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CAREN BEAMISH

¡COMUNICACIÓN TOTAL!

Era la relaciones públicas que Jea

Cada uno de los hombres del estrado tenía delante de sí una tarjeta con su nombre. Jea

– La Genético no es sólo una empresa dedicada al apasionante sector de la biotecnología… -peroraba en tono tedioso.

Jea

Jea

– He de hacer un anuncio muy especial -declaró.

Steve se encontraba sentado en el suelo de los servicios, con la mano izquierda esposada al tubo de desagüe del lavabo; le dominaban la rabia y la desesperación. Berrington lo había descubierto apenas unos segundos antes de que se le acabara el tiempo. Ahora estaría buscando a Jea

En su parte superior, el tubo estaba unido a la pieza de la base del lavabo. El tubo formaba un sifón y luego desaparecía al hundirse en la pared. Contorsionándose, Steve apoyó el pie en el tubo, echó hacia atrás la pierna y propinó una patada. El sanitario en pleno se estremeció a causa del impacto. Repitió la patada. La argamasa que rodeaba el tubo, allí donde éste se hundía en la pared, empezó a desmenuzarse. Repitió los golpes varias veces. La argamasa caía, pero el tubo continuaba firme.

Decepcionado, escudriñó el punto donde el tubo se unía a la parte inferior del lavabo. Tal vez aquella junta fuese más débil. Agarró el tubo con las dos manos y lo sacudió frenéticamente. De nuevo, todo tembló, pero no se quebró nada. Miró el sifón. Sobresalía una tuerca alrededor del tubo inmediatamente encima de la curva. Los fontaneros la desenroscaban para desatascarla, pero utilizaban la herramienta adecuada. Steve cerró la mano izquierda en torno a la tuerca y trató con todas sus fuerzas de desenroscarla. Le resbalaron los dedos y se despellejó los nudillos dolorosamente.

Golpeó la parte inferior del lavabo. Estaba hecho de algún tipo de mármol artificial bastante fuerte. Volvió a observar el punto donde la tubería conectaba con el orificio del desagüe. Si pudiese romper aquella placa le sería posible quitar el tubo. Entonces no tendría ninguna dificultad en pasar las esposas por el extremo del tubo y verse libre.

Cambio de postura, echo la pierna hacia atrás y empezó otra vez a dar patadas.

– Hace veintitrés años -dijo Jea

Busco a Steve con la mirada, pero no lo encontró. ¿Dónde diablos se habría metido? Se suponía que iba a estar allí… ¡era la prueba!

Con voz temblorosa, Caren Beamish protestó:

– Este es un acto privado, haga el favor de marcharse inmediatamente.

Jea

– Las mujeres acudieron a la clínica de la Genético en Filadelfia para recibir hormonas como tratamiento de la baja fertilidad.

– Dejó que saliera a la superficie su indignación-: Y sin su permiso fueron fecundadas con embriones de perfectos desconocidos.

Surgió un murmullo de comentarios entre los periodistas reunidos en la sala. Jea

– Preston Barck -alzó Jea

Jea

Pero Berrington no se encontraba en la sala. Eso era sorprendente… y preocupante.

En el estrado, Preston Barck se puso en pie y habló: -Damas y caballeros, les pido disculpas por este incidente. Se nos había advertido que era posible que se produjese una alteración.

Jea

Caren Beamish estaba hablando por un teléfono del hotel. Jea

Debajo de la bandeja, Jea

– Todos los detalles están en esta nota de prensa -dijo, y empezó a distribuirlas mientras seguía hablando-: Los ocho embriones se desarrollaron y nacieron, y siete de ellos están vivos actualmente.

Los reconocerán, porque todos ellos son idénticos.





A juzgar por la expresión de los rostros de los periodistas, Jea

Aproximadamente en aquel momento se suponía que iba a irrumpir en la sala el señor Oliver con Harvey, de forma que todos pudieran comprobar que tenía el mismo aspecto físico que Steve y posiblemente también que George Dassault. Pero no había el menor indicio de ninguno de ellos. «¡No lleguéis demasiado tarde!».

Jea

Se abrió de golpe la puerta del fondo de la sala. Jea

Jadeante, como si llegara corriendo, Berrington manifestó:

– Damas y caballeros, esta señora sufre un colapso nervioso y últimamente fue despedida de su empleo. Era investigadora en un proyecto de la Genético y actúa ahora llevada por su resentimiento hacia la empresa. La seguridad del hotel acaba de detener en otra planta a un cómplice suyo. Por favor, continúen con nosotros mientras los guardias de seguridad acompañan a esta persona fuera del edificio y luego reanudaremos nuestra conferencia de prensa.

Jea

De alguna manera, Berrington se las había arreglado para tirar por tierra su plan.

Un guardia de seguridad uniformado entró en la sala e intercambió unas palabras con Berrington.

Desesperada, Jea

– Veo que tiene usted delante toda la documentación legal, señor Madigan -dijo-. ¿No cree que debería verificar esta historia antes de firmar? Suponga por un momento que tengo razón… ¡Imagínese por cuánto dinero le van a demandar judicialmente esas ocho mujeres!

Madigan repuso suavemente:

– No tengo por costumbre tomar decisiones comerciales basadas en informes de locos.

Los periodistas soltaron la carcajada, y Berrington empezó a dar muestras de sentirse más confiado. El guardia de seguridad se acercó a Jea

La muchacha se dirigió al auditorio:

– Esperaba poder mostrarle dos o tres clones, a modo de evidencia. Pero… no se han presentado.

Los reporteros soltaron otra carcajada, y Jea

El guardia la cogió firmemente de un brazo y la empujó hacia la puerta. Jea

Pasó por delante de Berrington y observó su sonrisa. Notó que los ojos amenazaban con llenársele de lágrimas, pero se las tragó y mantuvo alta la cabeza. Id todos al infierno, pensó; algún día descubriréis que estaba en lo cierto.

A su espalda, oyó que Caren Beamish decía:

– Señor Madigan, ¿desea usted reanudar su parlamento?

Cuando Jea

Boquiabierta, Jea

Debía de ser George Dassault. ¡Había venido! Pero uno no era suficiente. ¡Si apareciese Steve, o el señor Oliver con Harvey!

Luego, con cegadora alegría, vio entrar un segundo clon. Debía de ser Henry King. Se zafó del guardia de seguridad.

– ¡Miren! -chilló-. ¡Miren ahí!

No había terminado de decirlo cuando entró un tercer clon. Su cabellera negra le informó de que se trataba de Wayne Stattner.

– ¡Miren! -gritó Jea

Todas las cámaras se alejaron de la tarima para enfocar a los recién llegados. Centellearon los fogonazos de los flashes cuando los fotógrafos se lanzaron a tomar instantáneas de lo que ocurría.

– ¡Se lo dije! -manifestó Jea

Se dio cuenta de que su eufórica agitación era un tanto excesiva e hizo un esfuerzo por calmarse, pero le resultaba difícil con lo feliz que se sentía. Varios reporteros saltaron de sus asientos y se aproximaron a los clones para entrevistarlos. El guardia volvió a coger a Jea