Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 70 из 99

Decidió arriesgarse.

Encendió el ordenador de su escritorio y aguardó a que concluyera el proceso de arranque.

– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó su padre.

– Quiero leer el archivo.

– ¿No puedes hacerlo en casa?

– En casa no tengo ordenador, papá. Lo robaron.

El hombre no captó la ironía.

– Date prisa, pues. -Se llegó a la ventana y miró afuera.

Parpadeó la pantalla y Jea

Las alarmas se dispararon instantáneamente. Jea

– ¿Qué ha pasado? -gritó.

Su padre estaba blanco de pánico.

– Debe de haber fallado ese maldito emisor, o quizás alguien lo ha quitado de la puerta -voceó a su vez el hombre-. Estamos listos, Jea

Jea

– ¡Sólo unos segundos más!

El miró por la ventana.

– ¡Maldición, ese parece un guardia de seguridad!

– ¡Tengo que imprimir esto! ¡Espérame!

Su padre temblaba como una hoja.

– No puedo, Jea

Cogió su cartera y emprendió la huída a todo correr.

Jea

La impresora todavía se estaba cargando. Soltó un taco.

Se acercó a la ventana. Dos guardias de seguridad entraban en el edificio por la puerta de la fachada.

Cerró la puerta del despacho.

Clavó la mirada en la impresora de chorro de tinta.

– Vamos, vamos, venga.

Por fin, la impresora emitió un chasquido, empezó a zumbar y succionó una hoja de papel de la bandeja.

Jea

La impresora expulsó cuatro hojas de papel y se detuvo.

Con el corazón saltándole demencialmente en el pecho, Jea

Había treinta o cuarenta parejas de nombres. La mayoría eran masculinos, pero eso no tenía nada de extraño: casi todos los crímenes los cometen hombres. En algunos casos, la dirección era una cárcel. La lista era exactamente lo que Jea

Y estaban ligados a un tercero: Wayne Stattner.

– ¡Sí! -exclamó Jea

Había una dirección de la ciudad de Nueva York y el número telefónico.

Contempló el nombre. Wayne Stattner. Era el individuo que había violado a Lisa allí mismo, en el gimnasio, y que atacó a Jea

– Hijo de puta -musitó la muchacha con acento vengativo-. Vamos a cazarte.

Lo primero era escapar de allí con la información. Se metió los papeles en el bolsillo, apago la luz y abrió la puerta. Oyó voces en el pasillo. Se elevaban por encima del gemido de la alarma, que seguía ululando. Era demasiado tarde. Volvió a cerrar la puerta, cautelosamente. Notó débiles las piernas y se pegó a puerta, a la escucha.

Oyó la voz de un hombre que gritaba:

– Estoy seguro de haber visto luz en uno de esos despachos.

– Será mejor que los registremos todos -replicó otra voz.

A la tenue claridad que una farola de la calle proyectaba a través de la ventana, Jea

Abrió la puerta unos centímetros. No vio ni oyó nada. Asomó la cabeza. Por el hueco de una puerta abierta, en el extremo del pasillo salía un chorro de luz. Jea

Jea

Echó a andar corredor adelante. Tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no echar a correr.

Pasó por delante de la puerta del laboratorio. No pudo resistir la tentación de echar una ojeada al interior. Los dos guardias estaban de espaldas; uno miraba dentro de un armario de artículos de escritorio y el otro observaba con curiosidad una hilera de películas con pruebas de ADN colocadas sobre el cristal de una caja de luz. No la vieron.

Faltaba poco para conseguirlo. Llegó al final del pasillo y empujó la puerta batiente.

Cuando estaba a punto de franquearla, una voz gritó:

– ¡Eh! ¡Usted! ¡Alto!

Hasta el último nervio de su cuerpo se puso rígido, dispuesto a lanzarse a la carrera, pero Jea

Los guardias corrieron por el pasillo hacia ella. Eran dos hombres de poco menos de sesenta años, probablemente policías retirados.

Jea

– Buenas noches -dijo-. ¿En qué puedo servirles, caballeros?

El ruido de la alarma cubrió el temblor de su voz.

– Se ha disparado una alarma en el edificio -informó uno.

Era una estupidez decir aquello, pero Jea

– ¿Creen que hay un intruso?



– Es muy posible. ¿Ha visto u oído algo fuera de lo normal, profesora?

Los guardias daban por sentado que era miembro del claustro de la universidad, lo cual le beneficiaba.

– La verdad es que me pareció oír ruido de cristales rotos. Me pareció que venía del piso de arriba, aunque no estoy segura.

Los guardias intercambiaron una mirada.

– Lo comprobaremos -dijo uno.

El otro era más desconfiado.

– ¿Puedo preguntarle que lleva en el bolsillo?

– Unos papeles.

– Evidente. ¿Me permite verlos?

Jea

– Claro -articuló, y se los sacó del bolsillo. Luego los dobló y los volvió a poner donde los había sacado-. Pensándolo bien, creo que no, no le voy a permitir verlos. Son personales.

– Debo insistir. Durante nuestra formación se nos dijo que en un lugar como éste los papeles pueden ser tan valiosos como cualquier otra cosa.

– Me temo que no voy a permitirle leer mi correspondencia particular sólo porque se haya disparado una alarma en un edificio de la universidad.

– En tal caso, no tengo más remedio que pedirle que me acompañe a nuestra oficina de seguridad y hable con mi supervisor.

– Está bien -fingió avenirse Jea

De espaldas, retrocedió rápidamente, cruzó la puerta y se precipitó escaleras abajo.

Los guardias corrieron tras ella.

– ¡Aguarde!

Se dejó alcanzar por ellos en el vestíbulo de la planta baja. Uno la cogió de un brazo mientras el otro abría la puerta. Salieron al aire libre.

– No hace falta que me sujete así.

– Lo prefiero -repuso el guardia.

Resoplaba como consecuencia del esfuerzo de la persecución por la escalera.

Jea

– ¡Ay! -Y la soltó.

Jea

– ¡Eh! ¡So zorra! ¡Alto!

Emprendieron la persecución.

No contaban con la más remota posibilidad. Jea

Siguió corriendo hasta el aparcamiento.

Su padre la esperaba junto al coche. Jea

– Lo siento, Jea

– ¡Esa es una noticia estupenda! -dijo Jea

– Quisiera haber sido mejor padre para ti. Me parece que ya es demasiado tarde para empezar a serlo.

Jea

– No es demasiado tarde, papá. Realmente no lo es.

– Tal vez. Lo intente por ti, de todas formas lo intenté, ¿verdad?

– ¡Lo intentaste y lo conseguiste! Me facilitaste la entrada. Yo sola no lo hubiera podido hacer.

– Sí, supongo que tienes razón.

Jea

En cuanto entró en su apartamento fue derecha al teléfono y marcó el número.

Respondió una voz masculina:

– ¿Diga?

Una simple palabra no le permitió llegar a ninguna conclusión.

– ¿Podría hablar con Wayne Stattner, por favor? -preguntó.

– Desde luego, Wayne al aparato, ¿quién le llama?

Sonaba exactamente igual que la voz de Steve. Cabrón de mierda, ¿por qué me rasgaste los pantis? Contuvo su resentimiento y dijo:

– Señor Stattner, pertenezco a una empresa de investigación de mercado que le ha elegido a usted como beneficiario de una oferta muy especial que…

– ¡Váyase a la mierda y muérase! -soltó Wayne, y colgó.

– Es él -dijo Jea

En pocas palabras explicó a su padre toda la historia. El hombre la cogió a grandes rasgos y le pareció algo así como sorprendente.

– ¿Qué vas a hacer ahora?

– Llamar a la policía.

Marcó el número de la Unidad de Delitos Sexuales y preguntó por la sargento Delaware.

Su padre sacudió la cabeza estupefacto.

– Me va a costar Dios y ayuda acostumbrarme a la idea de colaborar con la policía. Te garantizo que confío en que esa sargento sea distinta a todos los detectives con los que me he tropezado.