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El que apareció en la puerta de la buhardilla con una caja de diskettes de parte del finlandés era un muchacho de voz suave llamado Ángelo. Su cara era un nuevo injerto cultivado en colágeno y polisacáridos de cartílagos de escualo, lisa y repugnante. Uno de los ejemplos de cirugía opcional más desagradables que Case hubiera visto nunca. Cuando Ángelo sonrió, dejando entrever los afilados colmillos de un animal grande, Case llegó a sentirse aliviado. Trasplantes dentales. Al menos éstos ya los conocía.

– No debes dejar que unos críos de mierda te hagan sentir la brecha generacional -dijo Molly. Case asintió, absorto en las figuras del hielo Senso/Red.

Ahora sí. Esto era lo que él era, quién era. Olvidó comer. Molly dejó paquetes de arroz y bandejas plásticas de sushi en una esquina de la larga mesa. A veces se resistía a tener que dejar el tablero para utilizar el inodoro químico que habían instalado en un rincón de la buhardilla. En la pantalla se formaban y volvían a formarse dibujos de hielo mientras él tanteaba en busca de brechas, esquivaba las trampas más obvias y trazaba la ruta que tomaría a través del hielo de la Senso /Red. Era buen hielo. Un hielo estupendo. Los dibujos ardían mientras él yacía con el brazo bajo los hombros de Molly, contemplando el rojo amanecer a través de la rejilla de acero de la claraboya. Un laberinto multicolor de puntos electrónicos fue lo primero que vio al despertar. Iría directamente al tablero sin molestarse en vestirse, y se conectaría. Estaba entrando. Estaba trabajando. Perdió la cuenta de los días.

Y a veces, al quedarse dormido, especialmente cuando Molly partía en viaje de reconocimiento con una cuadrilla de Modernos contratados, le llegaban imágenes de Chiba. Rostros y neón de Ninsei. Una vez despertó de un confuso sueño con Linda Lee, sin poder recordar quién era ella ni qué había significado para él. Cuando consiguió acordarse, volvió al trabajo, y trabajó nueve horas seguidas.

La penetración en el hielo de la Senso /Red le llevó un total de nueve días.

– Dije una semana -dijo Armitage, incapaz de esconder su satisfacción cuando Case le mostró su plan para el programa-. Te has tomado tu tiempo.

– No jodas -dijo Case, sonriendo a la pantalla-. Esto es un buen trabajo, Armitage.

– Sí -admitió Armitage-, pero no dejes que se te suba a la cabeza. Comparado con lo que tendrás que afrontar, esto es un juguete de vídeo galería.

– Te amo, Madre Gata -susurró el enlace de los Panteras Modernos. La voz sonaba como estática modulada en los audífonos de Case.

– Atlanta, Carnada. Parece que ahora sí. Adelante, ¿entendido? -La voz de Molly se oía un poco más clara.

– Escuchar es obedecer. -Los Modernos de Nueva Jersey utilizaban un plato receptor reticulado para que la señal codificada rebotara en un satélite de los Hijos de Cristo Rey en órbita geosincrónica sobre Manhattan. Preferían considerar toda la operación como un complicado chiste privado, y su elección de los satélites de comunicación parecía haber sido deliberada. Las señales de Molly estaban siendo transmitidas desde un plato parabólico de un metro de diámetro, sujeto con resina epóxica a la azotea de una torre bancaria de cristal negro, casi tan alta como el edificio de la Senso /Red.

Atlanta. El código de reconocimiento era sencillo. De Atlanta a Boston, a Chicago y a Denver; cinco minutos para cada ciudad. Si alguien lograba interceptar la señal de Molly, decodificarla, sintetizar su voz, el código avisaría a los Modernos. Si ella permaneciese más de veinte minutos dentro del edificio, sería muy poco probable que saliera.

Case bebió el último trago de café, acomodó los trodos, y se rascó el pecho bajo la camiseta negra. Tenía sólo una idea aproximada de lo que los Panteras Modernos pensaban hacer para distraer a los encargados de seguridad de la Senso /Red. La tarea de los Modernos era asegurar que el programa de intrusión que él había escrito se conectara a los sistemas Senso/Red cuando Molly lo necesitase. Observó la cuenta regresiva en la esquina de la pantalla. Dos. Uno.

Tomó el mando y activó el programa. -Línea principal -susurró el enlace; su voz era el único sonido mientras Case se adentraba en los estratos fulgurantes del hielo Senso/Red. Muy bien. Conectó con el simestim y penetró en el sensorio de Molly.

El codificador enturbió levemente la entrada visual. Ella estaba de pie frente a una pared de espejos salpicados de dorado, en el gran vestíbulo blanco del edificio, mascando chicle, aparentemente fascinada por su propia imagen. Aparte de las enormes gafas de sol que ocultaban las lentes especulares implantadas, conseguía en gran medida dar la impresión de pertenecer a aquel lugar: otra muchacha turista con la esperanza de ver a Tally Isham. Llevaba un impermeable de plástico rosado, una camiseta blanca de red, holgados pantalones blancos de un corte que había estado de moda en Tokio el año anterior. Sonreía inexpresivamente y hacía globos con el chicle. Case tuvo ganas de reír. Podía sentir la cinta de microporos en las costillas de ella, sentir las pequeñas unidades planas bajo la cinta, y el codificador. El micrófono pegado a su cuello casi podía pasar por un dermodisco analgésico. Dentro de los bolsillos de la chaqueta rosada las manos se abrían y cerraban sistemáticamente en una serie de ejercicios de relajamiento. Tardó unos cuantos segundos en darse cuenta de que la extraña sensación en los extremos de los dedos de Molly era provocada por las cuchillas que se asomaban y se retraían.





Regresó. El programa ya había alcanzado la quinta puerta. Observó mientras el rompehielos destellaba y cambiaba de posición frente a él, consciente apenas de que sus manos se movían sobre el tablero, haciendo ajustes menores. Traslúcidos planos de color barajados como un mazo de cartas de prestidigitador. Saca una carta, pensó, cualquiera.

La puerta pasó borrosamente. Rió. El hielo Senso/Red había aceptado su entrada como transferencia de rutina desde el centro del consorcio en Los Ángeles. Había entrado. Detrás de él subprogramas virales se desprendían entreteniéndose con la trama codificada de la puerta, lista para desviar la información correcta de Los Ángeles.

Volvió a entrar. Molly se paseaba frente al enorme y circular mostrador de recepción al fondo del vestíbulo.

12:01:20 cuando el anuncio ardió en el nervio óptico de Molly.

A medianoche, sincronizado con el chip de detrás del ojo de Molly, el enlace en Jersey había ordenado: -Línea principal. -Nueve Modernos desperdigados a lo largo de doscientas millas del Ensanche habían marcado simultáneamente MAX EMERG desde cabinas telefónicas. Cada Moderno repitió un texto breve, colgó y se perdió en la noche, quitándose los guantes de cirugía. Nueve centrales de policía y agencias de seguridad pública absorbieron la información de que una oscura subsecta de fundamentalistas cristianos acababa de reivindicar la introducción en dosis clínicas de un psicoactivador prohibido llamado Azul Nueve en el sistema de ventilación de la Pirámide Senso /Red. Se había demostrado que Azul Nueve, conocido en Califomia como Ángel Doliente, había producido paranoia aguda y psicosis homicida en el ochenta y cinco por ciento de los sujetos experimentales.

Case movió el interruptor cuando el programa irrumpía por las puertas del subsistema de seguridad del archivo de investigación de la Senso /Red. Se encontró entrando en un ascensor.

– Perdone, pero, ¿es usted empleado? -El vigilante alzó las cejas. Molly hizo un globo de chicle.

– No -dijo, hundiendo dos nudillos de la mano derecha en el plexo solar del hombre. Cuando él se replegaba sobre sí mismo, manoteándose el cinturón en busca de la alarma, ella le golpeó la cabeza contra la pared del ascensor.

Masticando con un poco más de rapidez, tocó PUERTA y STOP en el panel iluminado. Sacó una cajita de herramientas del bolsillo de su abrigo e insertó una guía de plomo en el ojo de la cerradura que aseguraba los circuitos del panel.

Los Panteras Modernos dejaron pasar cuatro minutos para que la primera movida tuviese efecto; luego inyectaron una segunda dosis de información tergiversada. Esta vez la dispararon directamente al sistema de vídeo interno del edificio de la Senso /Red.

A las 12:04:03, todas las pantallas del edificio parpadearon durante dieciocho segundos en una frecuencia que produjo convulsiones en un susceptible segmento de empleados de la Senso /Red. Entonces, algo sólo vagamente parecido a un rostro humano llenó las pantallas, las facciones estiradas sobre asimétricas superficies óseas, como una obscena proyección de Mercator; unos labios azules y húmedos se entreabrieron a medida que la retorcida y alargada mandíbula se movía. Algo, tal vez una mano, una cosa parecida a un rojizo racimo de raíces retorcidas, avanzó vacilante hacia la cámara, se desdibujó y desapareció. Imágenes de contaminación de subliminal fugacidad: gráficos del sistema de aguas del edificio, manos enguantadas que manipulaban retortas, algo que se precipitaba en la oscuridad, el pálido sonido de un golpe en el agua… La pista de audio, con el tono ajustado a casi el doble de la velocidad normal de reproducción, era parte de un noticiario de hacía un mes que exponía la potencial utilidad militar de una sustancia bioquímica conocida como HsG. La HsG rige el factor de crecimiento del esqueleto humano. Una sobredosis exacerbaba ciertas células óseas y aceleraba el crecimiento hasta en un mil por ciento.

A las 12:05:00 el núcleo forrado de espejos del consorcio de la Senso /Red albergaba a casi más de tres mil empleados. Cinco minutos después de medianoche, cuando el mensaje de los Modernos finalizaba con un blanco fulgor en las pantallas, la Pirámide de la Senso /Red emitió un alarido.

Media docena de aerodeslizadores del departamento táctico de la policía de Nueva York, respondiendo a la posibilidad de Azul Nueve en el sistema de ventilación del edificio, convergían hacia la Pirámide de la Senso /Red, desplegando toda una batería de reflectores antimotín. Un helicóptero del grupo de acción rápida del EMBA partió desde Riker.

Case disparó su segundo programa. Un virus cuidadosamente preparado atacó la trama codificada que vigilaba las órdenes de custodia del segundo subsuelo, donde se guardaba el material de investigación de la Senso /Red. -Boston. -La voz de Molly.- Estoy abajo. -Case cambió la conexión y vio la pared ciega del ascensor. Ella estaba desabrochándose los pantalones blancos. Un abultado paquete de color idéntico al de su pálido tobillo estaba sujeto allí con cinta de microporos. Se arrodilló y despegó la cinta. Unas manchas de esmalte rojo salpicaron el policarbono mimético cuando desplegó el traje de Moderno. Se quitó el impermeable rosado, lo arrojó junto a los pantalones blancos y comenzó a ponerse el traje por encima de la camiseta de malla blanca.