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Glory se cruzó de brazos.
– Muy bien. ¿Qué historia es esa?
– Una que trata sobre una madre y una hija -respondió, con la mirada fija en la carretera-. La madre en cuestión amaba a su hija más que a otra cosa en el mundo. Quería que tuviera una vida mejor que la que ella había llevado. La desafortunada mujer había sido prostituta, la «madame» de un burdel, para ser exactos, que había pertenecido a su vez a su madre y a su abuela.
Santos notó que había conseguido su atención, de manera que continuó hablando.
– Pues bien, la madre consiguió arreglar las cosas para que su hija tuviera una identidad nueva, para que se marchara a estudiar a un colegio donde nadie la conociera, lejos de allí. Lejos del lugar del que procedía. Pero la hija tenía sus propios planes. No quería a su madre, y había decidido utilizarla para huir de aquello. Mintió a todos, incluso al hombre con el que se casó más tarde. Rompió el corazón de su madre y se negó a verla de nuevo a pesar de las súplicas de la mujer que la había traído al mundo. Y cuando estaba a punto de morir realizó el último acto de crueldad negándose a verla en su lecho de muerte, negándose a acceder al único deseo de su madre.
Pasaron los segundos sin que nadie abriera la boca. Al cabo de un rato Glory se aclaró la garganta, intrigada. Aquella historia la había emocionado más de lo que estaba dispuesta a admitir.
– ¿Y qué tiene que ver todo eso conmigo?
– Deja que continúe. La hija consiguió casarse con un hombre poderoso y tuvo su propia hija. Pero nadie conocía la verdad. Nadie puso en duda la historia que había inventado sobre unos supuestos padres que habían muerto tiempo atrás.
– Por favor, Santos, tengo que estar en el hotel dentro de un par de horas -protestó, mirando su reloj-. ¿Podrías ir directamente al grano? Si tienes algo que decirme, hazlo.
– De acuerdo. Cuando se marchó de la mansión de su madre, la hija empezó a estudiar en un elegante colegio de Menfis y dijo a todo el mundo que sus padres habían muerto durante un viaje en el extranjero.
– ¿Qué?
– Lo que has oído.
– No estarás insinuando que…
– Por supuesto que sí.
– Eso es ridículo. Significaría que mi madre…
– Es una mentirosa -la interrumpió, apretando los dedos sobre el volante-. Mi Lily es la madre de la historia que acabo de contarte. Es tu abuela.
Glory se estremeció, atónita.
– Todo esto es absurdo. No te creo.
– Es absurdo, no lo niego. Pero también es cierto.
Glory se llevó una mano a la cabeza, temblorosa.
– Pero si todos estos años Lily supo dónde encontrarme… ¿por qué no se puso en contacto conmigo? Si quería conocerme, ¿por qué no me llamó?
– Porque sentía vergüenza de su profesión. Se avergonzaba de haber sido una prostituta y temía que la rechazaras como había hecho su propia hija. Además, creyó todas las mentiras que dijo Hope. Creyó que arruinaría tu vida. Pero ahora te necesita, Glory. Está muriéndose.
– ¿Muriéndose? -preguntó, casi sin aliento.
Santos intentó sobreponerse al dolor que sentía. Y no encontró más medio que concentrarse en el justificado odio que sentía por Hope Saint Germaine.
– Sí. Tu madre se ha negado a verla, aunque se trate de su último deseo. Se ha negado.
Entonces la miró durante un segundo. Parecía evidente que no creía nada de lo que había contado, pero empezaba a dudar. Fuera como fuese, aquella historia la había emocionado.
– Sé que es difícil de creer. Entiendo muy bien lo que todo esto significaría para ti. Pero te aseguro que no tengo ninguna razón para mentirte.
– ¿Y por qué razón debería creerlo? Contéstame. Es una historia falsa y ridícula.
– Porque es cierto. Si me lo permites, lo demostraré.
– ¿Cuánto tardarás?
– Más tiempo del que tienes. Para demostrarte la veracidad de mi historia tendremos que dar un paseo algo más largo. Pero piénsalo un momento. Si es cierto, como digo, ¿cómo te sentirás al pensar que has permitido que tu abuela muriera sola?
Glory tardó en reaccionar. Al final, suspiró y dijo:
– Eso significaría que todo lo que sé sobre mi madre es falso.
– Lo sé. Pero la verdad es mejor que la mentira, aunque duela.
– ¿Has dicho que puedes probarlo?
– Sí.
– Muy bien, Santos. Entonces, demuéstralo.
Santos la llevó a la casa de River Road. Durante el camino Glory no habló demasiado. Estaba perdida en sus propios pensamientos. El detective imaginaba lo que estaría pasando y sabía que todo aquello le dolería.
Pero estaba decidido a hacer cualquier cosa por Lily. Necesitaba a su nieta.
Al llegar a la propiedad detuvo el vehículo frente a las enormes puertas de hierro forjado.
– ¿Estás preparada?
– ¿Te importa mucho?
– No.
– Entonces, vamos.
Santos arrancó de nuevo y condujo lentamente para que Glory, y él mismo, pudiera contemplar la belleza del lugar. Santos amaba aquel sitio. Le parecía el lugar más hermoso del mundo.
– Es precioso -dijo Glory, como leyendo sus pensamientos.
– Era la casa de Lily. Su casa y su burdel. Y también fue la casa y el burdel de su madre y de su abuela.
– La casa de las Pierron -murmuró Glory-. He leído cosas al respecto.
– La mayor parte de los habitantes de Luisiana la conocen. Las Pierron eran tan conocidas como este lugar. En fin, ya hemos llegado.
Santos no dijo nada más hasta que entraron en la mansión. Sus pasos resonaban en la silenciosa casa. Habían dejado allí la mayor parte de los muebles, cubiertos con sábanas blancas, no sólo porque no tuvieran espacio en la nueva casa, sino porque Lily deseaba huir de aquello.
– Vengo tantas veces como puedo, para comprobar el estado de la casa. Un edificio tan antiguo necesita reparaciones de vez en cuando. Lily no puede permitirse el lujo de contratar a nadie para que lo haga, de manera que me encargo yo mismo.
Santos le enseñó la mansión. Ocasionalmente, Glory se detenía para levantar alguna sábana y admirar los muebles que ocultaban. Su rostro demostraba sorpresa, miedo y dudas.
Poco después, Glory se detuvo frente al retrato que había sobre una chimenea. De pequeña, se parecía lejanamente a sus antepasadas. Ya mujer, era idéntica a ellas. Parecía un retrato de sí misma.
– Dios mío, es igual a…
– Lo sé. Estás ante la abuela de Lily, Camelia Pierron. La primera madame de las Pierron. Camelia tuvo una hija, Rose, y Rose tuvo a su vez a Lily.
– Todas tienen nombres de flores.
– Menos tu madre. Lily quiso romper la cadena en todos los aspectos. Se odiaba a sí misma por lo que era y la llamó Hope, que en inglés significa «esperanza». Pero la realidad resultó mucho más irónica y cruel.
– Ya veo que procedo de una larga e ilustre familia de «chicas».
Santos sonrió.
– Podría decirse que sí. Pero todas eran muy inteligentes. Y terriblemente hermosas.
– Pero estaban atrapadas -susurró ella, casi para sus adentros-. ¿No tuvieron ningún hijo?
– No. Sólo hijas. Una para cada una de las Pierron.
– Todo esto podría ser una simple coincidencia. Muchas personas de Luisiana tienen rasgos latinos. Todos los que descienden de los franceses, y de los españoles, que estuvieron antes que ellos. Yo misma tuve una compañera en el colegio que se parecía mucho a mí, al menos a ojos de los anglosajones.
– Ven conmigo.
Santos le enseñó las fotos para convencerla. Una a una fue mostrándoselas, y una a una las observó Glory, con manos temblorosas.
– ¿Lo ves? Eres su viva imagen. Mira, aquí hay una de tu madre.
Esta vez, Glory no dijo nada. Sus ojos se cubrieron de lágrimas cuando comprendió la verdad.
– ¿Hay algo más? -preguntó un minuto más tarde.
– Sígueme.
Santos la llevó al ático, a un arcón que había descubierto años atrás sin que Lily lo supiera. Estaba lleno de cartas que había enviado a Hope, cartas que la madre de Glory había devuelto después de leerlas. Eran las epístolas de una mujer desesperada, de una madre con el corazón roto. Santos recordó que cuando las leyó no pudo evitar llorar. Aunque entonces ya tenía dieciocho años y se consideraba un tipo duro.
Glory se sentó en el suelo y tomó una, pero no la abrió. Parecía tener miedo de leerla. Miedo de lo que pudiera descubrir.
Santos lo comprendía. A pesar de todo, Glory no era tan cruel ni despiadada como su madre. No habría hecho nunca una cosa parecida.
– Te dejaré sola un rato. Si me necesitas estaré abajo.
– Gracias -murmuró, sin levantar la mirada.
Quince minutos más tarde regresó al ático. Glory había leído ya un buen puñado de cartas, y permanecía en el sitio con las manos cruzadas sobre el regazo.
Pero estaba llorando.
– ¿Glory?
– ¿Cómo pudo hacer una cosa así? -preguntó entre sollozos-. ¿Cómo pudo leerlas sin sentir nada? ¿Cómo es posible que tenga tan pocas entrañas, que sea tan fría y tan cruel?
– No lo sé.
– ¿Desde cuándo lo sabes?
– Desde la noche en que murió tu padre. Lily me lo dijo.
Glory asintió, temblorosa.
– Según parece no conozco a mi madre. Todos estos años creí que mis abuelos habían muerto. Me mintió. Tenía una abuela y me mintió.
– Una abuela que te necesita -dijo Santos, mientras acariciaba su cara-. Siempre te ha querido, como ha querido a tu madre, aunque no comprenda por qué. La llamé esta mañana, pero se negó a verla. Incluso llegué a rogárselo, Glory. Me tragué mi orgullo y supliqué a tu madre que la viera.
– ¿Está muy enferma?
– Ha sufrido un ataque al corazón. Es grave. El médico no le ha dado demasiadas esperanzas. Te necesita, Glory. ¿Vendrás conmigo? ¿Le concederás al menos su último deseo?
Glory tomó su mano y lo miró durante varios segundos, emocionada. Acto seguido, asintió.
– Llévame con mi abuela.
Capítulo 46
Glory miró a la anciana mujer, pálida bajo las sábanas del hospital. Parecía tan frágil, conectada a aquellas máquinas, que parecía que no habría resistido una simple ráfaga de viento.
Aquella mujer, aquella desconocida, era su abuela. La emoción la embargó. Había estado a punto de perderla sin tener, siquiera, la oportunidad de conocerla.
Tomó una silla y se sentó junto a la cama. Después agarró su mano. La piel de Lily era tan blanca y tan transparente que casi podía ver todas sus venas. Pero estaba caliente. Aún vivía.
Se sentía mareada, como si hubiera bebido demasiado, como si le faltara el oxígeno. Aún no había asumido del todo lo que acababa de descubrir gracias a Santos.