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En el preciso momento en que intentaba abrir la puerta, Rick frenó en seco. Santos consiguió entreabrir y oyó que algo caía al suelo. Se dio la vuelta con rapidez y golpeó al individuo en la mandíbula, sorprendiéndolo por completo. Fue entonces cuando vio que en el suelo, entre los dos asientos, había una cuerda de nailon y un cuchillo.

La visión de aquellos objetos le trajo a la memoria el cuerpo horriblemente mutilado de su madre. Durante un segundo lo dominó el pánico. Rick aprovechó la ocasión para recoger la cuerda. Santos gritó, asustado, y consiguió abrir del todo la puerta. La humedad y el olor del río ataron sus sentidos.

Casi había conseguido escapar.

Rick consiguió agarrarlo por el pie y apretó la cuerda sobre su muslo.

Santos miró a su atacante, presa de la histeria. No podía pensar. Su corazón latía a toda velocidad y apenas podía respirar. Los pensamientos se sucedían en su mente con gran velocidad. Veía el rostro de su madre, su hermosa cara convertida en un rictus de horror.

Como si comprendiera el miedo de Santos, Rick sonrió pensaba divertirse mucho con todo aquello.

– Puedo facilitarte las cosas, Víctor. O puedo complicártelas más aún. Sé un buen chico y coopera con el tío Rick.

En aquel instante, Santos recobró la calma suficiente para decidir que no acabaría como su madre. Con un grito de furia le pegó una patada en la cara y salió al exterior. A un lado se encontraba el río, y al otro una propiedad rodeada por una alta valla.

Rick salió del coche y Santos empezó a correr por la carretera.

Al llegar a una curva se encontró de repente con un coche que avanzaba a toda velocidad en sentido contrario. No tuvo tiempo de reaccionar. Vio la luz de los faros, oyó el sonido del claxon y finalmente el chirriar de una frenada en seco.

Sintió un intenso dolor y una luz brillante llenó su cabeza. Acto seguido se sintió dominado por una extraña sensación de levedad, como si estuviera flotando.

Segundos más tarde, perdía el conocimiento.

Capítulo 15

Pensó que lo había matado.

Con el corazón en un puño, Lily Pierron se arrodilló junto al cuerpo del joven. Toco su frente y se sintió mucho más aliviada al comprobar que estaba caliente, y algo sudorosa, Apartó de sus ojos el oscuro cabello y oyó que gemía.

Aliviada, comprendió que estaba vivo. No sabía qué hacer. Dudaba que a esas horas de la noche pasara algún coche por allí. Salvo su casa, no había ninguna otra mansión cercana. Una vez más tocó su frente y dudó entre dejarlo para ir a buscar ayuda o meterlo en el coche.

Sabía que podía agravar su estado si intentaba moverlo, dependiendo de cuáles fueran sus heridas, pero no podía dejarlo abandonado en la carretera.

Lily pensó en el conductor del vehículo que acababa de ver. Se había alejado a toda velocidad al comprobar que se acercaba para pedir ayuda. Su extraño comportamiento, y la manera en que había aparecido el chico, de repente, le hacía pensar que estaba huyendo de algo.

De repente, pensó en otra posibilidad y se estremeció. Tal vez aquel hombre se encontrara observando la escena a una distancia prudencial, esperando para ver si dejaba solo al chico.

Por primera vez sintió el frío de la noche. Pensó que los delincuentes no tenían por costumbre permanecer en la escena del crimen para ver lo que pasaba. Generalmente ponían tierra de por medio. Con todo, la idea de dejar solo al chico la asustaba.

En aquel momento el joven gimió de nuevo y abrió los ojos.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó, con voz temblorosa- no te vi. Al dar la curva me encontré de repente contigo. Intenté parar, de verdad. Lo siento tanto… ¿Dónde te duele? maldita sea, ¿dónde están los médicos cuando se los necesita? o te preocupes, iré a buscar ayuda.

Lily intentó alejarse, pero el chico agarró su mano con una fuerza sorprendente. La mujer lo miró, sorprendida. Víctor miró hacia la carretera y ella comprendió lo que quería.

– Se ha marchado. Cuando me detuve, salió disparado a toda velocidad. Si es amigo tuyo creo que deberías elegir mejor…

– No era amigo mío -dijo con dificultad.

– Mira, necesitas ayuda. Tengo que dejarte aquí, pero vivo justo al otro lado de la carretera. Llamaré a una ambulancia.

– No, no, estoy bien…

Observó horrorizada al chico, que hizo un esfuerzo sobrehumano para sentarse a pesar del evidente dolor que sentía.

– No es cierto, no estás bien. Puede que estés gravemente herido, hijo.

– No soy su hijo -susurró.

Lyly notó la amargura de su voz, una amargura que le dijo más sobre aquel joven de lo que Víctor habría querido. Pero con un chico así no podía mostrar debilidad.

– Estás herido -dijo con firmeza-. Y no sé hasta qué punto. Si me ayudas a subirte al coche, te llevaré a un hospital. Si no, llamaré a la policía para que envíe una ambulancia.

– No llame a nadie -rogó con debilidad-. Estoy bien, de verdad.

Como para probar lo que decía, intentó levantarse. Pero sólo consiguió quedarse de rodillas, doblado hacia delante.

Lily sintió pánico.

– Puedes ser todo lo obstinado que quieras, pero no puedo dejarte aquí. No lo haré. Al atropellarte te has convertido en mi responsabilidad.

– No, por favor, olvídelo. Estoy bien, pero… no llame a nadie.

Resultaba evidente que el chico estaba huyendo de algo o de alguien. Tal vez de la ley, aunque no lo creía. No tenía aspecto de delincuente. Aunque bien pensado, pocos delincuentes lo tenían.

Por si fuera poco, estaba herido. Podía tener heridas internas, o una conmoción. Apenas podía hablar, y no conseguía ponerse en pie.

Entonces, tomó una decisión. Tenía cierta amiga que no haría ninguna pregunta. Pero no pensaba decírselo todavía.

– No debes temer de mí. No llamaré a nadie si vienes conmigo. Comprende que no puedo dejarte aquí. Elige. O vienes conmigo o llamo a la policía. Y no creo que tengas fuerzas para huir de ellos. Si crees que me equivoco, inténtalo.

Lily tomó su silencio por un acuerdo tácito.



– Como acabo de decir, vivo al otro lado de la carretera. Me aseguraré de que estás bien. Estarás a salvo conmigo hasta que puedas continuar tu camino.

Santos dudó, como si considerara la posibilidad de resistirse, pero no lo hizo. Se dirigieron hacia el coche, aunque apenas podía caminar y necesitaba apoyarse en ella todo el tiempo.

Tardaron varios minutos en llegar al vehículo, pero al final lo consiguieron. Lily lo ayudó a subir a la parte delantera y arrancó. Doscientos o trescientos metros más adelante, tomó el camino que llevaba a la mansión. Sólo entonces miró al joven que la acompañaba. Miraba fijamente hacia delante, y estaba tenso cormo si en cualquier momento, si observaba algo peligroso, fuera capaz de saltar del coche.

Sintió una terrible lástima por él. Sabía lo que significaba ser un marginado, no pertenecer a ninguna parte, estar solo.

No en vano, había pasado sola toda la vida. Apretó las manos sobre el volante, dominada por un in tenso dolor que no la había abandonado ni un sólo día de su existencia. No podía olvidar a Hope, ni a su amada Glory. Deseaba estar con ellas y compartir sus vidas.

A veces subía al coche y esperaba ante el hotel Saint Charles sólo para poder verlas durante un segundo. La última vez, había conseguido su objetivo. Hope y Glory salieron del hotel, y durante un segundo el sol iluminó sus rostros. El simple hecho de verlas la llenó de alegría. Pero no era suficiente. Las necesitaba, y su querencia rota la carcomía día y noche.

Cerró los dedos. Sólo había deseado una cosa: que su hija tubiera una buena vida, una vida alejada de la que ella había llevado. Y lo había conseguido. Hasta comprendía que su hija no quisiera saber nada sobre ella. Quería mantener las distancias, y entendía su actitud aunque le hubiera negado a Glory la posibilidad de conocer a su abuela, aunque se avergonzara de ella.

No en vano, Lily también se avergonzaba de sí misma.

Aunque la prostitución fuera, en el fondo, un trabajo como otro cualquiera. Un trabajo que, como todos, generalmente no se le elegía.

Sin embargo, su capacidad de comprensión no aliviaba el dolor que sentía. Sabía que hasta el día de su muerte estaría condenada a sufrir de nostalgia, a llorar lo que había perdido, a vivir sola.

Al llegar al final del camino, detuvo el vehículo.

– Ya hemos llegado. Espera. Te ayudaré a salir.

– Puedo hacerlo solo.

– Muy bien.

Lily salió del vehículo y Víctor la miró, pero no dijo nada.

Era un chico muy obstinado. No obstante, la mujer sintió una profunda admiración por su actitud. Aun herido y asustado se mantenía en sus trece.

Había conocido a otras personas como él, a las que también había ayudado. Chicos solos, hombres solos. Y comprendía su comportamiento.

Entraron en la casa por la puerta de atrás. Lily encendió la luz de la cocina. Entonces vio que tenía una gran mancha de sangre en el muslo izquierdo.

– Siéntate aquí -dijo, asustada-. Voy a buscar unas vendas.

– Me prometió que no llamaría a nadie…

– Lo sé. No te preocupes -lo miró-. Vuelvo enseguida.

Minutos más tarde regresó con un poco de alcohol, vendas y una toalla de baño. Llenó un bol con agua templada y mojó la toalla.

– Tendrás que quitarte los pantalones. No podré curarte la herida si no lo haces.

El chico se ruborizó.

– Señora, no pienso quitarme los pantalones.

Lily hizo un esfuerzo por no sonreír. Su rubor no encajaba en la imagen de chico duro que pretendía dar.

– Te aseguro que he visto a muchos hombres sin pantalones. No tienes nada que temer de una vieja como yo. Toma la toalla. Puedes taparte con ella si te sientes mejor.

Santos la tomó y Lily se dio la vuelta, sonriendo.

– Ya está.

El chico había regresado a la silla, y se había cubierto con la toalla.

– Voy a meter tus vaqueros en la lavadora. No te vayas. Minutos más tarde, regresó a la cocina.

– No me mires así, Te prometo que te devolveré los pantalones.

Se arrodilló ante él y empezó a lavar su herida. Por suerte, no era demasiado profunda.

– Puede que esto te duela un poco.

– Desde luego que duele…

– Tengo un amigo que es médico, aunque se ha retirado, y…

– No.

– Vive cerca de aquí. Aceptará curarte si digo que eres mi sobrino. Compartimos muchos secretos. De hecho, le confiaría mi vida.

– Pero no será su vida la que confíe.

– Puede que tengas heridas internas. Podrías haber sufrido una conmoción, y es posible que necesites unos puntos.