo perfectamente. En mi opinión, sería una tragedia. Quedan muy pocos lugares como éste -observó su expresión, sin pasar por alto un solo detalle-. ¿Son ésos tus únicos motivos?
– No -se puso en pie para mirar por la ventana-. Como sabrás, la gerencia de un hotel es una ocupación que consume mucho tiempo.
– Sí, más que una jornada de trabajo normal.
– Exactamente. Y hay otra cosa a la que me apetece dedicarme. Otra propiedad, mucho más pequeña, con un enorme potencial de crecimiento.
El agente arqueó una ceja.
– A juzgar por tu mirada, esa propiedad es algo especial.
Glory sonrió.
– Mucho. Pero me va a llevar mucho tiempo. Y necesito un capital considerable para sacarla a flote.
– Hay alguna posibilidad de que te apetezca tener un socio en esa empresa?
Glory volvió a reír. Le caía bien aquel hombre.
– No te sentirías muy cómodo, créeme. Pero me lo tomo tan en serio como el Saint Charles. También es una propiedad familiar. Por parte de madre -caminó hacia la mesa y se apoyó en ella-. Ya hemos hablado de mí y de los motivos por los que quiero un socio. ¿Qué hay de ti? Sé que has llevado a cabo una investigación. No habrías llegado tan lejos en el negocio si no te informaras bien sobre tus inversiones. Sabiendo lo que sabes de este hotel, ¿cómo es que te interesa adquirir la mayor parte del capital?
– Muy sencillo. Porque el Saint Charles es una joya. Porque es el complemento perfecto para mis demás hoteles. Y porque creo que esta zona de Nueva Orleans se pondrá de moda dentro de unos años. También estoy convencido de que, si pueden elegir, los visitantes más exigentes preferirán un antiguo hotel del centro antes que un hotel moderno de las afueras. Lo más importante es la publicidad. Hay que correr la voz de que este hotel es muy especial. Lo incluiremos en el circuito de los viajes organizados, tanto dentro como fuera de los Estados Unidos. Mi empresa de gestión tiene mucho éxito con los mayoristas europeos. Ya verás como dentro de seis meses lo tienes ocupado al noventa por ciento.
Glory se esforzó por ocultar su alegría. El hotel no había estado nunca tan ocupado, ni siquiera en vida de su padre.
– ¿No crees que apuntas demasiado alto?
– Lo he hecho antes.
Era cierto. También ella había estado investigando. Jonathan Michaels tenía una excelente reputación. A nivel financiero era muy estable, y el historial de su éxito se consideraba fuerte y honrado.
Jonathan se levantó y observó la calle desde la ventana.
– También tengo intención de comprar varios comercios en las inmediaciones del hotel.
Glory arqueó las cejas.
– Ésa sería una inversión considerable en una zona que casi todo el mundo considera muerta.
– Tengo el capital suficiente, y me encanta esta ciudad. Creo en ella. ¿Sabes que nací aquí?
Glory asintió.
– Tu padre trabajó en este hotel durante una temporada.
– De portero -rió y sacudió la cabeza-. Recuerdo que venía a verlo aquí, con mi madre. Este edificio me impresionaba.
Glory rió.
– A veces me impresiona a mí también.
– Un día conocí a tu padre. Fue muy amable con nosotros. Más adelante lo conocí por motivos de negocios.
Glory lo examinó detenidamente. Jonathan Michaels parecía estar cerca de los cincuenta años. Si su padre viviera, tendría sesenta y cuatro años.
– ¿De verdad?
– Yo estaba empezando en el negocio, y él estaba en la cima. Lo admiraba muchísimo.
– Yo también. Gracias -miró el reloj-. Sé que tienes que tomar un avión, así que no te entretendré más.
Jonathan asintió y caminaron hacia la puerta.
– ¿Qué opinas? -le preguntó-. ¿Te interesa?
– Mucho.
– Tendré que hablar con mis asesores financieros. El abogado y el contable del hotel. Y con mi madre. Como probablemente sabrás, es la propietaria del cincuenta por ciento del hotel.
– ¿Crees que querrá vender su parte?
Glory abrió la puerta y se dirigieron a los ascensores.
– No tiene tanto cariño al hotel como yo, pero le gusta el prestigio de ser la propietaria.
– Muchos de esos detalles se pueden arreglar -llegó el ascensor, y se introdujo en él-. Te llamaré.
– Muy bien. Una asociación entre nuestros hoteles resultaría rentable para los dos. Y buena para el Saint Charles.
– Si no lo creyera no me habría reunido contigo. Te llamaré -repitió.
Después de que se marchara Jonathan, Glory volvió a su despacho. Se quedó en la puerta, mirando el escritorio de su padre, la ventana y el paisaje. Se sentía a la vez triste y esperanzada.
Su padre no habría querido que el hotel fracasara. No habría permitido que fuera arruinándose poco a poco. Y le habría gustado todo en Jonathan Michaels, desde su reputación en la industria hasta el hecho de que fuera de Nueva Orleans.
Pero a su madre no le caería bien. No pensaría que tenía la categoría suficiente para ser su socio. No querría renunciar a su reputación, ni querría hacer nada que temiera que fuera a despertar habladurías.
Su madre nunca accedería a aquel trato, al menos no de buen grado.
Y Glory no sabía muy bien cómo iba a resolver el problema.
Capítulo 64
El club se llamaba Rack. Se encontraba en un extremo del barrio francés, alejado del centro del bullicio turístico. Abría a las doce de la noche y cerraba al amanecer, para acoger a una clientela cuyos apetitos sexuales giraban en torno a dar y recibir dolor.
Y Hope Saint Germaine acababa de entrar.
Santos silbó para sus adentros. Después de seguirla durante cinco días había encontrado algo interesante. Pero aquello era lo último que esperaba. Si no la hubiera visto personalmente, si no la hubiera seguido desde su casa hasta el local, si no la hubiera visto salir de su coche, vestida de negro y con la cara tapada por una bufanda, para entrar en el club, no se lo habría creído.
Casi la tenía.
Se bajó un poco la gorra y salió del coche. Jackson había descubierto recientemente que Hope había retirado de su cuenta veinticinco mil dólares. También había averiguado que no había colocado el dinero en otra de sus cuentas, al menos, en ninguna a la que tuvieran acceso las fuentes de Jackson.
Desgraciadamente, sacar dinero de una cuenta no era ningún delito. Y dado que Jackson y él se habían enterado por vías ilegales, la información no se podía utilizar en un juzgado ni en ningún otro sitio. Necesitaba más. Tenía que conseguir alguna prueba de que le había preparado una encerrona.