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Luego subió por la escalerilla, en pos de Lisa.

Instantes después estaban fuera, al aire libre.

Jea

– ¿Le sobra a alguien un par de pantalones o cualquier otra cosa? -mendigó Jea

Todos habían prestado ya las prendas que les sobraban. Jea

Por último, un hombre alto y negro se quitó la camisa y se la dio a Lisa.

– Quisiera que me la devolvieses, es una Ralph Lauren -dijo-. Soy Mitchell Waterfield, del departamento de matemáticas.

– Me acordare -prometió Jea

Lisa se puso la camisa. Ella era bajita y le llegaba a las rodillas.

Jea

– Esta mujer se llama Lisa Hoxton. La han violado.

Esperaba que la noticia de que se había cometido un delito grave los electrizase, pero la reacción de los policías fue de una displicencia sorprendente. Tardaron unos cuantos segundos en digerir la noticia y Jea

– ¿Dónde ocurrió eso?

– En el sótano del edificio incendiado, en el cuarto de máquinas de la piscina, situado en la parte de atrás.

Uno de los otros, un joven de color, observó:

– Esos bomberos deben de estar ahora cargándose todas las pruebas con sus mangueras, sargento.

– Tienes razón -repuso el hombre de edad-. Será mejor que te acerques allá abajo, Le

Lisa denegó con la cabeza.

– Es un individuo blanco, alto, con una gorra de béisbol roja en cuya parte delantera lleva la palabra SEGURIDAD. Le vi en el vestuario de mujeres poco después de que se declarase el incendio y me parece que también le vi huir corriendo poco antes de encontrar a Lisa -explicó Jea

El sargento introdujo la mano en el automóvil y sacó el micrófono de la radio.

– Si es lo bastante tonto como para seguir llevando esa gorra, lo cogeremos -dijo. Se dirigió al tercer policía-. McHenty, lleva a la víctima al hospital.

McHenty era un joven blanco con gafas. Se dirigió a Lisa: -¿Quiere ocupar el asiento delantero o prefiere ir detrás?

Lisa no respondió, pero su expresión no podía ser más aprensiva. Jea

– Siéntate delante. No querrás parecer una sospechosa.

Por su rostro cruzó un gesto de terror, y habló por fin: -¿No vas a venir conmigo?

– Lo haré, si quieres -respondió Jea

Lisa miró a McHenty con cara de preocupación.

– Todo irá bien, Lisa -aseguró Jea

McHenty mantuvo abierta la portezuela del coche para que subiera Lisa.

– ¿A qué hospital la lleva?

– Al Santa Teresa.

El agente se puso al volante.

– Me tendrás allí dentro de unos minutos -gritó Jea

Se dirigió a paso ligero al aparcamiento de la facultad; lamentaba ya no haber ido con Lisa. Cuando se separó de ella su semblante expresaba un miedo y una angustia profundos. Naturalmente, necesitaba ropas limpias, pero acaso su necesidad más urgente fuera tener a su lado una mujer que le cogiese la mano y le proporcionara confianza. Probablemente lo último que deseaba era quedarse a solas con un macho armado de pistola. Mientras subía a su coche, Jea

– ¡Jesús, que día! -exclamo, al tiempo que abandonaba a toda marcha la zona de aparcamiento.

Vivía a escasa distancia del campus. Su apartamento estaba en el último piso de una casita adosada. Dedicó unos minutos a pensar en las prendas que le caerían bien a la pequeña, pero rellena figura de Lisa. Seleccionó un polo que a ella le venía grande y unos pantalones de chándal con cintura elástica. La ropa interior era más difícil. Encontró un par de holgados calzones, pero ninguno de sus sostenes le serviría. Lisa tendría que pasarse sin sujetador. Añadió unas zapatillas de deporte, lo metió todo en una bolsa de lona y salió del piso a todo correr.

Mientras conducía rumbo al hospital su talante empezó a cambiar.

Desde que se declaró el incendio se había concentrado en lo que se debía hacer: ahora empezó a sentirse indignada. Lisa era una muchacha feliz, locuaz y simpática, pero la conmoción y el horror de lo sucedido la habían transformado en una especie de cadáver viviente, en un ser al que le aterraba subir sola a un coche de la policía.

Al avanzar por una calle comercial, Jea





A decir verdad, sin embargo, no lo reconocería. Desde luego, se habría quitado el pañuelo de la cara y probablemente también la gorra. ¿Qué más llevaba? La desconcertó darse cuenta de que casi no lo recordaba. Alguna especie de camiseta de manga corta, pensó, con vaqueros azules o quizá pantalones cortos. De todas formas, se habría cambiado ya de ropa, lo mismo que había hecho ella. En realidad, podía ser cualquiera de los hombres blancos que circulaban por la calle: el repartidor de pizzas, con su chaqueta colorada; el caballero calvo que iba a la iglesia acompañado de su esposa, cada uno con su cantoral bajo el brazo; el apuesto hombre de la barba cargado con un estuche de guitarra; incluso el agente de policía que hablaba a un vagabundo en la puerta de la licorería. Nada podía hacer Jea

Santa Teresa era un gigantesco hospital del extrarradio cerca del límite norte de la ciudad. Jea

Jea

– Aquí tienes tu ropa. ¿Cómo van las cosas?

Lisa continuó inexpresiva y silenciosa. Jea

– Debo tomar nota de los detalles fundamentales del caso, señorita… -dijo el policía-. ¿Nos dispensa unos minutos?

– Oh, claro que sí -respondió Jea

Vio confirmada su intuición cuando Lisa efectuó una casi imperceptible inclinación de cabeza. Jea

McHenty pareció irritado, pero se abstuvo de discutir.

– Le estaba preguntando a la señorita Hoxton que clase de resistencia opuso a la agresión -dijo-. ¿Gritó usted, Lisa?

– Una vez, cuando me arrojó contra el suelo -respondió la muchacha-. Luego, el empuñó el cuchillo.

La voz de McHenty era normal y tenía la vista sobre el cuaderno de notas mientras hablaba.

– ¿Forcejeó con él?

Lisa dijo que no con la cabeza.

– Tuve miedo de que me hiriese con el cuchillo.

– Así que en realidad no opuso la menor resistencia después del primer grito.

Lisa volvió a denegar con la cabeza y empezó a llorar. Jea

– Poco antes de que la penetrase -continuó McHenty-, ¿empleó la fuerza para obligarla a separar las piernas?

Jea

– Me tocó el muslo con la punta del cuchillo -articuló Lisa.

– ¿La cortó?

– No.

– Así que usted abrió las piernas voluntariamente.

Intervino Jea

– Si un sospechoso encañona con su arma a un agente, por regla general ustedes le abaten a tiro limpio, ¿no? ¿Diría usted que lo hicieron voluntariamente?

McHenty la obsequió con una mirada furiosa.

– Por favor, déjeme esto a mí. -Volvió la cabeza hacia Lisa-.

¿Está usted herida?

– Estoy sangrando, sí.

– ¿Consecuencia del coito forzado?

– Sí.

– Exactamente, ¿dónde tiene la herida?

Jea

– ¿Por qué no deja que eso lo establezca el médico?

McHenty la contempló como si fuera imbécil.

– Tengo que redactar el informe preliminar.

– Digamos entonces que padece heridas internas como resultado de la violación.

– Soy yo quien dirige este interrogatorio.

– Y soy yo quien le dice que se largue, señor -replicó Jea