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Надежда Белякова

Сквознячок

El Airecito Después del trabajo en la biblioteca al Airecito le encantaba dar un paseo por la ciudad nocturna, volar sobre las callecitas vacías y silenciosas y columpiarse en las ramas de los árboles. Dar volteretas sobre los tejados de las casas. Y aquella noche todo iba igual que siempre, él volaba sobre la ciudad y canturreaba: ¡No soy un tsunami, ni un huracán! Y os lo digo por secreto – soy más pequeño que una corriente, Yo soy el hermanito menor de los Hermanos Vientos – ¡El Airecito de Biblioteca! No siempre todo va muy bien, Y no soy rico yo tampoco, En los estantes vivo yo entre los libros, ¡Que no son pocos! Soplando les quito el polvo del aburrimiento, Y me encanta reír en cualquier momento. Vivo rodeado de baladas y cuentos, ¡Se juega al escondite genial entre ellos! También me gusta hacer cosquillas En los talones a mis amigos, Pero si temes de resfriarte ¡Conmigo mejor no encontrarte!.. Cuando en el silencio de la ciudad adormitada se oía el llanto de un niño, el Airecito se dirigía al sonido enseguida. Se acercaba con mucho cuidado para que nadie lo vea a la casa donde el niño no podía quedarse dormido. Se colaba por la ventana a la habitación y empezaba a cantar unas nanas maravillosas en voz tan bajita que solo el bebé podía oírlas. Y así fue esta vez, el Airecito le canturreaba una de sus bonitas nanas al pequeño: ¿Dónde viven los sueños? ¿Cómo se puede llegar hasta ellos? No puede responder el gatito, No sabe el camino el elefantito, Se calla en el estanque el sapito, Nadie contesta esa preguntita… Y allá en los sueños pasan maravillas, ¡Allí te esperan mágicos cuentos! ¡Se permite ser travieso hasta el amanecer! ¡Y hay tantas cosas por hacer! Tú tienes un montón de amigos allí Que se aburren sin ti. Acuéstate ya, ¡Y no les hagas esperar! Porque solo faltas tú Por llegar. Con los cantes y bailes alegres ¡En los sueños ellos te esperan!.. Al ver que el niño se durmió plácidamente mientras escuchaba su canción, Airecito se fue a la calle por el ventanillo. El volaba hacia la biblioteca y pensaba:” ¡Que dulces sueños tendrá el niño! Incluso si estuviese malito ahora, por la mañana se despertara alegre y animado. Porque esas nanas traen consigo sueño profundo y curativo, alegre y dulce. ¡Qué suerte que yo sé tantas nanas! ¡Hay para todos los niños de la ciudad! Algunas encuentro yo solito en los libros antiguos, y otras las compone el Bibliotecario en sus ratos de descanso. Él trabaja en la Biblioteca municipal en la que yo paso la mayor parte del tiempo.” Así pensaba nuestro Airecito volando por encima de la dormida ciudad. Al acercarse a la biblioteca, ha entrado por la ventanilla abierta y se ha acercado a la mesa redonda donde estaban sentados el bibliotecario Lectórius y su nieta Adelina. El Airecito como siempre ha llegado a la biblioteca para ayudar a sus amigos. Ellos estaban muy ocupados intentando restaurar un gran libro antiguo y se han alegrado muchísimo al ver a Airecito. El bibliotecario le ha dicho: – ¡Oh, mi amigo Airecito! ¡Llegas muy a tiempo! Nosotros no podemos finalizar este trabajo tan delicado sin ti. Nadie es capaz de hacer este trabajo que requiere tanta paciencia y agilidad igual que tú. Adelina, la nieta del bibliotecario, ha continuado: – Llevamos aquí toda la tarde recuperando libros y manuscritos antiguos con la ayuda de cortapapeles, pinceles finos y pegamento. ¡Y ahora tú, Airecito, sopla lo más fuerte que puedas! Hay que secar muy bien el pegamento en esta página. Y Airecito soplaba fuerte, muy fuerte para secar las páginas de un libro recién recuperado mientras Adelina las hojeaba y charlaba con el: – Vaya… nosotros con el abuelo encolamos los libros, los encuadernamos de nuevo e incluso cambiamos las páginas dañadas. Pero solo tú, Airecito, con tu suave brisa puedes mantener estas hojitas heridas y tan frágiles cuanto haga falta. ¿Dónde has estado? ¡Ah, bueno, es fácil de adivinar! Seguro que adormeciendo a algún niño de la ciudad. Sabes Airecito, sin ti no sería posible salvar algunos libros, porque algunas páginas son tan decrépitas y frágiles que se pueden destruir por completo solo con un toque más ligero y cuidadoso. El bibliotecario ha afirmado lo dicho por ella: – ¡Y que habilidad tienes para hacer desaparecer el polvo de las estanterías de libros cuando nos ayudas a limpiar la biblioteca! Y Adelina ha empezado a reír: – ¡Sí! ¡La limpieza nunca había sido tan divertida como ahora! ¿Verdad, abuelo? ¡Y ya tenemos bien pegada y seca la página, todo ha salido genial! Hemos terminado por hoy con todo el trabajo, ahora podemos descansar. – Pues entonces yo voy a dar un paseo y airearme un poco, – ha dicho Airecito. – ¡Si, hace una noche magnífica, estrellada y calurosa! Dejaremos el ventanillo abierto para ti hasta el amanecer, – ha contestado el bibliotecario. El Airecito ha salido por la ventanilla abierta y se ha ido volando sobre la dormida ciudad. De repente un llanto ha llegado a sus oídos, y seguro que no era llanto de un niño. Era lamentable, triste y se oían chirridos y ruidos extraños en él. El Airecito se ha dirigido hacia allí, desde donde se escuchaba este misterioso sonido. El llanto le ha traído a la Plaza de la ciudad y Airecito se estremeció al ver lo que pasaba. En el centro de la Plaza estaba llorando desconsoladamente la vieja Torre de la prisión. Ella lloraba tan fuerte que su tejado rechinaba con cada suspiro y se movía de un lado al otro. Se estremecían todas sus almenas y torrecitas, sonaban las rejas de hierro fundido y chirriaban las veletas. En los viejos tiempos esa majestuosa y arrogante Torre inspiraba miedo a los ciudadanos ya con su aspecto, sin embargo ahora es solo un antiguo y vetusto edificio de prisión que está vacío y abandonado por lo menos los últimos 300 años. Y ahora la Torre que era tan soberbia en el pasado lloraba como una viejita, indefensa y tan sola en el medio de la dormida ciudad. Al principio Airecito no podía creer en lo que estaba viendo y pensó que eso le había parecido en medio de la noche. Pero al escuchar como seguía llorando la Torre le ha entrado mucha lástima y Airecito se dirigió a ella. Al acercarse le preguntó: – ¿Quién te ha ofendido? ¿Qué te ha pasado? – ¡Ah, eres tú, Airecito! ¡Oh, soy tan infeliz! Estoy llorando porque en nuestra pequeña y acogedora ciudad la gente nace y vive luego toda su vida a la vista de los demás. ¡Porque hace muchísimo tiempo que no hay malvados en nuestra ciudad y ya ni te digo lo difícil que es encontrar a un ladrón! No hay nadie a quien encarcelar entre mis muros, – lamentaba la Torre. Airecito, muy sorprendido, ha protestado: – ¡Sabes, yo

pienso que todo eso son motivos para alegrarse! Él estaba ya más tranquilo porque según parecía no pasaba nada serio. Airecito quería dar la vuelta y volar a casa. Pero la Torre seguía quejándose tragando las lágrimas: – Es cierto, y yo misma también me alegraría por eso pero… ¡Ayer por la mañana el Gobernador dijo que era necesario derrumbarme! – ¿Qué decreto? – se asombró Airecito. – El decreto en el que Gobernador manda destruirme mañana por la mañana. “una ruina vieja que afea con su presencia el aspecto tan bello de nuestra ciudad…” eso ha dicho, ¿te lo puedes creer? ¡Yo no soy vieja, yo soy antigua! ¡Mira que bonitos son mis ladrillitos, mira que preciosas son mis torrecillas! Y lo más importante es que yo como nadie más en esta ciudad he sido siempre tan fiel a nuestro Gobernador. Cuando él cada vez a mediodía salía a la Plaza arrastrando su precioso manto y empezaba a leer las noticias de la semana a los ciudadanos, yo le protegía de los abrasadores rayos del sol en la sombra de mis murallas. ¡Cuánto me gustaba escuchar su voz divina! ¡Oh, que ingratitud tan cruel! Y la pobre Torre no ha podido decir nada más porque la ahogaban las lágrimas. – ¡Eso sí que es verdad! – dijo Airecito. – Tú has sido casi la única aquí en nuestra ciudad a quien le gustaba escuchar esas noticias y decretos bobos del Gobernador compuestos por el mismo. Los ciudadanos están bastante cansados de tener que dejar todo lo que estén haciendo y reunirse en pleno día en la Plaza para escuchar al Gobernador. ¡Y a él no se le ocurrió nada mejor que prohibir estrictamente las editoriales y la lectura de los periódicos de verdad con auténticas noticias solo para que se le escuche a él y a nadie más! – ¡Ay, Airecito… mira, ya está amaneciendo!!– se ha echado a llorar de nuevo la Torre. – ¡No, no llores! Yo te ayudare! ¡Aun yo mismo no sé como pero te salvare, mi Torre! ¡Se me ocurrirá algo! – ¡Pero tú eres tan pequeño, eres casi invisible! ¿Qué se te puede ocurrir? Acaso un cuento… ¡pero por más maravilloso que sea, no me salvara de la destrucción! ¡De repente Airecito se ha alegrado muchísimo al oír esas palabras de la Torre! – ¡Un Cuento, claro, un Cuento! ¡Eres tan lista Torre, me lo has dicho justo a tiempo! – se alegró tanto nuestro Airecito que empezó a dar volteretas de felicidad. Y aquí hay que decir que a la Torre le ha entrado un ataque de estornudos a causa de ese regocijo repentino. – ¡Achís! ¡Vaya! ¡No eres tan débil como pareces Airecito! Pero… ¡achís! ¡Tanto trabajo en la Biblioteca no te ha servido de bien! La Torre quería seguir criticando un poco más a Airecito pero en este momento se ha dado cuenta que en la Plaza han aparecido unos obreros. Ellos se dirigían hacia ella y estaban equipados con todo lo necesario para cumplir con la orden del Gobernador y destruirla. Al verlos la Torre ha dado un aullido de horror. – ¡Basta de quejarte! ¡Todo ira genial, ya verás! – ha dicho Airecito saltando para abajo desde el parapeto donde estaba sentado. Se ha dirigido hacia los obreros que se acercaban cada vez más y de repente se ha puesto a aullar, arremolinarse y dar saltitos alrededor de los hombres. Tambien gritaba fuerte a sus oídos y pegaba unos alaridos terribles: – ¡Yo soy el espíritu rebelde de un bandido! ¡Oooh!!! ¡Yo soy un malvado sanguinario, el Fantasma de la Torre! ¿Quién se atreve a quitarme mi eterno hogar? ¿Quién es el valiente que se atreve a destruir la vieja Torre? ¡Yo, el espíritu terrible, me iré a vivir a la casa de este atrevido! Luego persiguió a uno de los obreros que se ha echado a correr y chilló sin piedad a sus oídos: – ¡Yo soy un malvado, mi nombre es Barba Azul! Y yo advierto a todo el que se atreva a hacerle daño a la Torre que me mudare de sus murallas destruidas a vuestras casas. ¡Y entonces se acabaran la felicidad y la paz en vuestras familias! Solo os quedaran las amargas lágrimas de vuestras mujeres y niños… Todos los obreros se fueron aterrorizados. El Airecito estaba que brincaba y ya no era capaz de calmarse. Se armó de más valor y voló a la casa del Gobernador. Allí se ha colado al dormitorio y con los gritos y ululatos enseguida ha despertado al Gobernador que ya estaba temblando de miedo. – ¿¡Así que tú eres el Gobernador, el bobo que ha emitido un decreto más estúpido que jamás se ha visto?! ¡Tú has ordenado derrumbar la vieja Torre pero no sabías que ella servía de refugio para almas desamparadas de muchos y muchos malvados que habían vivido en ella en los tiempos pasados! ¡Si tú destrozas la Torre nosotros quedaremos sin hogar y vendremos a vivir aquí en tu dormitorio! ¡Y entonces tu nunca más sabrás que es la calma! El Gobernador despierto con esos gritos de su tranquilo sueño ha pensado