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El túnel terminaba en una antigua manta del ejército colgada sobre el umbral de una puerta. Cuando Molly la apartó para pasar, salió un raudal de luz blanca.

Cuatro paredes cuadradas de plástico blanco y liso que cubría también el techo; suelo de baldosas blanco hospital, con un diseño antideslizante de pequeños discos en relieve. En el centro había una mesa de madera blanca y cuadrada, y cuatro sillas blancas plegables.

El hombre que apareció en la puerta detrás de ellos, parpadeando, con la manta cubriéndole un hombro como una capa, parecía haber sido diseñado en un túnel de viento. Tenía las orejas muy pequeñas, aplastadas sobre un cráneo estrecho, y los grandes dientes, revelados por algo que no era del todo una sonrisa, estaban acentuadamente inclinados hacia atrás. Llevaba una antigua chaqueta de paño y sostenía en la mano izquierda una pistola de algún tipo. Los escrutó con la mirada, parpadeó, y dejó caer la pistola en un bolsillo de la chaqueta. Le hizo una seña a Case; señaló hacía un bloque de plástico blanco apoyado cerca de la puerta. Case caminó hacia allí y vio que era un macizo panel de circuitos de casi un centímetro de espesor. Ayudó al hombre a levantarlo y ponerlo en el umbral. Unos dedos rápidos y manchados de nicotina lo sujetaron con cinta blanca adhesiva. Un ventilador oculto comenzó a ronronear.

– Tiempo -dijo el hombre, enderezándose-, y contando. Tú conoces la tarifa, Molly.

– Necesitamos un rastreo, finlandés. Para implantes.

– Entonces colócate entre los postes. Párate en la cinta. Endereza la espalda, así. Ahora date la vuelta, un tres sesenta completo. -Case miró cómo Molly giraba entre los dos frágiles pedestales atiborrados de sensores. El hombre sacó un pequeño monitor del bolsillo y lo miró de soslayo.- Hay algo nuevo en tu cabeza, sí. Silicón; capa de carbones pirolíticos. Un reloj, ¿verdad? Los lentes me dan la lectura de siempre, carbones isotrópicos de baja temperatura. Mejor biocompatibididad con pirolíticos, pero eso es asunto tuyo, ¿verdad? Lo mismo tus garras.

– Ven aquí Case. -dijo Molly. Case vio una X rayada en negro sobre el suelo blanco.- Date la vuelta, despacio.

– Este tipo es virgen. -El hombre se encogió de hombros.- Un trabajo dental barato, nada más.

– ¿Le examinas lo biológico? -Molly bajó la cremallera de su chaqueta verde y se quitó las gafas oscuras.

– ¿Te crees que esto es la Mayo? Sube a la mesa, chiquillo, vamos a hacerte una pequeña biopsia. -Soltó una risotada que reveló aún más sus dientes amarillos.- Nada. Palabra de finlandés, no tienes micros, ni bombas en la corteza. ¿Quieres que cierre la pantalla?

– Sólo el tiempo que tardes en marcharte, finlandés. Luego vamos a querer pantalla entera por el tiempo que queramos.

– Ey, por el finlandés no hay problema, Molly. Tú sólo estás pagando por segundo.

Sellaron la puerta detrás de él y Mofly dio la vuelta a una de las sillas blancas y se sentó, apoyando el mentón en los brazos cruzados. -Ahora hablaremos. Esto es lo más privado que puedo pagar.

– ¿De qué?

– De lo que estamos haciendo.

– ¿Qué estamos haciendo?

– Trabajar para Armitage.

– ¿Y dices que no es para su beneficio?

– Sí. Vi tu perfil, Case. Y he visto el resto de nuestra lista de compras. ¿Has trabajado alguna vez con los muertos?

– No. -Case miró su reflejo en las gafas.- Supongo que podría. Soy bueno en lo que hago. -La conjugación en presente lo puso nervioso.

– ¿Sabes que el Dixie Flatline está muerto?

Él asintió. -El corazón, oí decir.

– Tú vas a trabajar con su estructura. -Sonrió.- Te enseñaron los trucos, ¿eh? Él y Quine. Por cierto, conozco a Quine. Un verdadero imbécil.

– ¿Alguien tiene un registro de McCoy Pauley? ¿Quién? -Case se sentó y apoyó los codos en la mesa.- No me lo puedo imaginar. Nunca se lo habría dejado hacer.

– Senso/Red. Le pagaron una mega, apuesta lo que quieras.

– ¿Murió Quine también?

– No tendremos esa suerte. Está en Europa. El no entra en esto.

– Bueno, si podemos conseguir al Flatline, hemos ganado. Era el mejor. ¿Sabes que tuvo tres muertes cerebrales?

Ella asintió.

– Un electroencefalograma horizontal. Me mostraron cintas. «Chico, yo estaba muerto», con su acento sureño.

– Mira, Case, desde que entré he tratado de averiguar quién está apoyando a Armitage. Y no parece que sea un zaibaitsu, un gobierno o una subsidiaria de la Yakuza. Armitage recibe órdenes. Alguien le dice que vaya a Chiba, recoja a un anfeta que está bamboleándose por última vez en el cinturón de los quemados, y que negocie un programa para la operación con que lo van a arreglar. Podríamos haber comprado veinte vaqueros de primera con lo que el mercado estaba dispuesto a pagar por ese programa quirúrgico. Eras bueno, pero no tan bueno… -Molly se rascó un lado de la nariz.

– Es obvio que para alguien tiene sentido -dijo él-. Alguien grande.





– No dejes que te ofenda. -Sonrió. – Vamos a activar un programa de los fuertes, Case; sólo para conseguir la estructura del Flatline. Senso/Red la tiene guardada en la bóveda de un archivo de las afueras. A cal y canto, Case. Y los de Senso/Red tienen todos los nuevos materiales para la temporada de otoño guardados allí también. Roba eso y seríamos más ricos que la mierda. Pero no, tenemos que conseguir el Flatline y nada más. Es raro.

– Sí, es todo muy raro. Tú eres rara, esta cueva es rara, y, ¿quién es esa rara tortuguita de tierra que está afuera en el pasillo?

– El finlandés es un antiguo contacto. Una fachada, sobre todo. Software. Lo de la privacidad es un negocio adicional. Pero hice que Armitage le dejara ser nuestro técnico aquí, así que más tarde, cuando lo veas, tú nunca lo has visto. ¿Entendido?

– ¿Y qué es lo que Armitage ha puesto a disolver dentro de ti?

– Yo soy un modelo fácil. -Sonrió.- Uno es las cosas que uno hace bien, ¿no es cierto? Tú tienes que cazar, yo tengo que pelear.

La miró fijamente. -Entonces dime qué sabes de Armitage.

– Para comenzar, nadie llamado Armitage tomó parte en Puño Estridente. Lo verifiqué. Pero eso no significa mucho. No creo que sea uno de esos tipos que llegaron a escapar. -Alzó y dejó caer los hombros.- Un asunto importante. Y lo único que tengo son comienzos. -Tamborileó con las uñas en el respaldo de la silla.- Pero tú eres un vaquero, ¿verdad? Quiero decir, a lo mejor puedes echar un vistazo por ahí. -Sonrió.

– Él me mataría.

– Tal vez sí. Tal vez no. Creo que te necesita, Case, y mucho. Además, eres un tío listo, ¿no? Tú puedes engañarlo, seguro.

– ¿Qué más hay en esa lista que mencionaste?

– Juguetes. La mayoría para ti. Y un psicópata certificado de nombre Peter Riviera. Un tipo realmente feo.

– ¿Dónde está?

– No lo sé. Pero es un jodido enfermo, de verdad. Vi su perfil. -Hizo una mueca. – Es atroz. -Se puso de pie y se estiró como un gato. – Así que tenemos un negocio en marcha, ¿muchacho? ¿Estamos juntos en esto? ¿Socios?

Case la miró. -Tengo muchas opciones, ¿eh?

Ella rió. -Has entendido, vaquero.

«La matriz tiene sus raíces en las primitivas galerías de juego», dijo la voz, «en los primeros programas gráficos y en la experimentación militar con conexiones craneales.» En el Sony, una guerra espacial bidimensional se desvaneció tras un bosque de helechos matemáticamente generados, demostrando las posibilidades espaciales de las espirales logaritmicas; una secuencia militar pasó en fríos y azules destellos, animales de laboratorio conectados a sistemas de sondeo, cascos enviando señales a circuitos de control de incendios en tanques y aviones de combate. «El ciberespacio. Una alucinación consensual experimentada diariamente por billones de legítimos operadores, en todas las naciones, por niños a quienes se enseña altos conceptos matemáticos… Una representación gráfica de la información abstraída de los bancos de todos los ordenadores del sistema humano. Una complejidad inimaginable. Líneas de luz clasificadas en el no-espacio de la mente, conglomerados y constelaciones de información. Como las luces de una ciudad que se aleja…»

– ¿Qué es eso? -preguntó Molly mientras él giraba el selector de canales.

– Un programa para niños. -Un aluvión discontinuo de imágenes mientras el selector se movía.- Off -le dijo al Hosaka.

– ¿Quieres probar ahora, Case?

Miércoles. Ocho días después de haber despertado en el Hotel Barato, con Molly junto a él. -¿Quieres que me vaya, Case? Quizás te sea más fácil a solas… -Él sacudió la cabeza.

– No. Quédate, no tiene importancia. -Se colocó la cinta de esponja negra en la frente, cuidando de no perturbar los chatos dermatrodos Sendai. Observó la consola en su regazo, sin verla realmente, viendo en cambio la ventana del negocio de Ninsei, el shuriken de cromo ardiendo bajo el neón reflejado. Alzó los ojos; en la pared, justo encima del Sony, había colgado el regalo de Molly, lo había clavado con un alfiler de cabeza amarilla por el agujero del centro.

Cerró los ojos.

Encontró la rugosa superficie del interruptor.

Y en la cruenta oscuridad de sus ojos cerrados, un hervor de fosfenos de plata que llegaban desde el filo del espacio, imágenes hipnagógicas que pasaban a gran velocidad como una película de fotogramas aleatorios. Símbolos, figuras, un borroso y fragmentado mandala de información visual.

Por favor, rogó, ahora…

Un disco gris del color del cielo de Chiba.

Ahora…

El disco empezaba a rotar, rápidamente, convirtiéndose en una esfera de gris más pálido. Expandiéndose…

Y fluyó, floreció para él, truco origami de neón fluido, el despliegue de un hogar que no conocía distancias, su país, transparente tablero de ajedrez tridimensional que se extendía al infinito. Un ojo interior que se abría a la escalonada pirámide escarlata del Centro de Fisión de la Costa Este, ardiendo detrás de los cubos verdes del Mitsubishi Bank of America, y en lo alto y muy a lo lejos, los brazos espirales de sistemas militares, inalcanzables para siempre.

Y en algún lugar se encontró riendo, en una buhardilla pintada de blanco, con dedos distantes que acariciaban el tablero, y lágrimas de alivio que le arrasaban el rostro.

Molly se había marchado cuando se quitó los trodos, y la buhardilla estaba a oscuras. Consultó la hora. Había permanecido cinco horas en el ciberespacio. Llevó los Ono-Sendai a una de las nuevas mesas de trabajo y se desplomó de través sobre la cama, tirando del saco de dormir de seda negra de Molly para cubrirse la cabeza.