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Cuando salimos nos encontramos con una auténtica multitud de periodistas; se agolpaban en la acera y se extendían hasta el aparcamiento de la central. Grady y yo nos abrimos paso. Yo había pasado por este calvario millones de veces con mis clientes. No se podía hacer otra cosa que aguantar y seguir adelante, como en la vida.
Aparecían ante mi vista cámaras con filtros de última generación, videocámaras que zumbaban en estéreo y gente de la televisión que acercaba micrófonos a mis labios. Cada periodista gritaba su propia versión de mi | nombre.
– -¡Benedicta, mira hacia aquí!
– -¡Beladona, sólo una foto!.
– ¡Benedicta, aquí!
Mantuve la mirada fija al frente, con la cabeza retumbándome con los clics de las cámaras. Sabía qué pasaría. Sería el gran titular de los informativos locales, de la CNN y la COURT-TV. Los policías filtrarían detalles sobre mí y Mark, incluyendo lo del testamento, y antes de que finalizara el día, sería considerada la principal sospechosa. Mis clientes darían la espantada en un abrir y cerrar de ojos. Los de abuso policial necesitarían un letrado que no estuviera siendo investigado. Se habían acabado las conferencias, pagadas o no. Mi carrera se hacía trizas y ardía como una pira a mi alrededor.
De repente, reconocí a una pareja en la acera, al final del gentío. La mujer tenía un brazo en cabestrillo y el hombre era un rubio de tonos anaranjados. Se trataba de Bill Kleeb y Eileen Je
¿Cómo había salido Eileen? ¿Qué estaba haciendo con Bill? Entonces recordé la amenaza de muerte.
– -¡Bill! --grité por encima del mar de cámaras, ya que tenía la ventaja de mi estatura--. ¡Bill Kleeb! ¡Aquí!
Bill se volvió hacia mí apenas un segundo en el momento en que un taxi amarillo se detuvo a su lado. El hombre del portafolios hizo entrar a Eileen y se sentó en la penumbra a su lado.
– ¡Bill! -aullé tratando de que me oyera por encima de los periodistas. Pude ver que Bill echaba una mirada a la gente, pero no me veía. Le hice gestos a la desesperada mientras las cámaras hacían su agosto. Sabía que la escena saldría en las pantallas--. ¡Bill!
– -¿Estás loca? --preguntó Grady con los ojos desorbitados--. ¿Qué estás haciendo?
Estaba tratando de salvar una vida.
– -¡Bill! --grité, pero Bill entró en el taxi, cerró la puerta y se fue.
Tras la puerta de mi despacho, policías de uniforme y criminalistas inspeccionaban, medían y fotografiaban cada centímetro cuadrado de R amp; B tratando de conseguir pruebas contra mí. Era de suponer que yo cerraría a cal y canto la puerta de entrada, pero consiguieron otra orden de registro y me la presentaron en presencia de Grady y de los pocos asociados que quedaban. Wingate había bajado la mirada, avergonzado, y Renee Butler había salido disparada, desapareciendo entre la multitud de periodistas que no parecía disminuir, como si huyera de una infección grave.
– Soy Be
– -Tendrá que esperar mientras lo busco -dijo una ronca que reconocí como la de Meehan. Recogí un libro de casos que habían tirado de la estantería. Los papeles estaban por el suelo y sobre las mesas. Una planta yacía en el suelo y la tierra se había desparramado. El polvillo de detección de huellas invadía la oficina. ¿Qué esperaban encontrar? ¿Mis huellas y las de Mark? Y eso ¿qué probaría?
– No sé qué crees estar haciendo -dijo Grady desde la silla de mi escritorio-. Acordamos que yo llevaba este caso.
– Y así es. Ya te lo he dicho. Esto no tiene nada que ver.
– ¿Es un asunto criminal?
– Casi. -Enderecé la planta, recogí la tierra con una mano y la volví a poner en el tiesto.
– -¿No me puedes decir nada más?
– -No. --Antes de hacer la llamada, releí el código deontológico que rige nuestra profesión. Podía contarle al policía lo que sabía, pero no a un colega, amigo o supuesta víctima. De cualquier manera, no sabía para qué debía decírselo a Grady. Trataría de que no hiciera la llamada
– -Dame cinco minutos, ¿de acuerdo?
– -¿Me estás pidiendo que me vaya?
– -o siento --dije tapando el auricular--. Tengo que hacer esta llamada.
– -¿A Azzic? ¿Has perdido la cabeza?
– Confía en mí. Es lo único que te pido. Y vete, por favor. Prometo que te dejaré ganar la próxima batalla. --Grady frunció el entrecejo y dejó el despacho en el momento en que se puso Azzic. Lo primero es lo primero-. Teniente, soy Be
– Teníamos autorización firmada.
– -¿Para todos mis clientes desde 1980 hasta el presente? Es un abuso. De habérmelo pedido, no lo habría consentido.
– ¿De verdad?
– Mis clientes no tienen nada que ver con esto. Se trata de información confidencial. Si me entero de que los han visitado o de que alguno de sus hombres los ha llamado…
– No tengo tiempo para estas nimiedades, Rosato. Debo irme.
– Espere, es preciso que hable con usted. Es importante.
– ¿Ahora quiere hablar? Le recuerdo que hace veinte minutos me ha mandado a la mierda.
– No se trata de mí. -Coloqué el diccionario jurídico en su sitio-. Uno de mis clientes, Bill Kleeb, fue arrestado ayer por protestar frente a la fabrica de Furstma
– -No sé nada de eso, Rosato. Trabajo en homicidios, no con animales. Si quiere hablar con los animales, están todos en las celdas. -Se rió y luego espiró sonoramente. Supuse que estaba fumando y eso le había puesto de buen humor.
– -Se trata de homicidios, teniente.
– -¿Algo que yo no sepa, Rosato?
– -El director ejecutivo de Furstma
Se rió.
– -Muy bueno. Tal vez lo pueda resistir. Nunca se sabe con esos tipos.
– No estoy para bromas. No le llamaría a menos que pensara que hay gato encerrado. Estoy violando la confidencialidad de mi cliente. Cite a Je
– No me diga lo que debo hacer. Estoy harto de que; dé órdenes al departamento, Rosato. Nos quiere enseñar; procedimientos y no sabe nada de ellos. Se cree que nos puede tener cogidos por los huevos, pero esta vez se ha' equivocado de persona.
Otro Grande y Poderoso. El mundo estaba lleno del tipos como él y yo siempre metía la pata con ellos.
– -Usted elige, teniente. Arréstela o luego explique por qué no lo hizo, incluso después de que yo le hubiera avisado.
– -¿Avisado? Ella no hizo nada respecto a esta amenaza; ¿no es cierto?
– Se le acusó de asalto con uso de fuerza. Ella le confió a su amigo que iba a matar a ese hombre y el amigo piensa que es capaz de hacerlo.
– Pero no hizo nada. Ni siquiera se ha podido mantenerla encerrada.
– Tienen un nuevo abogado. Creo que ha sido é quien ha pagado la fianza. -Me refería al hombre de portafolios Haliburton.
Azzic se quedó en silencio un momento.
– Rosato, ¿qué pretende? ¿Trata de distraerme? ¿confundirme? ¿Qué?
– -¡Por Dios, estoy hablando de un asesinato! ¿Por qué no trata de hacer un buen servicio aunque sea por una vez en su vida? No les diré nada a los otros chicos, se lo juro.
– -No me diga cómo debo hacer mi trabajo. ¡Yo también hablo de un asesinato! Estoy hablando de una mujer que mató a su amante por veinte millones. De eso estoy hablando, así que perdóneme pero no tengo tiempo para esta mierda.
– -¡No es ninguna mierda! ¡Ella puede ser una asesina! -grité, pero Azzic ya había colgado.