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– ¿CONSEGUISTE LO QUE FUISTE a buscar? -preguntó la estructura.
El Kuang Grado Mark Once estaba llenando la red que había entre él y el hielo de la T-A de hipnóticamente intrincadas tracerías irisadas, enrejados finos como cristales de nieve en una ventana invernal.
– Winte
– Qué mierda -dijo el Flatline-. No erais precisamente amigos, ¿verdad?
– El sabía cómo quitar los saquitos de toxina. -Y Wintermute también. Cuenta con eso.
– No estoy muy seguro de que Wintermute me lo diga.
La respuesta de la estructura, la espantosa imitación de una carcajada, raspó los nervios de Case como un cuchillo mellado. -Quizás eso quiera decir que te estás volviendo inteligente.
Movió el interruptor del simestim.
06:27:52, según el chip que Molly tenía en el nervio óptico; hacía más de una hora que Case estaba siguiéndola por la Villa Straylight, dejando que el análogo de endorfina que ella había tomado le contrarrestara la resaca. Ya no le dolía la pierna; parecía moverse en medio de un baño tibio. El microligero Braun estaba posado en el hombro de Molly: los diminutos manipuladores, como acolchados broches de cirujano, asegurados al policarbono del traje de Moderno.
Aquí las paredes eran de acero desnudo, rayado con cintas epoxídicas marrones y ásperas en los sitios donde habían arrancado alguna clase de cubierta. Ella había visto un grupo de trabajo y se había escondido, acuclillada, la pistola de dardos en las manos, el traje gris acero, mientras los dos delgados africanos pasaban con un vehículo de neumáticos globulosos. Los hombres tenían las cabezas rapadas y llevaban monos anaranjados. Uno de ellos cantaba entre dientes en una lengua que Case nunca había oído; los tonos y la melodía eran extraños y perturbadores.
Recordó el discurso de la cabeza, la composición que 3Jane había escrito sobre Straylight, a medida que Molly se abría paso en el laberinto. Straylight era una locura, una locura cultivada en hormigón de resina, que habían mezclado con piedra lunar pulverizada; cultivada en acero soldado y toneladas de baratijas, todos los extraños aparejos que habían traído por el pozo para forrar aquel nudo tortuoso. Pero no era una locura que él pudiese entender. No como la locura de Armitage, que ahora imaginaba que podía entender: retuerce a un hombre, tanto como sea posible, y luego haz lo mismo pero en sentido contrario; vuelve al principio y retuerce otra vez. El hombre se quiebra. Como se quiebra un trozo de alambre. Y la historia le había hecho eso al coronel Corto. La historia ya había hecho todo el trabajo sucio, cuando Wintermute lo encontró, filtrándolo a través de todos los maduros detritos de la guerra, deslizándose en el campo plano y gris de la conciencia como una araña de agua que cruza la superficie de una laguna estancada, los primeros mensajes destellando en la pantalla de un micro para niños en la oscura habitación de un asilo francés. Wintermute había construido a Armitage de la nada, tomando como base los recuerdos que Corto tenía de Puño Estridente. Pero después de cierto punto, los «recuerdos» de Armitage ya no serían los de Corto. Case dudaba que Armitage hubiese recordado la traición, los Alas Nocturnas cayendo en llamas… Armitage había sido una especie de versión corregida de Corto, y cuando la tensión de la operación llegó a cierto punto, el mecanismo de Armitage se había derrumbado; Corto había emergido, culpable y enfermo de furia. Y ahora Corto-Armitage estaba muerto: una luna pequeña y congelada para Freeside.
Pensó en los saquitos de toxina. El viejo Ashpool también estaba muerto, perforado en el ojo por el dardo microscópico de Molly, privado de la quizá experta sobredosis que se había preparado. Ésa era una muerte más desconcertante, la de Ashpool, la muerte de un rey enloquecido. Y había matado a la muñeca que según él era su hija, la que tenía el rostro de 3Jane. Le pareció a Case, mientras se movía en la corriente sensoria de Molly por los corredores de Straylight, que nunca se había detenido a pensar en alguien como Ashpool, alguien tan poderoso como suponía que Ashpool había sido, tan humano.
Poder, en el mundo de Case, significaba poder empresarial. Los zaibatsu, las multinacionales que determinaban el rumbo de la historia humana, habían superado las viejas barreras. Vistas como organismos, habían conseguido una especie de inmortalidad. No podías matar a un zaibatsu asesinando a una docena de ejecutivos importantes; había otros que esperaban para ascender un nuevo peldaño, hacerse cargo del puesto vacante, acceder a los vastos bancos de memoria empresarial. Pero Tessier-Ashpool no era así, y ahora que el fundador había muerto él comprendía la diferencia. Tessier-Ashpool era un atavismo, un clan. Recordó el desorden de la habitación del anciano, la implícita humanidad manchada, los rasgados lomos de los viejos discos de audio en sus fundas de papel. Un pie descalzo, el otro enfundado en una zapatilla de terciopelo.
El Braun tocó la capucha del traje de Moderno y Molly giró hacia la izquierda, pasando bajo otro arco.
Wintermute y la colmena. La visión fóbica de las avispas en incubación: ametralladora retardada de la biología. Pero, ¿no eran los zaibatsu los que más se parecían a eso, o los Yasuka, colmenas con memorias cibernéticas, vastos organismos únicos, el ADN codificado en silicio? Si Straylight era una expresión de la identidad empresarial de Tessier-Ashpool, entonces la T-A estaba tan loca como lo había estado el viejo. La misma retorcida maraña de temores, la misma extraña sensación de haber perdido el rumbo. Recordó las palabras de Molly: «Si hubieran podido transformarse en lo que querían…». Pero Wintermute le había dicho que no lo habían conseguido.
Case siempre había dado por supuesto que los verdaderos jefes, los patrones de cualquier sector, serían a la vez más y menos que gente. Lo había visto en los hombres que lo habían paralizado en Memphis; había visto a Wage fingir algo parecido en Night City, y así había aceptado la unidimensionalidad de un Armitage sin sentimientos. Siempre se lo había imaginado como un acomodamiento paulatino y voluntario de la máquina, del sistema, del organismo madre. Era también la raíz de la indiferencia callejera, la actitud arrogante que implicaba tener contactos, líneas invisibles que llegaban a ocultos niveles de influencia.
Pero, ¿qué estaba sucediendo ahora, en los pasillos de la Villa Straylight?
Pedazos enteros estaban siendo puestos al desnudo, descubriendo el hormigón y el acero.
– Me pregunto dónde estará el pequeño Peter ahora, ¿eh? Quizás vea a ese muchacho muy pronto -murmuró Molly-. Y Armitage. ¿Dónde está Armitage, Case?
– Muerto -dijo, sabiendo que ella no podía escucharlo-. Está muerto.
Regresó a la matriz.
El programa chino estaba enfrentado al hielo que era su objetivo, matices multicolores gradualmente dominados por el verde del rectángulo que representaba los núcleos de la T-A. Arcos de color esmeralda que surcaban el vacío incoloro.
– ¿Cómo va todo, Dixie?
– Bien. Demasiado fácil. Esta cosa es increíble… Tendría que haber tenido una, aquella vez en Singapur. Le saqué al viejo New Bank of Asia nada menos que una cincuentésima parte de lo que tenía. Pero eso es asunto viejo. Esta nena te ahorra todo el trabajo. Te hace pensar en cómo sería ahora una verdadera guerra…
– Si este tipo de mierda se vendiera en la calle, nos quedaríamos sin trabajo -dijo Case.
– Eso es lo que piensas. Espera a que estés guiando esa cosa, escaleras arriba, a través de hielo negro.
– Seguro.
Algo pequeño y decididamente no geométrico acababa de aparecer en el otro extremo de uno de los arcos de color esmeralda.
– Dixie…
– Sí. Lo veo. No sé si lo puedo creer.
Un punto marrón, un insecto opaco contra la pared de los núcleos de la T-A. Empezó a avanzar, cruzando el puente construido por el Kuang Grado Mark Once, y Case vio que caminaba. Mientras iba acercándose, la sección verde del arco se extendía y la imagen policroma del virus retrocedía, pocos pasos por delante de los rajados zapatos negros.
– Tengo que reconocerlo, jefe -dijo el Flatline, cuando la figura baja y arrugada del finlandés pareció estar de pie a pocos metros de ellos-. Nunca vi nada tan gracioso, cuando estaba vivo. -Pero la no-risa fantasmagórica no se oyó esta vez.
– Nunca lo había hecho antes -dijo el finlandés, mostrando los dientes, las manos metidas en los bolsillos de la gastada chaqueta.
– Tú mataste a Armitage -dijo Case.
– Corto. Sí. Armitage ya no existía. Lo tuve que hacer.
Lo sé, lo sé, quieres conseguir la enzima. De acuerdo. No te preocupes. Fui yo ante todo quien se la dio a Armitage. Quiero decir, le dije que era lo que tenía que usar. Pero quizá sea mejor que dejemos así las cosas. Tienes tiempo. Yo te la daré. Sólo un par de horas, ¿correcto?
Case miró el humo azul que se arremolinaba en el ciberespacio cuando el finlandés encendió un Partagás.
– Vosotros -dijo el finlandés- sois una verdadera molestia. El amigo Flatline… Si la gente fuera como él, todo sería muy simple. No es más que una estructura, un puñado de ROM; por eso siempre hace lo que yo espero que haga. Mis proyecciones indicaron que no era muy probable que Molly se metiera en la gran escena final de Ashpool: ahí tienes ama muestra. -Suspiró.
– ¿Por qué se suicidó? -preguntó Case.
– ¿Por qué se suicida alguien? -La figura se encogió de hombros.- Supongo que yo sé por qué, si es que alguien lo sabe, pero tardaría doce horas en explicar los diversos factores de la historia y cómo se encadenan unos con otros. Hacía tiempo que estaba listo para matarse, pero siempre volvía al congelador. Jesús, era un aburrido viejo de mierda. -La cara del finlandés se arrugó, contrariada.- Todo está relacionado con los motivos por los que mató a su mujer, principalmente, si quieres que te dé la razón más concisa. Pero lo decisivo fue que la pequeña 3Jane descubrió cómo manipular el programa que controlaba el sistema criogénico de Ashpool. Así que, en realidad, fue ella quien lo mató. Aunque él pensó que se había suicidado, y tu amiga, el ángel vengador, lo liquidó llenándole el ojo de jugo de marisco. -El finlandés arrojó la colilla del Partagás en el vacío de la matriz.- Bueno, de hecho, supongo que le di a 3Jane alguna idea, le pasé algún conocimiento, ¿sabes?
– Wintermute -dijo Case, escogiendo las palabras con cuidado – Me dijiste que eras tan sólo una parte de otra cosa. Más tarde dijiste que dejarías de existir, si la operación tiene éxito y Molly dice la palabra justa en el momento justo.