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La pared de cristal mostró otra vez la imagen de Desiderata, pero la escena se hizo borrosa y retorcida, y se transformó en el interior del jarre de Thé en Chiba, vacío, rasguños de neón rojo repetidos hasta el infinito en las paredes de espejos.

Lo

La voz provenía de los altavoces del equipo Braun.

– Wintermute -dijo Case.

El macarra se encogió de hombros con languidez y sonrió.

– ¿Dónde está Molly?

– No te preocupes por eso. Esta noche has enloquecido, Case. El Flatline está haciendo sonar alarmas en todo Freeside. No creí que lo hicieras, muchacho. Está fuera del perfil.

– Entonces dime dónde está Molly y le diré que pare.

Zone dijo que no con la cabeza.

– No eres demasiado capaz de seguirle la pista a las mujeres, ¿verdad, Case? Las pierdes a todas, de una forma u otra.

– Haré que te tragues todo eso -dijo Case.

– No. No eres de esa clase. Te conozco bien. ¿Sabes una cosa, Case? Estoy seguro de que crees que fui yo quien le dijo a Deane que eliminara a aquella hembrita tuya, en Chiba.

– No… -dijo Case, dando un paso involuntario hacia la ventana.

– Pero no fui yo. ¿Y qué más da? ¿Cuánto le importa, de veras, al señor Case? Deja de engañarle. Yo conozco a tu Linda, muchacho. Conozco a todas las Lindas. Las Lindas son un producto genérico, en el ramo al que me dedico. ¿Quieres saber por qué ella decidió quitarte del medio? Por amor. Para que te importara. ¿Amor? ¿Quieres hablar de amor? Ella te amaba. De eso estoy seguro. Aun. que valiera muy poco, te amaba. Y no pudiste manejarlo. Está muerta.

El puño de Case rebotó contra el cristal.

– No te estropees las manos, muchacho. Muy pronto estarás golpeando el teclado.

Zone desapareció, dando paso a la noche de Freeside y a las luces de los apartamentos. El Braun se desconectó.

Desde la cama, el teléfono balaba una y otra vez.

– ¿Case? -El Flatline estaba esperando.- ¿Dónde andabas? Lo conseguí, pero no es mucho. -La estructura recitó una dirección.- Encontré un hielo alrededor, demasiado extraño para un club nocturno. Es todo lo que pude obtener sin dejar mi tarjeta.

– Bueno -dijo Case-. Dile al Hosaka que le diga a Maelcum que desconecte el módem. Gracias, Dix.

– A tus órdenes.

Case permaneció sentado en la cama durante un largo rato, saboreando la nueva sensación.

La ira.

– Vaya. Lupus. Oye, Cath, es el amigo Lupus. -Bruce estaba de pie en la puerta, desnudo, empapado, las pupilas enormes.- Pero nos estábamos duchando. ¿Quieres esperar? ¿Quieres darte una ducha?

– No. Gracias. Necesito ayuda. -Apartó el brazo del chico y entró en la habitación.

– Eh, viejo… De veras…

– Me vais a ayudar. De veras os alegra verme. Porque somos amigos, ¿verdad? ¿No es así?

Bruce parpadeó. -Claro.

Case recitó la dirección que le había dado el Flatline.

– Yo sabía que era un gangster -gritó animadamente Cath, desde la ducha.

– Tengo un triciclo Honda -dijo Bruce, con una sonrisa vacua.

– Ahora nos vamos -dijo Case.

– En ese nivel están los cubículos -dijo Bruce, después de pedirle a Case que repitiese la dirección por octava vez. Volvió a subirse al Honda. Un líquido condensado goteó en la célula de hidrógeno del tubo de escape 'mientras el rojo chasis de fibra de vidrio se balanceaba sobre unos parachoques de cromo.

– ¿Vas a tardar mucho?

– No lo sé. Pero esperadme.

– Esperaremos, claro. -Bruce se rascó el pecho desnudo.- La última parte de la dirección… Creo que es un cubículo. El número cuarenta y tres.

– ¿Te están esperando, Lupus? -Cath se inclinó hacia adelante, por encima del hombro de Bruce, y miró hacia arriba. Durante el viaje se le había secado el pelo. -Pues no -dijo Case-. ¿Puede haber problemas?





– Sólo baja hasta el último nivel y busca el cubículo de tu amiga. Si te dejan entrar, no habrá problemas. Pero si no quieren verte… -Se encogió de hombros.

Case se volvió y descendió por una escalera en espiral de hierro forjado. Después de seis vueltas Regó a un club nocturno. Se detuvo y encendió un Yeheyuan. Miró las mesas. De pronto, se dio cuenta de cuál era el verdadero sentido de Freeside. Comercio. Podía olerlo en el aire. Era esto, la acción local. No la lujosa fachada de la Rue Jules Veme, sino la cosa verdadera. El comercio. La danza. El público era heterogéneo: tal vez la mitad eran turistas, y la otra mitad residentes.

– Abajo -le dijo a un camarero que pasaba-. Quiero ir abajo. -Mostró el chip de Freeside. El hombre señaló la parte trasera del club.

Caminó rápidamente, junto a las mesas abarrotadas, oyendo al pasar fragmentos de media docena de idiomas europeos.

– Quiero un cubículo -dijo a la chica que estaba sentada detrás de un mostrador con una terminal de computadora en el regazo-. En el nivel inferior. -Le dio el chip.

– ¿Preferencia de sexo? -La chica pasó el chip por una lámina de cristal en la pantalla del ordenador.

– Femenino -dijo Case automáticamente.

– Número treinta y cinco. Telefonee si no es de su gusto. Si lo prefiere, antes puede revisar nuestro catálogo de servicios especiales. -La chica sonrió. Le devolvió el chip.

Detrás de ella se abrieron las puertas de un ascensor.

Las luces del pasillo eran azules. Case salió del ascensor y escogió una dirección al azar. Puertas numeradas. Silencio, como en los corredores de una clínica para ricos.

Encontró el cubículo. Había estado buscando el de Molly; ahora, confundido, alzó el chip y lo apoyó contra un sensor negro, directamente debajo de la chapa que indicaba el número.

Cerrojos magnéticos. El sonido le recordó al Hotel Barato.

La muchacha se irguió en la cama y dijo algo en alemán. Tenía los ojos dulces y no parpadeaba. Piloto automático. Bloqueo neural. Case salió del cubículo y cerró la puerta.

La puerta del número cuarenta y tres era como todas las otras. Se detuvo. El silencio del vestíbulo indicaba que la aislación acústica de los cubículos era perfecta. No tenía sentido utilizar el chip. Golpeó con los nudillos contra el metal esmaltado. Nada. Como si la puerta absorbiese el sonido.

Colocó el chip contra la lámina negra.

Los cerrojos hicieron un ruido metálico.

Fue como si ella le pegase, de algún modo, antes de que él hubiera abierto la puerta. Cayó de rodillas, la puerta de acero contra la espalda; las cuchillas de los rígidos pulgares de ella se le acercaron vibrando a los ojos.

– Cristo Jesús -dijo Molly, golpeándole el costado de la cabeza mientras ella se ponía de pie-. Eres un idiota… ¿Cómo se te ha ocurrido? ¿Cómo llegaste a abrir esas puertas, Case? ¿Case? ¿Estás bien? -Se inclinó sobre él.

– El chip -dijo Case, tratando de respirar. El dolor le empezaba en el pecho. Ella lo ayudó a levantarse y lo empujó hacia el interior del cubículo.

– ¿Sobornaste a la encargada, arriba?

Case meneó la cabeza y cayó sobre la cama.

– Respira hondo. Cuenta. Uno, dos, tres, cuatro. Reténlo. Y ahora exhala. Cuenta.

Case se tocó el estómago.

– Me pateaste -logró decir.

– Tendría que haberte golpeado más bajo. Quiero estar sola. meditando, ¿entiendes? -Se sentó junto a él.- Y me están dando información. -Señaló una pequeña pantalla empotrada en la pared, frente a la cama.- Wintermute me está contando acerca de Straylight.

– ¿Dónde está la muñeca de carne?

– No hay ninguna. Este es el servicio especial más caro de todos. -Molly se puso de pie. Llevaba puestos los tejanos de cuero y una camisa suelta oscura.- Wintermute dice que mañana actuaremos.

– ¿De qué se trataba todo aquello, lo del restaurante? ¿Por qué desapareciste?

– Case, si me hubiese quedado, podría haber matado a Riviera.

– ¿Por qué?

– Por lo que hizo. El show. -No lo entiendo.

– Esto costó mucho dinero -dijo ella, extendiendo la mano derecha como si sostuviese una fruta invisible. Las cinco cuchillas se deslizaron hacia afuera y luego se retrajeron suavemente-. Dinero para ir hasta Chiba, dinero para Regar a la operación, dinero para que te arreglen el sistema nervioso y tengas los reflejos necesarios para controlar el equipo… ¿Quieres saber cómo obtuve ese dinero, cuando estaba comenzando? Aquí. No aquí, pero en un lugar parecido, en el Ensanche. Al principio era una broma, porque una vez que te implantan el circuito recortado, parece dinero gratis. A veces te despiertas dolorida, pero nada más. Alquilar la mercancía, de eso se trata. Tú no estás presente, sea lo que sea lo que está pasando. La casa tiene el software para cualquier cosa que un cliente quiera pagar… -Hizo sonar los nudillos.- Muy bien, estaba ganando mi dinero. El problema era que el circuito recortado y los circuitos que me pusieron en la clínica de Chiba no eran compatibles. Entonces el trabajo empezó a doler, sangraba, y podía recordarlo… Pero no eran más que malos sueños, y no todos eran malos. -Sonrió.- Después empezó a ponerse raro. -Sacó los cigarrillos del bolsillo de Case y encendió uno. – Los de la casa se enteraron de lo que yo hacía con el dinero. Ya tenía las cuchillas colocadas, pero el acabado neuromotor significaría otros tres viajes. Todavía no me era posible dejar el trabajo de muñeca. -Inhaló y soltó una corriente de humo, seguida por tres anillos perfectos. – Entonces, el hijo de puta que manejaba el negocio consiguió que le hicieran un tipo de software especial. Berlín; ahí es donde se juega duro, ¿sabes? Un gran mercado para los vicios podridos, Berlín. Nunca supe quién fue el que escribió mi programa, pero estaba basado en todos los clásicos.

– ¿Y sabían que tú te enterabas de todo? ¿Que mientras trabajabas, seguías consciente?

– No estaba consciente. Es como el ciberespacio, pero vacío. Plateado. Huele a lluvia… Puedes verte cuando tienes un orgasmo, es como una pequeña noval allá en el extremo del cielo. Pero yo estaba comenzando a recordar. Como los sueños, ¿entiendes? Y no me lo dijeron. Cambiaron el software y empezaron a alquilarme para los mercados especializados.

Parecía que hablase desde muy lejos. -Y yo lo sabía, pero no dije nada. Necesitaba el dinero. Los sueños se hicieron cada vez peores, y yo me decía que por lo menos algunos no eran más que sueños; pero por ese entonces estaba segura de que el jefe tenía una clientela especial para mí. Nada es demasiado para Molly, dice el jefe, y me da un aumento. -Sacudió la cabeza.- El hijo de puta estaba cobrando ocho veces lo que me pagaba, y creía que yo no lo sabía.