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LIBRO 7

Capítulo 57

Nueva Orleans, Luisiana 1996

Chop Robichaux era una atracción del barrio francés, aunque los turistas no lo veían nunca una nota de colorido local, aunque sus conciudadanos desconocían su existencia. Excepto si formaban parte de los bajos fondos de la ciudad. Excepto si sus preferencias sexuales podían considerarse entre extravagantes y enfermizas. En tal caso conocían a Chop, que tenía fama de hombre de negocios que caía siempre de pie y que podía proporcionar cualquier perversión a cambio de un precio.

Tenía información sobre el asesino de Blancanieves.

Santos colgó el auricular del teléfono y apretó los labios. Chop le había dicho que, si le interesaba capturar al asesino, debería acudir inmediatamente a su club de la calle Bour- Santos se frotó un lado de la nariz con los dedos. No confiaba en Chop Robichaux. Lo despreciaba profundamente. Pero si alguien del bario podía tener información sobre la persona que se dedicaba a asesinar prostitutas, sería él. A fin de cuentas, la prostitución era su valor de cambio.

– ¿Quién era?

Se volvió para mirar a Glory, que estaba tumbada desnuda en la cama, a medio cubrir por la sábana. Sonrió y se estiró. Era tan bella que le cortaba la respiración. Y hacer el amor con ella era algo indescriptible. Cualquier palabra palidecería ante lo que le hacía sentir. Habían pasado las dos últimas semanas en medio de una nube de frenesí sexual.

Se obligó a aplacar su excitación creciente y concentrarse en lo que tenía entre manos: Chop y la información que le pudiera proporcionar sobre el asesino.

– ¿Te apetece dar una vuelta?

– Vale. ¿Adónde vamos?

– Al barrio francés, a ver a un viejo amigo.

Glory lo miró extrañada, como si se diera cuenta de que algo marchaba mal.

– ¿A un viejo amigo? -preguntó sentándose y apartándose de la cara el pelo enredado-. ¿Qué clase de amigo?

Santos se inclinó hacia delante y la besó. Después se apartó con reticencia.

– Ya te lo explicaré en el coche.

– Conozco un sitio en la calle Burgundy que sirve unos margaritas buenísimos.

– ¿Helados o con hielo?

– De las dos formas. Ponen todo el rato música de salsa.

– De acuerdo. Pero tenemos que darnos prisa.

Glory asintió y se ducharon y se vistieron rápidamente, sin perder el tiempo en hablar. A Santos le gustaba que Glory aceptara las limitaciones de tiempo, y que no se sintiera obligada a llenar de charla todos los momentos.

Aunque le gustaba aquello en ella, también hacía que se sintiera incómodo. Porque el silencio nunca parecía vacío, nunca parecía tenso. Y debería ser así. Cuando no estuvieran haciendo el amor debía sentirse a disgusto con ella. Pero le gustaba su compañía en todo momento.

En veinte minutos estaban en el coche, adentrándose en el barrio.

– ¿Quién es ese amigo al que vamos a ver?

– Un gusano. Se llama Chop Robichaux.

– Chop Robichaux -repitió Glory-. Ese nombre me suena.

Santos rió sin humor.

– No me sorprende. Durante cierto tiempo apareció en todos los titulares, hace seis años. ¿Recuerdas el escándalo de los policías corruptos en el barrio francés?

Glory frunció el ceño, pensativa, e inclinó la cabeza.

– Vagamente.

– Entonces te refrescaré la memoria. Cuatro agentes de la brigada antivicio fueron acusados, y después condenados, por aceptar sobornos a cambio de hacer la vista gorda respecto a las actividades de un club del barrio francés, en el que ejercían la prostitución menores de edad. Se llamaba Chop Shop, en honor al propietario, el hombre que vamos a ver.

– ¿Prostitución de menores? Qué desagradable.

– Eso pensó todo el mundo cuando salió la historia a la luz. Por supuesto, peor era que la policía aceptara dinero a cambio de no darse por enterada. Es mi opinión, por lo menos. Por eso lo destapé.

– ¿Que lo destapaste? ¿Qué quieres decir?

– En aquella época yo era un simple agente de la brigada antivicio. Me di cuenta de que algunos de mis compañeros estaban en nómina. Hablé con Chop y después lo denuncié todo en Asuntos Internos.

– Supongo que eso no te haría demasiado popular.

– Por decirlo de forma suave. Afortunadamente, poco después me trasladaron a homicidios -torció por la calle Bourbon-. A los de Asuntos Internos les interesaron mucho más los policías corruptos que las actividades de Chop, que proporcionó pruebas a cambio de que no lo procesaran.

– ¿Así que no cumplió ninguna condena?

– Así funcionan las cosas. Por supuesto, le cerraron el local. Aunque abrió uno nuevo en la siguiente manzana. Se supone que en el local actual no se transgrede la ley, aunque estoy seguro de que la gente como él se salta las normas siempre que puede. En todo caso, ya no pertenece a mi departamento.

– ¿Y eso fue todo? ¿No hay nada más?

– Claro que hay algo más. Uno de los cuatro policías declaró que yo estaba implicado. Dijo que me había enterado de que los de Asuntos Internos estaban sobre la pista y los sacrifiqué para salvarnos. Al parecer, era cierto que habían empezado a sospechar algo raro cuando yo hablé, así que me investigaron, pero no pudieron encontrar nada.

– ¿Aceptaron su palabra contra la tuya?

– Es lógico -apagó el contacto-. Cuando empecé a sospechar debí poner en conocimiento de mis superiores lo que ocurría y lavarme las manos. Pero quería pruebas. Y quería saber que Chop me respaldaría.

– Así que como le ofreciste el trato que le permitió salir impune considera que está en deuda contigo.



Santos rió.

– Todo lo contrario. Me odia a muerte. A fin de cuentas, yo fui el que le descabaló todo el negocio.

Se hizo el silencio. Santos miró a Glory.

– ¿Qué piensas?

No habló inmediatamente. Sacudió la cabeza durante unos segundos.

– Hay algo que no entiendo. Si el tal Chop te odia, ¿por qué te ha llamado para proporcionarte información?

– Buena pregunta. Eso mismo me pregunto yo. Pero por otro lado, tiene sentido. Yo soy el detective encargado del caso, y me conoce. Es posible que esté implicado en cierto modo y quiera llegar a un acuerdo. Es posible que quiera tantearme para ver qué le puede pasar.

– Tal vez deberías llamar a Jackson, o pedir refuerzos.

– ¿Refuerzos? -repitió riendo-. Has visto demasiadas series policíacas por televisión. Hay una gran diferencia entre hablar con un informador y meterse en una situación que suponga una amenaza.

Vio que Glory miraba nerviosa la fachada del club. La calle estaba llena de gente, como solía ocurrir en aquel barrio los sábados por la noche. De vez en cuando, alguien entraba o salía del local, y Glory y él podían ver el interior. Estaba lleno de gente.

– Espera -le dijo Santos-. Entro y salgo en un momento. No te muevas de aquí. Volveré en menos de diez minutos.

– ¿Estás seguro?

– Sí -se inclinó para besarla y abrió la puerta-. Después nos iremos a tomar un margarita.

Salió del coche y cruzó la calle para entrar en el local. Tal y como parecía, estaba lleno de gente. En el escenario, una mujer ligera de ropa se ondulaba al ritmo de la ensordecedora música. El aire olía a alcohol, tabaco y sudor. Le evocaba recuerdos desagradables. De su juventud. De la época en que trabajaba en antivicio.

Vio a Chop detrás de la barra y empezó a abrirse paso hacia él entre la multitud.

Un hombre que llevaba una cerveza en la mano chocó contra él, derramándole encima la mitad del líquido.

– ¡Ten cuidado! -le dijo.

El hombre sonrió.

– Perdona -dijo con sarcasmo-. No sabes cuánto lo siento. Santos le enseñó la placa.

– Creo que ya has tenido bastante. Tómate un descanso. Se apartó, aunque sin dejar de sonreír.

– Lo que usted diga, agente.

Santos sintió que se le erizaba el pelo de la nuca, y frunció el ceño. Se volvió para mirar a la barra, y vio a Chop, que lo observaba. Tenía la sensación de que algo marchaba mal. Chop le indicó con un gesto que se acercara.

Llegó a la barra. Chop fue al otro extremo para servir una bebida a alguien. Santos lo miró con disgusto. Era bajo y gordo, con el escaso pelo teñido de rubio. Siempre tenía la piel grasa, y de joven había sufrido un terrible acné, como demostraban las cicatrices que poblaban su cara. Pero no era el aspecto de Robichaux, por desagradable que resultara, lo que hacía que a Santos se le pusiera la piel de gallina. Era lo que tenía en su interior. Era un verdadero monstruo.

Como si fuera consciente de los pensamientos de Santos, Chop lo miró fijamente a los ojos y sonrió. Un momento después estaba frente a él.

– Hola, cerdo. Cuánto tiempo.

Santos lo recorrió con la mirada, disgustado por tener que jugar a su juego.

– ¿Tienes información para mí?

– ¿Qué información estás buscando?

– No me hagas perder el tiempo, Robichaux -entrecerró los ojos-. ¿Tienes esa información o no?

Chop volvió a sonreír, curvando sus desagradables labios.

– No. Sólo quería ver tu bonita cara en mi club.

– Debería detenerte ahora mismo.

– Inténtalo -rió Chop-. No tienes motivos. Estoy limpio.

– Cuando el infierno se congele. Tal vez debería inventarme algo. Estoy seguro de que cualquier cosa que se me ocurra será cierta.

– No te atreverías. Siempre has sido un buen chico. Pero ¿sabes una cosa? Hasta los buenos chicos tienen días malos. Ahora, lárgate de aquí.

– Encantado, Robichaux. Este sitio apesta.

Se apartó de la barra, incómodo, pensando en los motivos que podía haber tenido Chop para decirle que tenía información sobre Blancanieves y hacerse el tonto delante de él. Era posible que hubiera decidido en el último momento reservarse la información. Era posible que no pudiera hablar entonces porque lo escuchara alguien. También podía haber decidido, simplemente, gastarle una mala pasada.

Pero ninguna de las explicaciones le parecía convincente. Ninguna de ellas aliviaba su incomodidad. No era lógico que Chop Robichaux llamara a un detective de homicidios a su casa un sábado por la noche para divertirse a su costa.

La situación era muy rara. Chop tramaba algo que tenía que ver con él.

Salió del club sin problemas. Miró inmediatamente al coche y vio que Glory estaba donde la había dejado, mirando hacia él. Sonrió y saludó con la mano.

– ¿Detective Santos?

Cuatro hombres, probablemente policías, a juzgar por sus trajes baratos y sus cortes de pelo conservadores, lo rodearon. Santos los miró con desconfianza.